Llevo años cursando un «Doctorado en Psicología de la Justificación». Es un verdadero tratado de las diversas técnicas —sutiles o burdas— para defenderse como gato boca arriba y no rozar la cruenta sinceridad que salva y limpia. Es un curso por correspondencia... y los textos son ciertas cartas de entidades a las quejas de ciudadanos en las cuales me alisto en la sección Acuse de Recibo.
Llama la atención siempre el manejo que hacen de las categorías políticas esos remitentes, y cómo esgrimen positivos valores sociales en su propósito de salvar la «imagen» institucional que consideran dañada por estos quejosos de todos los días. Ah, la imagen, siempre la imagen... una imagenología del corcho social o la mecánica del siempre salir a flote...
Es muy socorrido el recurso de asumir el disfraz de víctimas ofendidas, y en la catarsis autoprotectora, hacer altisonantes profesiones de fe. Entonces se acuerdan de la política y enarbolan consignas, son más papistas que el Papa, y al final se pasan la mano. Pobrecitos, ellos que tanto trabajan, que han estado en todas partes y han hecho tanto... y verse calumniados así, caballeros...
Pero hay técnicas que, a su vez, se auxilian de otras técnicas, como para redactar un manual de tecnocracia burocrática tapizada de política. Y en tales procedimientos, no puede desdeñarse el manejo de la acción mancomunada de «los factores». Demagógicamente, aquellos se pliegan, en una especie de corifeo que nada tiene que ver con el papel de centinelas de la verdad, de la razón y la justicia que deben asumir, a toda costa, las organizaciones políticas y sindicales de una entidad frente a cualquier irregularidad administrativa.
En ocasiones, los del corcho llegan a enardecer al colectivo entero para que responda, en nombre de los trabajadores. Y así el cabeza, pobrecito cabeza, queda a buen resguardo de sus subordinados.
Como material de estudio de esos procederes, siempre recuerdo una historia muy elocuente en Acuse de Recibo: la carta denunciaba engaños al consumidor y violaciones de precios en cierta unidad turística. Los remitentes argumentaban el daño que le hacían al país estas trampas vulgares al bolsillo. Pues de inmediato recibí una carta-comunicado firmada por los trabajadores de la unidad, en la cual se me acusaba de «hacerle el juego» a la política de bloqueo norteamericana y afectar la imagen de nuestro turismo.
Otro caso fue el de unos ciudadanos que se acogieron a una modalidad de pago en moneda nacional de un centro recreativo. Fueron muy maltratados allí en cuanto a la demora, el servicio, la desatención y hasta cuestiones elementales de las reglas gastronómicas y de la educación. Revelé la denuncia de uno de aquellos vapuleados «usuarios», y a los pocos días llegó la respuesta del «colectivo», firma tras firma. De lo que se les señalaba, nada esclarecían ni respondían. Era una de esas planillas o «cuéntame tu vida» para alcanzar una medalla: habían estado en todas las movilizaciones, apoyaban la tarea del mosquito, la microbrigada, iban a todos los actos políticos...
De esas escenografías políticas he visto durante años. Recuerdo aquellos tiempos de movilizaciones voluntarias a la agricultura por días: muchas veces iban pésimos trabajadores, que así lavaban su imagen, y la propia administración transaba cobardemente para librarse un tiempo de ellos, aunque les facilitaba la confección del disfraz socio-político.
Admiro a ciertas personas descollantes por su integralidad y su versatilidad social y política. Pero el primer deber es ser eficiente y cumplidor en su puesto de trabajo o estudio, y ese es el principal rasero por el cual debe medirse a cada quien. A partir de ahí todo lo demás.
Porque hay mucha gente-camuflaje que se congracia con las urgencias y abandona lo esencial. Por eso siempre me provocan suspicacias esos padres y madres que para estar en la vanguardia de cuanta actividad, movilización o contingencia de última hora, sacrifican el tiempo de sus hijos, como si no fueran estos su semilla en el surco del país.
Ojo con el manejo engañoso y justificativo de muchas categorías del pensamiento ideológico, porque pueden estar rozando en la gozosa simulación para justificar cualquier desatino. Por suerte también me llegan cartas de respuesta que, en su sentido autocrítico y sinceridad, en la solución del problema y la toma de medidas, reflejan el calibre de sus remitentes. Lo político hoy es cumplir cada quien con eficacia y honestidad, y no inflar ni especular con la semántica en boga. Lo demás son palabras. Palabras y poses.