Fuera cierta o no, la denunciada incursión de drones rusos en el espacio aéreo de Polonia se está convirtiendo en otra justificación de los países europeos que insisten en infligir un golpe que desestabilice a Moscú.
El Kremlin ha dicho que los disparos reportados la semana pasada no tenían por objetivo el territorio polaco, sino objetivos en el frente de guerra con Ucrania, con lo que aceptó tácitamente que, si los 19 drones surcaron el espacio aéreo polaco, fue por accidente. Debido a su capacidad tecnológica, tampoco podían alcanzar esa distancia.
Pero, pese a la alharaca que siguió a la denuncia, la manera en que naciones europeas en la OTAN están utilizando el presumible suceso, muestra que los 19 drones «sobrevolando» el suelo polaco a quienes más han beneficiado es a ellas.
El propósito sigue siendo atizar el fuego contra Moscú, y empujar el rearme europeo bajo el pretexto de que deben prepararse para un «ataque» de Rusia.
Inmediatamente después del susodicho «suceso» se divulgó que Alemania se habría propuesto elevar a más del doble los efectivos de su ejército, de modo de estar «listos» para un enfrentamiento con las tropas de Moscú en 2029.
Ello significaría reclutar a decenas de miles de soldados, según la revelación hecha por la agencia Reuters, que tomó como fuente documentos confidenciales del Ejército, se divulgó.
Además, Berlín ha dicho que quiere incrementar su vigilancia en Polonia.
Pero, quizá, la «repercusión» más importante sea que a partir de la presunta incursión de los drones rusos por el cielo de ese país —más «preocupante» para Europa porque ni la defensa antiaérea de ese país ni las fuerzas de la OTAN los habrían podido interceptar, ni siquiera, detectado— Varsovia ha dado permiso a la presencia de tropas de la Alianza Atlántica en su territorio.
La autorización y el emplazamiento responden a un programa denominado Centinela del Este, anunciado por el bloque unos días después de divulgarse lo de los drones.
Ello añade tensiones en un panorama donde, precisamente, la injerencia europea sigue entorpeciendo las casi detenidas negociaciones entre delegaciones de Rusia y Ucrania, mediadas por Donald Trump, para dar solución política a un conflicto creado en buena medida por la propia OTAN, luego de que entusiasmara a Kiev con su entrada a la organización: esa fue la primera provocación a Rusia, por el peligro que significarían las tropas aliadas a sus puertas.
Ahora, sin embargo, estarán en el traspatio, detrás de las fronteras de su vecina y aliada estratégica Belarús, cuyo cuerpo armado, precisamente, realiza en estos momentos ejercicios con sus colegas rusos que han hecho erizar la piel a otros países vecinos.
Iniciados los enfrentamientos luego del comienzo de lo que Moscú denominó operación militar especial en febrero de 2022, fueron las presiones de naciones como Gran Bretaña, Alemania y EE. UU., las que frustraron incipientes negociaciones establecidas poco después de comenzar los enfrentamientos bélicos.
Exceptuando a Washington, por el cambio de política de Donald Trump acerca de este asunto, Londres y Berlín vuelven a liderar la injerencia acompañadas por París, y torpedean una negociación a la que no fueron invitadas, inconformes con un proceso que no dañe a Moscú y donde su protegido y manipulado Gobierno de Kiev, no aplaste a Rusia.
Temores a nivel global están detrás de la animadversión hacia Moscú, como su rol junto a China —otra potencia emergente— en la conformación de un mundo multipolar no dominado por Occidente que tampoco gusta a Estados Unidos… Aunque Donald Trump puede tener motivos específicos que maticen sus relaciones con el Kremlin.
Sin embargo, serán los mismos que atizan la guerra quienes se perjudiquen. Mientras la paz se aleje, la estabilidad estará amenazada para todo el Viejo Continente.