Mientras en una se busca paz y concordia para solucionar problemas sustanciales, la otra puede considerarse en las antípodas. Este viernes comienza la Cumbre de la Liga Árabe, con la presencia tras más de una década de aislamiento de la República Siria, y en Japón se reúnen los poderosos del G-7 con la intención de EE. UU. de mantenerse unidos en apoyo a Kiev en el conflicto ucraniano y en el hostigamiento a China.
De la primera, subrayar lo que el ministro de Relaciones Exteriores de Siria, Faisal Mekdad, dijo en una reunión preparatoria para la Cumbre a la que asistirá el presidente Bashar al-Assad, luego de su suspensión en 2011: «Esta es una nueva oportunidad para que les digamos a nuestros hermanos árabes que no miren hacia el pasado sino hacia el futuro».
Es evidente que este futuro se puede construir con los países árabes dándole la espalda a los intentos de Estados Unidos e Israel de lograr éxito en su política de «cambio de régimen», sustentada en una cruenta guerra que si bien ha desangrado y expoliado a Siria, no logró doblegar el espíritu de su pueblo.
La presencia de Al-Assad en Ryad, la capital de Arabia Saudita, es el mejor signo visible de que la mayoría de las naciones árabes están a favor de normalizar las relaciones con Damasco, lo que implica dejar a un lado las sanciones que, como dijo el ministro jordano de Exteriores, Ayman Safadi, «son una realidad que no podemos ignorar» y deben dar de conjunto pasos positivos para levantar ese castigo.
Se trata de poner fin, de solucionar, una catastrófica crisis que causó y causa sufrimiento al pueblo sirio y se refleja negativamente en toda la región del Cercano y Medio Oriente, y cuyas expresiones más trascendentales son el crecimiento del terrorismo que solo ha beneficiado a Washington y a Israel, con una parte importante del pueblo sirio convertido en refugiado en los territorios vecinos.
Aquellas protestas que según proclamaban los políticos y los medios desinformadores de Occidente constituían una lucha por «la democracia y los derechos sociales», y lo que llamaron la Primavera Árabe, se ha «marchitado» en Siria, porque no era más que un programa de neocolonización ejecutado por Estados Unidos en busca de la dominación hegemónica del orbe.
Por supuesto, ni en Washington ni en Tel Aviv baten palmas, más bien lloran de ira, aunque no todo es color de rosa. Ahora comienza un camino largo para revertir el impacto devastador sobre el pueblo sirio y la economía del país, donde parte de su territorio está bajo la ocupación de fuerzas estadounidenses y de grupos terroristas de intolerantes extremismos.
Sin embargo, en la reunión de Jeddah está la llave que puede abrir esa puerta.
Por otra parte, Hiroshima, una de las dos ciudades japonesas mártires que una bomba atómica estadounidense destruyó para construir su poderío mundial, será la sede de la Cumbre del G-7 y los horrores de la guerra vuelven a tomar el escenario, esta vez en el este europeo, con un conflicto que excede la denominación de Rusia-Ucrania porque es la de Estados Unidos y la OTAN contra Moscú, y los designios de los halcones de Washington quieren darle extensión en el Lejano Oriente con su persistente y obcecado cerco a China.
Los gobernantes de Estados Unidos, Alemania, Canadá, Francia, Italia, Reino Unido y Japón se reúnen a partir de este viernes en Hiroshima. Supuestamente, en otros cónclaves similares, ese bloque de los que se consideran más poderosos del planeta y creen tener en sus decisiones la posibilidad de arreglar todos los problemas, los buenos samaritanos dispuestos a lograr paz y abundancia, cuando la realidad muestra que sus políticas, por lo general, lo empeoran todo.
Veremos qué dicen en esta ocasión los del club que ahora dirige Joe Biden, pero resulta oportuno reproducir la denuncia que la organización Oxfam hizo en la víspera del encuentro en una singular manifestación en la Plaza Trafalgar de Londres.
Siete muñecones con máscaras de los «líderes» del G-7 recordaron su inacción ante la crisis del hambre en África Oriental, que se comprometieron hace dos años en ponerle fin. Promesa falsa, como muchas otras que repiten año tras año las siete «grandes cabezas» y, mientras tanto, cuando estén en la cena de gala de este viernes, hasta se producirán más de 250 muertes evitables en el África Oriental a causa de la hambruna.
Que se sepa. El mundo está sediento de justicia. Esto debiera tenerse en cuenta en las agendas de las cumbres.