La destitución de Liz Cheney por sus críticas a Trump tuvo lugar el mismo día en que el Congreso analizó el ataque de que fue objeto en enero, por turbas alentadas a la violencia por el expresidente republicano. Autor: Reuters Publicado: 12/05/2021 | 08:40 pm
La principal senadora del Partido Republicano, Joni Ernst, de Iowa, ha comparado el derrocamiento de la representante republicana por Wyoming, Liz Cheney, con la «cancelación de la cultura».
«Siento que está bien seguir adelante y expresar lo que crees que es correcto expresar y, ya sabes, cancelar la cultura es cancelar la cultura sin importar cómo la mires. Desafortunadamente, creo que hay quienes están tratando de silenciar a otros en el partido», dijo Ernst el lunes, dos días antes de que este miércoles los republicanos de la Cámara de Representantes votaron la destitución de Cheney como su presidente de conferencia, por sus críticas al expresidente Donald Trump, cuando este y sus partidarios en el partido insistían en que le habían sido «robadas» las elecciones de 2020.
Liz Cheney —una de los diez republicanos que votaron a favor del impeachment a Trump— ya había sobrevivido a un intento similar de defenestración a principios de este año, pero el poder influyente del trumpismo la condenó ahora en una purga que, indiscutiblemente, le echa nuevas paletadas al entierro de la «democracia» estadounidense. Una decisión que se dice fue abrumadora contra Cheney, tomada a puertas cerradas y por voto de voz, lo que significa que no habrá un recuento de los dictámenes.
La representante conservadora por Wyoming hizo previamente un discurso confrontacional con su partido, cuando para muchos el «elefante» omnipresente en la sala era Trump, quien apenas 30 minutos antes de la reunión republicana que derrocó a Liz Cheney, dijo en un breve comunicado, lo que pudiera tomarse como instrucciones para los seguidores del trumpismo: «Los republicanos en la Cámara de Representantes tienen hoy una gran oportunidad de deshacerse de una líder pobre, un importante punto de conversación demócrata, una belicista y una persona sin absolutamente ninguna personalidad o corazón».
«Hoy, nos enfrentamos a una amenaza que Estados Unidos nunca ha visto antes. Un expresidente que provocó un ataque violento en este Capitolio en un esfuerzo por robar las elecciones ha
reanudado su agresivo esfuerzo para convencer a los estadounidenses de que la elección le fue robada. Corre el riesgo de incitar a más violencia», dijo Cheney, quien no se quedó corta en su denuncia.
«Permanecer en silencio e ignorar la mentira envalentona al mentiroso. No participaré en eso», y agregó en su defensa del sistema electoral estadounidense: «No me sentaré a mirar en silencio mientras otros llevan a nuestro partido por un camino que abandona el estado de derecho y se une a la cruzada del expresidente para socavar nuestra democracia».
La purga republicana, su balanceo hacia el extremismo trumpista, la evidente influencia que el exmandatario ha dejado en sus filas y la activa política que realiza a favor de candidatos que siguen su orientación, muestran claramente una tendencia cada vez más notable, y que Michael Steele, quien fue presidente del Comité Nacional Republicano, definió así: el Partido Republicano es «uno de los movimientos antidemocráticos más grandes del mundo».
Pero no es solo el GOP (Grand Old Party) el que avanza en ese camino. La sociedad estadounidense se polariza a diario. El paso de Donald Trump por la Casa Blanca coadyuvó a acelerar ese proceso con la proliferación de grupos violentos y el extremismo xenófobo contra los inmigrantes, nada nuevo en una nación forjada en la violencia y el racismo, acostumbrada a vivir en permanente guerra contra otros para imponer su hegemonía política, económica y militar.
La cacareada democracia hace mucho que se deteriora. Los dos partidos representativos ponen por delante intereses electorales y no los de la nación en un enfrentamiento en asuntos internos que impiden aquel proceder bipartidista del que hacían gala.
En estos meses, en varios Estados se han aprobado proyectos de leyes que dificultan el voto libre, como medidas de supresión de votos, requisitos extremos de identificación, eliminación de votos anticipado o por correo y otros tan sustanciales en la obstaculización de la democracia como los mecanismos de nominación de candidatos y, por supuesto, el permanente papel del dinero en la política estadounidense. Sin contar la exclusión de la expresión política de un segmento nada despreciable de la población que no se ubica ni como republicano, ni como demócrata.Entonces no es solo un problema republicano, es el problema de una nación.