Un niño hace la señal de la victoria de regreso a Beirut. Foto: AP Este lunes comenzó el cese el fuego pedido por la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU.
Ehud Olmert, el primer ministro israelí, habló al Kneset (Parlamento) sobre un «duro golpe» contra Hizbolá, al tiempo que Hassán Nasrallah, líder del grupo chiita libanés, subrayó la «victoria estratégica» contra Israel.
Es difícil, realmente, hablar de ganadores entre tanto destrozo. Más de 350 pueblos y ciudades atacados, unos 1 200 muertos, 3 700 heridos, más de 900 000 desplazados y daños materiales por 6 000 millones de dólares, son los resultados preliminares para el Líbano. En el otro lado, perdieron la vida unos 40 civiles en 50 localidades, mientras que un centenar de soldados no sobrevivieron a la férrea resistencia de los guerrilleros libaneses.
Vayamos por partes: ¿ha triunfado el ejército israelí? Sería absurdo decirlo. ¿Puede alguien señalar dónde está la tumba de Nasrallah? ¿Se conoce de tan solo un militante de Hizbolá que, cabizbajo por la vergüenza de la «derrota», haya entregado su armamento?
Las fuerzas sionistas, unas de las mejor pertrechadas del mundo y con un poderío aéreo incontestable, no alcanzaron a detener la avalancha de cohetes Katiusha que, hasta último momento, estuvo cayendo en las ciudades del norte del país.
Han sido 33 días de represalias contra los civiles. Pero la red de búnkeres y el arsenal en poder de la resistencia libanesa no han sido afectados. Los reportes del Ministerio de Defensa israelí hablaban de cuatro centenares de milicianos de Hizbolá muertos, de «apenas 1 200». Hasta este instante, es una curiosidad saber cómo Israel ha contado cadáveres que no están en su poder; pero si lo tomamos por cierto, ¿no significa acaso que un puñado de hombres ha tenido en jaque a más de 15 000 infantes sionistas, y ha dispuesto del tiempo y la habilidad suficientes para, además, disparar misiles contra el territorio vecino?
Y pregunto, ¿por qué, si le resultaba tan «fácil», Israel no terminó el «trabajo»?
Simplemente porque le hubiera sido imposible terminarlo. No tiene dos vueltas: la estrategia militar de Tel Aviv demostró ser un fracaso ante una guerra de guerrillas. El ex legislador israelí Uri Avnery lo explica muy razonablemente: «un ejército que ha estado actuando por muchos años como una fuerza policial colonialista contra la población palestina y que pierde su tiempo corriendo tras los niños que tiran piedras, no puede ser eficiente».
Entendido esto, puede creerse que la resolución 1701 no vino solo en auxilio del Líbano…
¿Y en cuanto a Hizbolá? Ciertamente su respuesta coheteril causó sorpresa. Por tal razón, es de ese grupo del que más se encarga el texto, sin llamarlo por su nombre. De hecho, se prohíbe introducir armas al territorio libanés sin el consentimiento del gobierno, y que entre la frontera común y el río Litani —en el sur— haya otro personal armado que no sea el ejército del país árabe o las fuerzas de la ONU.
No obstante, ni se les dan plazos para que entreguen armas, ni se logró provocar la repulsa de la sociedad libanesa contra ellos, sino mayor apoyo, y aún tienen en su poder a los soldados israelíes capturados el 12 de julio. Una carta de cambio…
¿Algún vencedor? Bueno, nadie ha dicho: «¡Nos rendimos!». El Líbano sangra, una potencia y su ejército no pueden creer cuán mal parados han quedado, y una fuerza política y guerrillera sobrevive.
El Medio Oriente dócil y fácil de Bush es cada vez más una fantasía...