Por su prestigio intelectual, patrimonio cultural y belleza arquitectónica la ciudad de París ha merecido una notable celebridad a escala planetaria. Autor: The Agility Effect Publicado: 24/08/2024 | 09:20 pm
Como pocas urbes que han merecido en algún momento de la historia la condición de capital mundial de la civilización, París continúa impactando a la comunidad planetaria por su peso en los ámbitos académico, museográfico, de la producción editorial y cinematográfica, de las relaciones internacionales, del confort industrial, y de los eventos musicales y deportivos.
A la par de otros conglomerados humanos que han recibido sobrenombres de prestigio como Città Eterna (Ciudad eterna, Roma), Big Apple (Gran manzana, (Nueva York) o Cidade Maravilhosa (Ciudad maravillosa, Río de Janeiro); la Ville Lumière (Ciudad de la Luz, París) de los científicos, artistas visuales, diplomáticos y escritores se ubica entre las expectativas vitales de cada viajero y diletante de la cultura.
Si bien es plausible la hipótesis de que el apelativo de París alude a Les Lumières—la célebre Ilustración que trastocó la percepción de conocimiento filosófico, antropológico y legislativo del hombre moderno en las décadas que antecedieron a la Revolución Francesa—, también es verificable la condición pionera de la capital de los franceses en esferas como el alumbrado público, las exposiciones universales y el empleo doméstico de la electricidad.
Imprescindible y cómplice, la iluminación artificial resulta indisociable de la actividad recreativa, intelectual y productiva del sujeto contemporáneo. Más allá de su componente utilitario, las luces han adquirido una connotación cultural y simbólica, según lo atestigua el impacto de eventos internacionales como la Fête des Lumières (Lyon), el Light Festival
(Ámsterdam) y Montréal en Lumière.
Sin minimizar la trascendencia de la vida nocturna parisina, y de otras urbes también célebres por su condición bohemia y noctámbula; analizaremos cuán nocivo resulta a escala planetaria la proliferación de fenómenos como el despilfarro energético o la desmesura publicitaria. Dadas las actuales condiciones sociales y ecológicas por las que atraviesa el mundo contemporáneo, se impone debatir cómo podría concebirse una
Ville Lumière más sostenible y racional, que permita su conocimiento y disfrute para las futuras generaciones.
Entre la admiración y el desahogo
Entre las invenciones que transformaron radicalmente el dinamismo de la sociedad moderna durante el siglo XIX —el telégrafo, la navegación a vapor, la linotipia, la fotografía, el ferrocarril y el cinematógrafo—, el empleo del gas y de la electricidad para el alumbrado público contribuyó de manera decisiva a garantizar aspiraciones ciudadanas, como el auge del comercio minorista, la disminución de los índices de delincuencia o la prevención de los accidentes viales. Este fenómeno fue percibido por los escritores modernistas, como Julián del Casal que manifestó su atracción por el «impuro amor de ciudad» y sus resplandores artificiales.
En efecto, la capital francesa —el mayor referente de los movimientos artísticos de vanguardia, desde el romanticismo hasta el surrealismo— tuvo la condición de adelantada en el empleo en espacios públicos de la iluminación de gas. Desde las primeras décadas del siglo XIX, gracias a la invención de la termolámpara del ingeniero y químico Philippe Lebon, los lugares más representativos de la urbe parisina, como el Passage des Panoramas, el Palais-Royal o los Jardines de Luxemburgo fueron iluminados por la compañía británica Windsor. Esta ventaja civilizatoria aportada por el período de desarrollo industrial del capitalismo, fue exaltada por múltiples cronistas y divulgadores, entre ellos Louis Figuier (1819-1894), quien colocó al gas comprimido entre los grandes sucesos científicos de su generación.
Durante las Exposiciones Universales de 1878, 1889 y 1900, París se convirtió en una colosal vitrina de los adelantos civilizatorios en esferas como la arquitectura, las artes decorativas y la producción industrial, al punto de ser identificada como la «capital del siglo XIX», según la bautizara el historiador Walter Benjamin. En la memoria colectiva de quienes asistieron a estas exhibiciones magníficas del ingenio humano, se registró el encendido de la Torre Eiffel con 4 000 reverberos de gas —proeza de la ingeniería aclamada por José Martí en las páginas de La Edad de Oro—, y la inauguración del Palacio de la Electricidad que conmocionó al futuro emprendedor Fernand Jacopozzi (1877-1932).
