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Caminos al futuro

Autor:

Amado René Del Pino Estenoz

A los lectores aficionados a los quiz de cultura general, probablemente les resulte familiar el nombre de la República de Guinea Ecuatorial —única nación hispanoparlante de África—, cuya importancia diplomática, ecológica y productiva está siendo refrendada en el actual escenario de las relaciones internacionales.

En épocas recientes la realidad ecuatoguineana ha estado ocupando de manera sostenida el interés de los medios de comunicación, a partir del proyecto de relocalización iniciado en 2014 de su capital administrativa Bioko ubicada en el territorio insular de Malabo, antiguamente conocido como Fernando Poo—, a la región continental atravesada por el río Muni.

Sobre los beneficios comerciales, urbanos y geopolíticos de la edificación de la urbe de Oyala —rebautizada como la Ciudad de la Paz—, se ha suscitado un debate enjundioso en el que ambientalistas, cuadros administrativos y politólogos no han dicho la última palabra.

Entre las Razzias y la desidia

Aunque las exploraciones de navegantes portugueses en la costa de Guinea se remontan a la segunda mitad del siglo XV, los imperios coloniales ibéricos no llegaron a un acuerdo de «posesión» del vasto territorio tropical que se extendía entre el delta del Níger y el cabo López hasta las décadas finales del siglo XVIII con el tratado de San Ildefonso (1777). La fundación de la Guinea española no se produjo hasta 1856 —fecha alrededor de la cual se designó desde Madrid al primer gobernador general—, y el control ultramarino se restringía a la isla de Bioko y los territorios costeros guineanos.

Ante el empuje de otras potencias coloniales que consolidaron su presencia en el África ecuatorial —Francia en Gabón, Alemania en Camerún y Gran Bretaña en Nigeria—, y que fueron las grandes favorecidas del reparto colonial del Continente Negro en el Congreso de Berlín (1884-1885), los españoles a duras penas retuvieron sus posesiones alrededor de los márgenes del río Muni después de haber sido despojados de sus posesiones ultramarinas durante la guerra hispano-cubano-norteamericana.

Luego de transitar una década por el régimen de autonomía, Guinea Ecuatorial alcanzó su independencia el 12 de octubre de 1968 como parte del proceso de descolonización que benefició a varias naciones del África Subsahariana durante la década de 1960. Sin deshacerse plenamente del fardo del neocolonialismo, la república ecuatoguineana tardó varios lustros en gestar proyectos de intercambio estratégico entre sus pares del continente africano.

Una sociedad en ciernes

Además del aprovechamiento de los recursos forestales y agrícolas del que dispuso tradicionalmente la República de Guinea Ecuatorial, se sumó el incremento en la década de 1990 de las exportaciones de petróleo —consolidadas gracias a su membresía plena en la OPEP—, lo cual generó un flujo de capitales inédito en la nación centroafricana. Aunque el Estado ecuatoguineano ha mantenido una dependencia neta hacia la facturación de hidrocarburos —al punto de que aún representa el 97 por ciento de su comercio exterior—, ocupan la cuarta posición dentro del continente africano en cuanto a la ratio PIB/habitante.

Durante la década final del siglo XX, la nación ecuatoguineana alcanzó un formidable espaldarazo en términos de complementariedad regional, al formar parte del grupo de seis países —junto a Gabón, Camerún, la República Centroafricana, la República del Congo y Chad—, que fundaron la Comunidad Económica y Monetaria del África Central (CEMAC). Gracias a esta alianza, erigida sobre la base de la otrora Unión Aduanera y Económica del África Central —fundada en Brazzaville hace 60 años—, ha sido propicio el libre visado entre ciudadanos, la franca circulación de mercancías y la gestión financiera común al interior de un espacio territorial que rebasa los 3 millones de kilómetros cuadrados y donde conviven casi 60 millones de habitantes.

Entre las acciones de mayor impacto infraestructural y socioeconómico que han sido auspiciadas por la Cemac, se encuentra el Programa Económico Regional (PER) que ha movilizado varios millardos de euros en pos del desarrollo electroenergético, de la optimización de la seguridad vial y de las comunicaciones terrestres, y del incremento de la conectividad a internet de las naciones beneficiarias. En Guinea Ecuatorial, han sido favorecidos por el PER la construcción de vías express y rutas transnacionales que han vuelto expedita la circulación de vehículos, el tendido de redes eléctricas y el emplazamiento de cables de fibra óptica.

