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¿Musulmanes en el Avión? Danger!

Autor:

Luis Luque Álvarez

Si usted se ciñera un turbante, o vistiera una túnica que delatara su origen árabe, podría demorarse un poco más en los aeropuertos británicos antes de abordar su avión. Si fuera una cruz lo que colgara de su cuello, o si una redonda kippá rematara su cabeza y alguien advirtiera que es usted judío, no tendrá problemas, previsiblemente. Bon voyage!

Sucede que, por estos días, los parámetros de origen y religión pudieran ser oficialmente instaurados por la policía británica para determinar qué pasajero es incapaz siquiera de cazar a una mariposa, y a cuál se le hace la boca agua por poner bombas hasta en la galaxia más cercana.

Las intenciones de Scotland Yard fueron reveladas esta misma semana por el diario The Times. Según el ex jefe del cuerpo policial, Lord Stevens, alertas antiterroristas como la del jueves pasado —a raíz de un operativo en que se detuvo a 23 sospechosos de querer estallar aeronaves en vuelo— podrían tomar dimensiones más pequeñas si solo se hicieran registros de seguridad a «jóvenes musulmanes».

Nuevamente el Islam es el centro de las acusaciones. Definitivamente, siguiendo un falso dogma, solo aquellos que rezan cinco veces al día en dirección hacia la Meca tienen fibra para dar terroristas «de calidad». Así, toda mezquita es indefectiblemente una guarida de conspiradores, y todo árabe, un discípulo del Viejo de la Montaña, aquel terrible bandido de la época de Marco Polo, que endrogaba a sus sicarios y les prometía el paraíso mahometano según el mayor número de crímenes que cometieran.

De prosperar la iniciativa de Lord Stevens, los musulmanes tendrán más motivos para sentirse discriminados. Masacrados diariamente en Palestina, bombardeados con fósforo vivo en el Líbano, torturados ellos y violadas ellas en Iraq, es iluso desear que devuelvan sonrisas ahora, cuando en los aeropuertos se les pida quitarse hasta los zapatos y dejar en tierra su pasta dental, por su semejanza con algún explosivo líquido.

Por cierto, un aparte: si no se puede subir pasta dental a una aeronave, ¿sí se puede llevar en un ómnibus londinense? ¿Peligran los que van a volar, pero no los usuarios del transporte público? ¿Alguien olvidó que los atentados del 7 de julio de 2005 ocurrieron en el metro y en un dobledecker?

«Ahí está, eso lo hicieron islamistas», me dirá algún astuto. Pero Timothy McVeigh, el ex militar norteamericano que en 1995 voló en pedazos un edificio en Oklahoma, probablemente no supo jamás diferenciar el Corán de un periódico; y Baruch Goldstein, el colono judío que un año antes había ametrallado a decenas de musulmanes que rezaban en la tumba de Abraham, en Hebrón, no tenía el mínimo rasgo árabe. Si ambos estuvieran hoy vivos y libres, y a punto de abordar un vuelo de la British Airways, tal vez ningún agente británico olería su peligrosidad. «Es que son rubios y hablan un inglés impecable…»

Ahora, mientras se debate un mayor acoso a los islámicos, un portavoz del Consejo Musulmán del Reino Unido, Inayat Bunglawala, advirtió que «el gobierno debe abstenerse de tal medida discriminatoria y evitar alejarse de la comunidad musulmana, con la que debe colaborar más estrechamente en la lucha contra el terrorismo».

Sin embargo, no creo que sus palabras logren estremecer las conciencias de quienes mandan.

Seguirá siendo mucho más atractivo cachear a un sospechoso que renunciar voluntariamente a la estrategia de dominación de las ex metrópolis hacia las naciones árabes, asentadas sobre mares de petróleo que han sido, paradójicamente, la causa indirecta de su desgracia. Y de su ira.

«Mejor lidiar con sospechosos aquí, que hacer justicia allá».

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