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El petróleo: santo y seña

Buenos vientos soplan para la economía de Venezuela

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Quienes vituperan del modelo bolivariano rezongarán. Pero la noticia que acaba de dar Nicolás Maduro no podía ser más halagüeña para los venezolanos, sean del color que sean.

El trimestre que acaba de terminar representó el decimotercero consecutivo de crecimiento de la economía. Dicho así, a secas, puede que no impacte mucho. Mas, si se toma en cuenta que en el anterior, el índice del PIB fue del ocho por ciento, puede colegirse que no será del todo difícil que se cumplan las expectativas fijadas para este año, en que se calcula el propio ocho por ciento anual al terminar diciembre, lo que significaría un crecimiento tres por ciento más alto que el de 2023… Y, obviamente, una mejor vida para todos, de cualquier partido o tendencia.

Una economía saludable coloca piso sólido al propósito de que este mandato sea la arrancada de una mejor etapa en la vida nacional, lo que ofrece importante asidero a la estabilidad de un país azocado por las presiones foráneas, sobre todo desde el punto de vista diplomático, apoyadas en la labor de zapa de la derecha local, que usa ahora como banderilla el afán por que se desconozcan los resultados electorales de julio e ilegitimar internacionalmente al Gobierno de Maduro, mientras, adentro, la estrategia ha sido soliviantar.

Pero, además, los resultados económicos se imponen a las más de 900 medidas punitivas dictadas desde Washington a partir de 2015 para asfixiar, precisamente, la economía y hacer trizas la imagen del Estado. Obviamente, las sanciones afectaron sobremanera la producción del primer rubro nacional: el petróleo, que descendió de los tres millones de barriles diarios que Pdvsa ponía en el mercado en sus mejores momentos a 400 000 por jornada, la cota más baja, con el consiguiente daño al bienestar de la ciudadanía.

Sin embargo, la producción era de 876 000 barriles diarios en diciembre, y a estas alturas se afirma que está picando cerca del millón, con tecnología propia. Claro que eso solo no habría bastado para salir económicamente del marasmo. Además, deben contarse los resultados en la agricultura, un sector que Hugo Chávez se empeñó en hacer crecer para asegurar lo que él llamaba con frecuencia el «desarrollo endógeno», y conseguir que la alimentación del país no dependiera únicamente del petróleo.

Finalmente, a ese rubro, que Maduro ubica acompañado de otros 17 «motores de la economía», se le adjudica un crecimiento de 5,8 por ciento este año, en tanto las exportaciones no tradicionales crecieron 429 por ciento durante los primeros cinco meses. El Banco Central afirma que hay una desaceleración del indicador de precios que llegó al 0,75 por ciento en julio, todo un acontecimiento luego de la hiperinflación que se registró entre 2017 y 2021. El efecto positivo en las personas puede colegirse en el índice de consumo interno, que creció un 8,99 por ciento.

EL CRUDO, PESE A TODO

Desde luego, el petróleo venezolano seguirá teniendo protagonismo en la economía siempre que Pdvsa se siga recuperando, como lo ha hecho gracias a su empeño, y a las inversiones y abastecimientos de urgencia de naciones amigas como Irán, que la proveyó en su momento de los insumos necesarios para refinar y remplazar piezas deficitarias. Analistas venezolanos afirman que también hubo inversiones en ese lapso de China, México y Turquía.
Pero, obviamente, tiene un gran peso la demanda.

El hecho de que el país posea reservas probadas equivalentes a más de 300 000 millones de barriles, reconocidas como de las más altas —o tal vez la más alta— del mundo, mantiene a ese recurso como pilar, entre otros que hacen de Venezuela un territorio con abundantes riquezas.

De otro lado, el cada vez mayor empleo de energías renovables o, en cualquier caso, el deseo expreso por muchos países de transitar hacia ellas, no promete que en el corto plazo se pueda materializar, y asegurarnos de que el clima del planeta no se seguirá depredando.

Por ahora, el crudo sigue siendo necesario.

Desde el punto geoestratégico, la preocupante continuación de las tensiones en Europa con las sanciones a Rusia, y la amenaza de un conflicto peor al que la enfrenta a Ucrania —«gracias» a la injerencia de EE. UU. y Occidente— se dan la mano con el veloz enrarecimiento del ambiente en el Medio Oriente para reivindicar a Venezuela como un suministrador necesario, al que no van a renunciar ni siquiera los países que, como Estados Unidos, han castigado su industria energética.

Las cifras que circulan en torno al consumo estadounidense de crudo venezolano pudieran ser sorprendentes tomando en cuenta las sanciones que Washington ha puesto en vigor contra Pdvsa desde 2015.

Según los datos brindados hace apenas tres días por la Administración de Información Energética de Estados Unidos (EIA), Venezuela se convirtió en el mes de julio en el tercer suministrador de crudo de la nación norteña luego de desplazar a Arabia Saudita.

Ello pasa por las triquiñuelas del presidente saliente, Joe Biden, quien, alternativamente, ha estado endureciendo y suavizando las medidas punitivas al sector de los hidrocarburos venezolanos, hasta concluir en mayo pasado con la emisión de la Resolución 44A de la Oficina de Control de Activos (OFAC) que, al tiempo de restringir las inversiones extranjeras, se abrogó el derecho de decidir a qué compañías concederlas.

Siendo igualmente la mar de ilegal e injerencista, la Resolución posibilitó que no solo la estadounidense Chevron —responsable de la llegada de los primeros cargamentos de barriles de crudo venezolano a las costas de EE. UU. desde 2019—, la española Repsol o la italiana Eni, entre unas pocas agraciadas hasta entonces, pudieran establecer convenios con Caracas.

Muchas firmas presentaron entonces sus solicitudes. Otra veintena ya había establecido contratos entre la «liberalización» para hacer lo que había «concedido» antes la Casa Blanca, y el nuevo y relativo cierre. Es cierto que la administración demócrata tiene bastante con el entuerto creado en el Medio Oriente por su apoyo a Tel Aviv, y con la amenaza latente del uso de armas nucleares en Europa, empujada por la agresividad de la OTAN contra Moscú y la entrega de armas a Ucrania para que las emplee contra Rusia. Por si fuera poco, Estados Unidos está inmerso en elecciones.

Pero llama la atención que ni siquiera la campaña anti-Maduro de una oposición prohijada por la propia Casa Blanca y su narrativa del fraude haya desatado nuevas e ilegales medidas de castigo contra Venezuela. Sobre todo, porque esa derecha es la justificación de Washington para seguir interviniendo.

Las presiones dentro del Congreso para que lo haga existen.  Ante ellas, Brian Nichols, secretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental, dijo en una reunión online con la prensa, efectuada el 27 de septiembre, que su Gobierno estaba «estudiando muy de cerca» la posibilidad de imponer más sanciones a individuos en Venezuela y revocar las licencias a empresas petroleras que trabajan en el país sudamericano. Pero más adelante puntualizó que la Casa Blanca también trabajará «en consulta con nuestros amigos y aliados que también están preocupados por este tema». Veremos qué pesa más.

De cualquier modo, nuevas posibilidades para los hidrocarburos venezolanos pudieran abrirse en el contexto de los Brics. Mejores si, en su cercana cumbre de Kazán, la solicitud de ingreso de Caracas al grupo es aceptada. La economía venezolana ha echado nuevamente a andar, y el mundo es cada vez menos unipolar.

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