Encuentro de oportunidades

Pese al predominio del grupo étnico Fang, la condición mayoritaria de los hispanoparlantes —los locutores nativos y los que emplean el idioma español como vehículo de comunicación—, y la preminencia de la religión católica, la sociedad ecuatoguineana es considerada como un referente de cosmopolitismo dentro del ámbito centroafricano.

Luego de sendas reformas constitucionales en 1998 y 2011, Malabo anunció la adopción del francés y del portugués como idiomas oficiales, dada la importancia comercial, profesional y administrativa en territorio ecuatoguineano de las lenguas de Molière y de Camoëns. Esta decisión precipitó el ingreso de Guinea Ecuatorial en la Organización Internacional de la Francofonía y en la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa; dos prestigiosos cónclaves internacionales que potencian el diálogo intercultural, la educación inclusiva y la multilateralidad.

Entre las acciones más potentes concebidas por la República de Guinea Ecuatorial para consolidar su proyección regional, está incluida la fundación de Oyala que, luego de una década de trabajos ininterrumpidos, cuenta con la infraestructura necesaria para el traslado paulatino de las funciones administrativas de la ciudad capital. Situada en el corazón de la geografía ecuatoguineana, cuyo acceso se hace expedito gracias a las formidables inversiones en las carreteras viales, la también conocida como Ciudad de la Paz aspira a convertirse en un centro turístico, académico y geopolítico para el ámbito centroafricano.

Aunque las exportaciones petroleras ya no resultan tan promisorias como a mediados de la década de 2010, está prevista la construcción dentro del conjunto inmobiliario de Oyala de un parque tecnológico, de una zona de desarrollo industrial y de un complejo turístico para los negocios internacionales. Dotada de una universidad con capacidad para acoger una matrícula de 10 000 estudiantes distribuidos en 14 facultades docentes, la urbe también conocida como Djibloho ha demandado una inversión de centenares de millones de euros y ha requerido el concurso de contingentes de obreros provenientes de naciones vecinas como Camerún, Burkina Faso y Costa de Marfil.       

A pesar de su proyección futurista, y de la demanda incesante de recursos y de mano de obra; la ejecución material de Oyala/Djibloho ha generado estados de opinión adversos —como del que se hizo eco un artículo publicado en 2022 por Le Monde—, que califican al proyecto de traslado de la capital ecuatoguineana como de «megalómano» y de «faraónico». Más allá de estas expresiones despectivas —emitidas insistentemente dentro de la oposición política del gobernante Partido Democrático de Guinea Ecuatorial—, no han decaído los empeños para consumar la utopía urbana y administrativa que representa la construcción de la Ciudad de la Paz.

Tanto por motivos de congestión urbana, de peligros de sumersión territorial asociados al cambio climático, para contrarrestar la dominación de un grupo étnico o expandir las oportunidades de crecimiento económico; han sido varios los Estados que han evaluado las ventajas del traslado de sus ciudades capitales, tales como: Indonesia, que inició en 2021 los trabajos de construcción de Nusantara, su venidera capital que albergará la costa sur de la isla de Borneo; Malasia, que erigió a un costo de casi cinco millardos de euros la nueva cabecera administrativa Putrajaya, situada a medio camino entre Kuala Lumpur y su principal aeropuerto internacional; Nigeria, que en los compases finales del siglo XX designó a Abuja como su capital, sin desproveer a la ciudad costera de Lagos de su condición de principal megalópolis y de centro de su producción industrial, petrolífera y cinematográfica; y, más recientemente, Egipto, que comenzó a erigir en medio del desierto una ciudad futurista para descongestionar la densidad poblacional de El Cairo en un territorio próximo al Canal de Suez.

Estas acciones impulsadas por las naciones emergentes han tenido como punto de partida histórico la proyección de Brasilia en la década de 1950, que concibió repartir el poder económico y demográfico hasta ese momento acaparado por Río de Janeiro y São Paulo; y que gracias a su osada y funcional arquitectura hoy forma parte de las expresiones modernas del patrimonio cultural de la humanidad.

Con independencia del tiempo que demande el traspaso definitivo de las funciones de ciudad capital a Oyala, ese proyecto no ha generado la indiferencia de los ciudadanos ecuatoguineanos que aspiran a consolidar las transformaciones impulsadas por el proceso de descolonización. En un contexto planetario donde predominan la multipolaridad geopolítica y el concurrente flujo de capitales, la República de Guinea Ecuatorial prosigue en su quimera de consolidar una sociedad más abierta a sus vecinos centroafricanos como corresponde a su posición cardinal dentro del Continente Madre.  

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