Una pareja de golpistas. Autor: Getty Images Publicado: 19/07/2025 | 09:31 pm
Las presiones de Donald Trump sobre Brasil para que su justicia no procese al expresidente Jair Bolsonaro, traspasan los umbrales de toda ética y constituyen un intento de bofetada a la nación conosureña que esta no va a admitir.
El propio día en que el Presidente de Estados Unidos anunciaba la imposición, a partir del 1ro. de agosto, de aranceles del 50 por ciento a los productos brasileños que llegan a los mercados de su país, tras considerar que sobre Bolsonaro se cierne «una cacería de brujas», la Procuraduría en Brasilia certificaba que el proceso judicial contra el exmandatario ha entrado en su fase final.
Lula reivindicó la soberanía brasileña y ha reiterado que su ejecutivo no negociará bajo amenazas ni aceptará condicionamientos de potencias extranjeras.
Luego de la ventilación de las causas levantadas contra Bolsonaro por abuso de poder y empleo de los medios de comunicación «para defender una agenda personal y electoral tres meses antes de las elecciones», el Tribunal Supremo Electoral lo inhabilitó en julio de 2023 para ocupar cargos electivos durante ocho años.
Pero ahora el exmandatario está acusado de intento de golpe de Estado junto a otros siete encartados, en el afán de evitar que el actual jefe de Estado y entonces mandatario electo, Luiz Inácio Lula da Silva, tomara el poder en enero de 2023.
La escena alarmante y tan parecida a la vista en el Congreso de Estados Unidos, con cientos o tal vez varios miles de brasileños que asaltaron las sedes de los tres poderes del Estado en Brasilia para esas fechas, fue el resultado del reiterado discurso de odio del Presidente saliente, sus insistentes y mentirosas quejas de que las elecciones habían sido fraudulentas, y el modo en que dejó hacer a los manifestantes que durante días acamparon ante los cuarteles para pedir a los militares una asonada.
Sin embargo, esa fue solo la cara visible del intento sedicioso.
Investigaciones realizadas por la Policía dieron cuenta, algunos meses después, de la magnitud del plan golpista, denominado Verde y Amarillo, y que incluía el propósito magnicida de asesinar a Lula, a su vice Geraldo Alckim, así como al magistrado del Tribunal Supremo, Alexander de Moraes, quien hoy conduce las investigaciones.
Según ha podido colegirse durante el proceso y con la colaboración de uno de los acusados, Mauro Cid, quien fuera el secretario personal de Bolsonaro, existen pruebas que avalan la comisión por el exmandatario de cinco delitos: abolición violenta del Estado democrático de derecho, golpe de Estado, pertenencia a organización criminal armada, daño al patrimonio y deterioro de patrimonio protegido. Las penas máximas sumarían más de 40 años de prisión.
Como se hallaron indicios de que podría intentar una fuga, al acusado se le han impuesto restricciones horarias de movimiento fuera de su domicilio, y el uso de una tobillera electrónica.
El fiscal general, Paulo Gonet, considera que Bolsonaro generó de forma consciente «un ambiente propicio a la violencia y al golpe», y usó las estructuras y recursos del Estado «para fomentar la radicalización y la ruptura democrática».
Además, pidió que también se condene al excomandante de la Marina, Almir Garnier, el único de los tres comandantes de las Fuerzas Armadas que se sumó a la trama golpista; al exministro de Justicia Anderson Torres; el extitular de Defensa, Paulo Sérgio Nogueira, y el general Walter Braga Netto, exjefe de Gabinete y exministro de Defensa. Tambien se juzga al General Augusto Heleno, exministro del Gabinete de Seguridad Institucional; a Alexandre Ramagem, exdirector de la Agencia Brasileña de Inteligencia, y al propio Cid.
Analistas comentan que la reticencia de la Fuerza Armada a sumarse, inhibió la consumación de los planes.
¿Amigo o candidato?
Uno de los hijos del encartado, Eduardo Bolsonaro, quien hace meses mudó su residencia a Estados Unidos, ha sido señalado como traidor por cabildear allí para que Trump lanzara el chantaje presuntamente salvador de su padre —y que pudiera hundir los nexos entre las dos mayores economías de las Américas. Todo dependerá de eventuales negociaciones y de la respuesta con que Brasil, desde el punto de vista comercial, reaccione.
