Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Más que un torrente de voz, una eterna pasión

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

Basta con que el cartel lumínico anuncie Al aire para que todo el cuerpo parezca un hervidero. Sucede siempre, aunque estar de frente a ese aviso ya sea un complemento en el diarismo de Ernesto Valdés Barceló, locutor espirituano activo con ocho décadas de vida.

Ha llovido bastante, desde su primer encuentro con el micrófono. Sin imaginarlo, una noche de 1964 marcó el bautismo de fuego. Los nervios de entonces casi salieron del cuerpo, mas el joven Ernesto se impuso. Junto a él, además de los oídos de casi toda la ciudad de Sancti Spíritus, estaban los de su compañero de trabajo. Al otro día, la propuesta resultó comenzar desde las seis de la tarde, lo que significó una mayor complejidad.

Volvió entonces al pequeño estudio de Radio Nacional, luego Radio Sancti Spíritus y hora a hora moldeó su voz. Mas, inconforme como es hasta la médula, luego de unos cuantos sustos tomó una decisión: no sería locutor.

Después de mucho pensar con algún que otro argumento bien hilvanado entró a la oficina del director, quien al escuchar su negativa a seguir con aquel encargo de sentarse frente al micrófono ripostó: «Tú vas a ser locutor por mis pantalones».

Entendió de golpe que ese sería su trabajo. Y con la aceptación llegó la misión de estudiar y aprender mucho como sus únicas posibilidades para subsistir.

Se pegó a los más experimentados. La práctica le hizo entender la técnica de la locución. Programa a programa la fuerte voz se hizo familiar. También sucedió en más de un acto importante de la entonces provincia de Las Villas, luego en Sancti Spíritus. Atreverse a enumerar cada uno resulta un desacato a la concisión periodística.

Por eso hablar sobre Ernesto es escudriñar en las raíces de la radio en este central terruño.

Entre tantas anécdotas, todavía se estremece tal y como lo vivió cuando se convirtió en 1972 en Locutor A, la máxima calificación entonces. Pero a la euforia la acompañan otros añadidos: fue el primero en la otrora provincia de Las Villas y de los pocos en el país. Una distinción que también le generó algunos sinsabores por miradas cuestionadoras y más de una prueba en vivo. Pero Ernesto Valdés no entiende de ponerse de rodillas frente a los retos.

De ahí que mencione con dolor su mayor deuda: no haber cursado la tan anhelada universidad. Con la carrera de Filología prácticamente en las manos el sueño se esfumó por razones ajenas a su voluntad.

Habla del pasado con total nitidez. Todavía siente los olores y admira los colores de la urbe del Yayabo, cuando la atravesaba en bicicleta para llevar las compras hasta las casas de los clientes de la bodega,
donde laboró con 12 años de edad para aliviar la economía familiar. De aquellos días guarda muchos cuentos. Sabe de memoria qué existió en cada uno de los recodos de la cuarta villa y varios de los sucesos que se han suscitado en ella. También tiene el hábito de leer. En el tablet, que no lo abandona desde que Radio Sancti Spíritus recibió una inyección de tecnología, guarda libros que le roban las pocas horas de descanso.

Porque además de ponerles voz a programas dramatizados e informativos se divide como profesor de quienes apuestan por conquistar el éter. Varias generaciones de espirituanos han bebido de su savia.

Por tanta entrega y pasión por el medio radial, Ernesto Valdés tuvo el mejor de los agasajos en 2007. La noticia llegó sin esperarla. Recibió el 22 de agosto de ese año el Premio Nacional de Radio, y en 2022, el de Maestro de Juventudes, por la Asociación Hermanos Saíz. Y para estar en sintonía con la vieja usanza del Periodismo es el único espirituano que se prestigia con ambos reconocimientos.

Sin dudas, para cualquier radialista tenerlo cerca es una fiesta. Antes de que la tensión se le acomode en su cuerpo ante la señal del director del programa, ameniza la jornada con sus anécdotas y consejos siempre en ristre. Demasiados saberes aún le restan por compartir: «Más que un torrente de voz, la locución es una profesión que hay que querer como se quiere una familia». 

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