El punto que me hizo recordar este librito es una certeza que comparto con Eliseo: «La amistad, más que presencia, es compañía», y por tanto, también son nuestros amigos aquellos otros con quienes jamás pudimos hablar porque nos separaban abismos de tiempo o kilómetros de distancia.
No sé si a ustedes les ocurre, pero yo tengo grandes amigos que vienen desde lejos, algunos son mis compañeros desde que era niña y han sobrevivido a naufragios, mudanzas y hasta a la depredación de gente que se toman muy en serio eso de que «robar libros no es robar». Te desvalijan, sin darse cuenta de que a veces dentro de un ejemplar desencuadernado y sin carátula —el Rompetacones, por ejemplo—, está el olor de la casa donde naciste y unas palabras que no solo tienen significado y sonido, sino color y peso.
Como mismo no es sustituible una persona que amas, tampoco lo es un libro que ha sido tuyo y que te abrió las puertas al ser humano que lo escribió y con quien compartiste tu intimidad, porque mientras él entretenía tu soledad con sus historias y se debatía en tristezas o alegrías, de algún modo te ayudaba a llevar las tuyas, sin pedirte nada a cambio y sin juzgarte. ¿Qué más se le puede pedir a un amigo?
Ahora imagínate que una de esas personas que te fue acompañando con los libros que escribía, de pronto llega a tu ciudad. Imagina que las palabras de ese hombre ya no llegan hasta ti como botellas lanzadas al mar, sino que lo tienes delante, hablándote de temas muy serios, permitiéndote que le acomodes bien el bies de su camisa para que no salga arrugada frente a una cámara de televisión que mediatiza tu encuentro con él. Imagínate que tienes a Gore Vidal delante, por ejemplo, uno de esos autores encerrados en libros que no solo te mostraron la Historia de los Estados Unidos con erudición e ironía, sino con una visión provocadora, aspirando siempre a que no te quedes quieta, a que pelees, a que te agarres de sus palabras y las conviertas en armas arrojadizas. Hasta me atrevería a decir que la verdadera obra maestra de Gore Vidal —aunque su bibliografía es tan amplia como rotunda en la cultura norteamericana— es su conducta.
¿Qué haces, entonces? ¿Lo tratas como a la persona querida que es para ti, o sigues simplemente tu papel de periodista, que tiene que hacer las preguntas que otros esperan? Hice las preguntas de rigor, claro, pero me consuela pensar que mientras le preguntaba la periodista, siempre me respondió el amigo. Y que él no solo le hablaba a mi grabadora, sino a otros anónimos compañeros de viaje que saben, como Eliseo, que la amistad, más que presencia, es compañía.