Durante las primeras décadas del siglo XX y de la mano de Jacopozzi, los efectos lumínicos engalanaron los eventos de mayor connotación pública —en espacios tan representativos como el Arco del Triunfo, la Plaza Vendôme y la Catedral Notre-Dame—, tanto en la Exposición General del Automóvil (1907), la Exposición Internacional de las Artes Decorativas e Industriales Modernas (1926) y la celebración por los diez años del Armisticio de la Primera Guerra Mundial en 1928.
El color de la evidencia
Si bien resulta imposible concebir la existencia cotidiana sin la invención del ámpula eléctrica o bombilla que patentó Thomas Edison en 1878, no menos evidente es la necesidad de propiciar su empleo racional, tanto en el ámbito público como en los espacios domésticos. Aunque se han gestado adelantos que propician la eficiencia de los equipos reflectores como los Light Emitting Diode (LED), en múltiples contextos han emergido reclamos sociales para combatir el derroche energético y la contaminación lumínica.
Como pocos actores de la sociedad civil, la Asociación Nacional para la Protección del Cielo y del Entorno Nocturnos (ANPCEN) ha develado el impacto ecológico y socioeconómico de la iluminación artificial. Sin negar la contribución de la Smart Lighting —en espacios como el 15to. distrito de París, donde ha propiciado el ahorro de miles de kilowatts cada año—, la ANPCEN ha puesto en evidencia cómo se ha duplicado el uso de la iluminación nocturna durante las últimas décadas, lo cual representa el 41 por ciento del gasto total de energía de las entidades locales de la Francia metropolitana.
Aunque la migración hacia los reflectores LED pudiera generar un ahorro energético neto hasta del 70 por ciento, se han previsto en Francia estrategias de comunicación para sensibilizar a los ciudadanos como el Jour de la Nuit (el Día de la Nocturnidad), para divulgar los efectos de la contaminación lumínica para la biodiversidad y para el funcionamiento del metabolismo humano. En efecto, la luz artificial perturba los ciclos de alimentación, reproducción y desplazamiento de los seres vivientes, incluyendo las especies florales que aceleran sus ritmos biológicos de floración. En el caso específico de los seres humanos, la exposición a determinados niveles de luz artificial puede generar afectaciones tanto inmunitarias como endocrinas y nerviosas.
Al observar los mapas de difusión lumínica obtenidos a partir de vistas satelitales, percibimos que la contaminación lumínica afecta a cuatro quintas partes de los territorios habitados por el hombre, en particular de las regiones con mayor desarrollo demográfico y tecnológico.
En la misma dimensión que otras modalidades de contaminación ambiental —atmosférica, hídrica y geológica—, la polución lumínica es un detonador del cambio climático que amenaza de forma irreversible la sobrevivencia de la especie humana.
El costo de la energía
Así como la Torre Eiffel aún desconcierta por sus dimensiones colosales, Electricidad de Francia (EDF) abarca una extensión pantagruélica dentro del mercado electroenergético global. Con un parque en funcionamiento de 56 centrales nucleares y una capacidad de generación 62 gigawatts, EDF se ubica entre las grandes empresas mundiales, tanto por su potencia instalada como por sus márgenes de ganancia. El peso de este grupo administrado por el Estado francés también se traduce en las 7 000 toneladas de uranio importadas cada año, el equivalente a la décima parte de la demanda mundial.
A raíz de los golpes de Estado de tendencia nacionalista generados durante la presente década en los territorios que integraban el África Occidental —Guinea, Mali, Burkina Faso, Gabón y Níger—, que cuestionaron la presencia militar, financiera y comercial del Estado francés en su antigua zona de dominación colonial; las empresas de energía han extendido sus mercados de suministros más allá del desierto nigerino. En un contexto energético ya complejizado por la interrupción de suministros de hidrocarburos rusos, los consorcios radicados en la Francia metropolitana han renovado alianzas con productores de uranio en mercados tan distantes como Asia Central, Australia y Canadá.
A la par de la estrategia de diversificación de los aprovisionadores de la generación nuclear, las autoridades locales de la capital francesa han empleado medidas de sobriedad energética concernientes al uso de la calefacción y el alumbrado de las edificaciones públicas. Estos actos de sensibilidad ciudadana han sido secundados por los grupos ecologistas Resistencia a la Agresión Publicitaria y Lights off, que abogan por la desconexión de videos publicitarios y letreros luminosos durante las horas nocturnas.
El cese programado de la iluminación de los sitios culturales y administrativos más emblemáticos de la Ville Lumière —el Palacio de Versalles, el Élysée, el Museo del Louvre, la Torre Eiffel—, más que desconsuelo e incomprensiones, merece el respaldo de aquellos que abogan tanto por la perdurabilidad del legado artístico y arquitectónico, como por la sostenibilidad de la actividad humana en un contexto de crisis socioecológica.