Pero resulta obvio que, en este caso, las presiones de Trump constituyen una injerencia en la vida política y judicial brasileña imposible de aceptar.
Se sabe que ambos, el jefe de la Casa Blanca y el otrora ocupante del Palacio de Planalto, disfrutaron una relación fluida, como correspondía a un magnate con tanta arrogancia que, para su orgullo, tenía un clon y aliado a su disposición en Sudamérica.
Bolsonaro mal gobernó con el mismo estilo despótico del estadounidense y de cierto modo «anarquista», si se atiende a su proyección contra lo establecido; no se encomendó siquiera a la razón, y su negacionismo le hizo ignorar hasta los cuidados dictados durante el azote de la COVID-19 —una gripezinha, decía él— lo que condujo a la muerte de unos 700 000 de sus compatriotas.
Pero su desempeño populista le ganaba el favor de muchos adeptos, razón por la cual se estima que la derecha brasileña no tiene aún sustituto para él capaz de enfrentar a Lula, si el líder del Partido de los Trabajadores se postula, como se espera, para las cercanas elecciones presidenciales de 2026.
Aunque algunos creen que este capítulo belicoso desatado por Trump pondría en aprietos a Lula desde el punto de vista de su aceptación popular, resulta más lógico pensar que, por el contrario, las bravuconerías del emperador harán que los brasileños cierren filas con su actual mandatario.
Mas, no solo hay un intento de presión y chantaje que apunta a burlar la autodeterminación de la justicia y la institucionalidad brasileñas. También, ciertamente, existe una amenaza a la estabilidad comercial, pero, ¿quiénes se perjudican más?
Washington también pierde
Se da una condición sui géneris en el caso brasileño, si se le compara con el resto de las naciones involucradas por Donald Trump en sus locas guerras comerciales: la balanza de intercambio entre ambos no arroja déficits para Estados Unidos; por el contrario, el lado flaco ha sido para Brasil, que en los últimos 15 años tuvo pérdidas de unos 400 000 millones de dólares, dijeron fuentes periodísticas citando al Gobierno de EE. UU.
Por eso el rechazo no ha sido solo del vicepresidente Alckim y la Cancillería de Brasil, quienes en carta al titular de Comercio de Estados Unidos, Howard Lutnick, y al representante comercial de la nación norteña, Jamieson Greer, expresaron la indignación de su Gobierno por los aranceles y advirtieron que la medida tendrá un «impacto muy negativo en sectores importantes de ambas economías», por lo que pondrá en riesgo la histórica asociación económica entre ambos países… luego de recordar que Brasil «acumula grandes déficits comerciales» con Washington, «tanto en bienes como en servicios».
Mientras el ejecutivo presidido por Lula, en unión con el Congreso y la participación de sus hombres de negocio, fraguan la respuesta comercial que su país dará al ultimátum de Trump, los propios empresarios estadounidenses han reaccionado en contra.
Un mensaje de la Cámara de Comercio de ese país, que también suscribe la Cámara de Comercio Americana para Brasil, advirtió hace que la medida «en respuesta a cuestiones políticas más amplias, tiene el potencial de causar un grave daño a una de las relaciones económicas más importantes de EE. UU., así como sentar un precedente preocupante».
Brasil, recordaron, se incluye entre los diez principales mercados para las exportaciones de EE. UU., y es el destino de alrededor de 60 000 millones de dólares en bienes y servicios estadounidenses cada año.
Así 6 500 pequeñas empresas de la nación norteña dependen de productos importados de su hasta ahora socio sudamericano, y 3 900 compañías estadounidenses tienen inversiones en aquel territorio.
En consecuencia, ambas instituciones alertaron que el gravamen afectará «productos esenciales para las cadenas de suministro y los consumidores estadounidenses», lo que «aumentaría los costos para los hogares y reduciría la competitividad de los sectores productivos estratégicos de EE. UU.», aseguraron.
Faltan unos días para que se cumpla el plazo de aplicación anunciado por Trump. Veremos en ese lapso si el anuncio es otra de sus acostumbradas «activas» para hacer política mediante la fuerza, o si está dispuesto a arriesgar, por Bolsonaro, la estabilidad de los nexos comerciales con la importante economía brasileña.