Deporte y cultura siempre han marchado en paralelo por lo que el uno encierra de la otra y viceversa. Sin embargo, el tema que abordaré tiene que ver con el lado oscuro de tan hermosas manifestaciones.
En la convergencia de las calles Monserrate y Trocadero, justo en la esquina del Museo Nacional de Bellas Artes colindante con el parque en el cual reposa el yate Granma, fui testigo de un desagradable espectáculo.
En aquel sitio, pletórico de historia y cultura, al amparo de la indolencia o la falta de vigilancia, un grupo de muchachos que frisaban los 17 ó 18 años, escenificaban algo inconcebible: impúdicamente disputaban un partido de mano-pelota (handball) empleando la fachada del Museo como cancha.
¿Tiene algo de malo jugar cancha? Por supuesto que no. Quienes hemos practicado esa disciplina —a mano o con raqueta— sabemos que para escenificar un tope se requiere de una cancha de tres paredes.
Cuál no sería mi sorpresa al apreciar cómo los muchachones de marras dirimían su competencia contra la fachada del Museo Nacional de Bellas Artes. Algo irrespetuoso: una burla contra el orden y la disciplina que debe prevalecer en sitios de esa naturaleza.
Hace algunos años el país invirtió millones de dólares para restaurar el Museo en su totalidad, ampliar sus instalaciones y convertirlo en lo que es: guardián de lo mejor de nuestro patrimonio cultural.
El Capitolio Nacional, los parques céntricos de la ciudad y otros escenarios análogos, han servido —y aún sirven— para albergar todo tipo de juegos. Pero esto de Bellas Artes, ¡no tiene parangón!
Mientras los jóvenes dirimían su porfía me preguntaba por las autoridades encargadas de velar por el Museo, su patrimonio e instalaciones. Pues si los objetos que se exhiben son preservados con todas las de la ley, dado su incalculable valor artístico e histórico, las edificaciones forman parte intrínseca de la arquitectura de dicha instalación: piedras de Jaimanita, cristalería, marquetería, iluminación... no pueden dejarse expuestas a la agresión de quienes deciden, así porque sí, asaltar aquel sitio para convertirlo en cancha deportiva.
¿Qué imagen puede llevarse una persona que transite por ese sitio y contemple semejante espectáculo?
Imagínense ustedes un partido de fútbol en los Campos Elíseos, o un torneo de pelota vasca contra las paredes del Hermitage...
Quienes así actúan, conscientes o no, sencillamente son depredadores de la cultura y del patrimonio que encierran instalaciones como esas. Se trata del irrespeto hacia un símbolo de nuestra nacionalidad e identidad.
Sin embargo, incluyo en la lista de los responsables a quienes deben velar por que hechos así no ocurran y adoptar las medidas pertinentes para preservar esos sitios emblemáticos.
De no actuar a tiempo y con energía, corremos el riesgo de que el irrespeto se extienda por toda la ciudad. Que actúen los encargados de hacerlo, con energía y mano firme. Unos cuantos desordenados no pueden mancillar lo que con tanto sacrificio el Estado cubano rescató para alimentarnos el espíritu.