La sociedad de consumo. Autor: Tomada de Twitter Publicado: 13/04/2024 | 08:33 pm
Tal como lo identificara el cantautor Rubén Blades en una de sus célebres canciones, el plástico continúa siendo, más allá de su valor utilitario, un símbolo por excelencia de la sociedad de consumo. Desde que se expandió su uso comercial en la década de 1950, los polímeros son parte indisociable de conglomerados industriales que abarcan sectores tan diversos como la cosmética, la farmacéutica, la producción de alimentos, los materiales de oficina, los utensilios domésticos, los objetos lúdicos, los implementos deportivos y la electrónica.
Así como el uso de la piedra marcó el desarrollo y crecimiento del hombre neolítico, resulta difícil imaginar el mundo contemporáneo prescindiendo de los miles de objetos plásticos que pueblan nuestra vida cotidiana.
Probablemente entre los desafíos medioambientales que han puesto en jaque las perspectivas de supervivencia de la especie humana, el calentamiento global y la polución atmosférica sea los que mayores angustias generen dentro de la comunidad planetaria.
Aun cuando se disponen de suficientes evidencias para prever cuánto lamentaríamos el aumento de la temperatura global en 2º Celsius —según lo expusieron, a partir de contundentes resultados científicos, los Objetivos de Desarrollo Sostenible—, no resulta un asunto menor para la conciencia ecológica de la humanidad los efectos generados por la contaminación de nuestros terrenos, mares y océanos producto de la expulsión de desechos en su mayor parte con fecha indeterminada de biodeterioro.
Sería en exceso reduccionista señalar a la industria petroquímica como la exclusiva beneficiaria de la expansión del plástico: desde las grandes cadenas de ventas de alimentos, los fabricantes de artefactos electrónicos y tecnologías de punta, hasta las prestigiosas marcas de la industria textil, han lucrado con las materias sintéticas en detrimento del equilibrio medioambiental y la esperanza de vida de sus potenciales consumidores.
Aunque se ha puesto en evidencia la inviabilidad del modelo de consumo de productos desechables —tan múltiples y variopintos como los envases, cubiertos, absorbentes, servilletas, prendas de vestir y mascarillas sanitarias—, se aprecia la indiferencia del gran capital y de las empresas empleadoras para revertir la situación establecida que garantiza sus ganancias. Lejos de disminuirse la producción de polímeros durante los años de la pandemia, la explosión del comercio en línea ha provocado un incremento del 36 por ciento debido al aumento de la dependencia del plástico en las envolturas destinadas a los envíos domésticos.
Si bien no escasean modelos de start-up (empresas emergentes) que han abogado por la fabricación de soportes biodegradables, fundamentalmente en los servicios gastronómicos, la perspectiva de incrementar los gastos constantes y transferir parte de esa inversión «ecológica» al bolsillo del cliente, no seduce a quienes optan a toda costa por mantener precios competitivos. Aunque ya existen prototipos de contenedores alimenticios realizados a partir del bagazo de caña o los llamados «bioplásticos» de maíz, cuyo proceso natural de descomposición puede completarse en cuestión de meses —a diferencia de la materia del polietileno que tarda decenas e incluso centenares de años en degradarse—, se prevé que un cambio del modelo empleado en la producción de envases para mercancías podría conllevar un incremento entre el 10 y el 47 por ciento del precio vigente.
En muchas ocasiones el reciclaje de desechos plásticos se ha presentado—en una suerte de greenwashing, operación de lavado de imagen—, como la panacea de las dificultades generadas por el actual modelo consumista. Dada la exigencia que representa para los recolectores de plásticos obtener la materia prima dentro de la diversidad de envases y contenedores desechables; los recursos que demandan las operaciones de desinfección de los envases recuperados; y el riesgo de tratamiento de las más de 13 000 sustancias químicas desprendidas durante el reaprovechamiento de los polímeros; la mayoría de los productores industriales optan invariablemente por la adquisición del plástico «virgen».
Dado los niveles de producción estratosféricos que continúan teniendo los productos de polietileno —casi 500 millones de toneladas en 2021—, y los hábitos de consumo en las naciones industrializadas —cuya dependencia al plástico se traduce en 190 kg de desechos anuales por habitante—, resulta insignificante el cinco por cierto de reciclaje de los materiales plásticos. Esa proporción contrasta con las dos terceras partes de reaprovechamiento que han obtenido las industrias desarrolladas para materiales como el vidrio, el cartón y el papel.
Tampoco resulta ocioso evaluar cuántos efectos letales provoca el plástico para los seres vivos, desde los hábitats naturales vulnerados por la contaminación de desechos industriales y el desprendimiento de los microplásticos, como para los humanos expuestos a su uso, quienes sufren desequilibrios en su sistema hormonal y endocrino.
En el caso particular de los ecosistemas marinos, en el que el plástico representa el 91 por ciento de las casi 140 millones de toneladas de desechos, la situación medioambiental amenaza con agravarse si prosigue la inercia de los actores geopolíticos. Según un estudio auspiciado en 2022 por el Fondo de Naciones Unidas para la Naturaleza (WWF), 386 especies de peces —entre el medio millar utilizadas como muestra biológica— estaban expuestas a los riesgos de contaminación por micropartículas, así como las tres cuartas partes de las aves marinas que habitan el nordeste atlántico. Esta situación, ya avizorada con notable preocupación por la Convención sobre la Diversidad Biológica (Montreal, 2012), se ha agravado significativamente en la última década pese a las evidencias científicas y los múltiples reclamos en los foros internacionales.
En el caso de proseguir la actual tendencia de producción, consumo y desecho de las sustancias plásticas, los niveles de polución en el ámbito oceánico podrían multiplicarse por tres hacia la década de 2060. La inmensa masa de desechos flotantes que se acumulan en el Pacífico Norte abarca decenas de miles de kilómetros, y ocupa varias veces la extensión territorial de naciones como Francia o Alemania. Este llamado Continente de Plástico alberga casi dos trillones de porciones de residuos.
Por los efectos indudables que provoca sobre el equilibrio medioambiental de la región pacífica y los centenares de años en que se prevé su paulatina degradación, es una de las preocupaciones permanentes de la comunidad ecológica global.
Las principales agencias medioambientales de las Naciones Unidas han procurado mitigar esta situación tan funesta para las especies vivas del planeta, y han incorporado la eliminación de desechos plásticos como uno de sus objetivos primordiales más allá de la Agenda 2030.
Así como lo han instrumentalizado en diversas estrategias de impacto ecológico, pretenden aplicar la fórmula de «reutilizar, reciclar y reorientar», según lo han previsto los programas de acción integral de la ONU. La gestión impostergable de los 100 millones de toneladas que degradan la biodiversidad de los océanos, y las fuentes fluviales y lacustres, podría generar 700 000 empleos complementarios, de acuerdo con una proyección a mediano plazo prevista por la Agencia de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
Dada la magnitud del problema multisectorial generado por la acumulación de desechos inorgánicos, se prevé durante 2024 la aprobación de un Tratado Internacional contra la Contaminación de Plástico, el cual deberán suscribir los miembros del Comité Intergubernamental de Negociación integrado por la mayoría de los miembros plenos de la ONU. Si bien la concertación de instrumentos jurídicos de carácter vinculante incentivará la acción correctiva de los grandes emisores de sustancias contaminantes, será imprescindible modificar el vigente modelo de desarrollo que ha amenazado de muerte a especies vivas que han sobrevivido hasta el presente millones de años sobre la Tierra. Por encima de cálculos e intereses, la vida tendrá que ser el valor permanente de las futuras generaciones planetarias.