Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cassinga, una masacre para nunca olvidar

Muchos de los menores que sobrevivieron, gracias a la heroica ayuda de colaboradores militares cubanos que bajo la metralla racista lograron alcanzar el campamento y hacer que los sudafricanos huyeran en estampida, arribaron meses después a Cuba, donde recibieron todo tipo de atenciones y cursaron estudios de primaria, secundaria y hasta la enseñanza universitaria

Autor:

Hedelberto López Blanch

La masacre de Cassinga, ocurrida el 4 de mayo de 1978, pasó a la historia como uno de los asesinatos más violentos cometidos por el régimen sudafricano del apartheid, durante el cual fueron asesinados más de 600 niños, mujeres y ancianos y alrededor de 360 quedaron heridos.

Muchos de los menores que sobrevivieron, gracias a la heroica ayuda de colaboradores militares cubanos que bajo la metralla racista lograron alcanzar el campamento y hacer que los sudafricanos huyeran en estampida, arribaron meses después a Cuba, donde recibieron todo tipo de atenciones y cursaron estudios de primaria, secundaria y hasta la enseñanza universitaria.

Durante la investigación que realicé para escribir el libro, SWAPO un león contra el apartheid, pude entrevistar en Cuba y en Namibia a varios de los que escaparon de aquella masacre y que guardan en su memoria aquel hecho deleznable de un régimen catalogado por la ONU como de lesa humanidad.

Cassinga, en la provincia angolana de Huila, a 250 kilómetros de la frontera con Namibia, era un campamento de civiles con alrededor de 3 600 refugiados, sobre todo niños, mujeres, ancianos y discapacitados que habían huido de la represión racista. Tenían programas de estudio; al amanecer iban al matutino donde les informaban el trabajo o las clases que tendrían durante el día. Las clases se impartían en inglés (prácticamente muchos empezaron a alfabetizarse) pues en la Namibia ocupada solo se hablaba en afrikaans y pocos asistían a las escuelas instaladas en los bantustanes (reservas solo para personas negras nativas de donde no podían salir sin un pase otorgado por los racistas).

Claudia Grace Uushona, exembajadora de Namibia en Cuba, guarda en su memoria aquella fatídica fecha: «Cuando el 4 de mayo de 1978 nos hallábamos en el matutino, entonando canciones revolucionarias, vimos que el cielo se llenaba de unas telas con bultos y muchos decían que era el presidente de la SWAPO, Sam Nujoma, que nos enviaba caramelos y alimentos. De pronto comenzaron a explotar bombas y la gente huía sin saber donde ocultarse; algunos fueron hacia un río lleno de cocodrilos; otros se quedaron en el campamento. Los paracaidistas sudafricanos descendieron y comenzaron a disparar contra todo lo que se movía, mientras con sus bayonetas caladas, atravesaban a niños, ancianos y mujeres embarazadas. Fue un infierno, estábamos indefensos, sin armas para contrarrestar el artero ataque. De momento, sentí un fuerte dolor en mi pierna derecha, comencé a sangrar, caí y perdí el conocimiento. Cuando desperté, ya por la tarde, vi a varios hombres blancos a mí alrededor, que curaban mi herida. Tenía mucho miedo, comencé a gritar y ellos decían: Cuba, Cuba, cubanos. Para nosotros, todos los blancos eran asesinos y enemigos. No entendía español, pero había oído hablar de cubanos que vivían en Tchamutete».

En esa localidad, a unos 15 kilómetros, se encontraba ubicado un destacamento militar cubano que alrededor de las 11 de la mañana, tras ser avisado, avanzó hacia Cassinga. Los sudafricanos los atacaron con la aviación y minas que habían colocado con anterioridad en el camino, y a fuerza de coraje y técnica militar, los cubanos lograron llegar hasta el campamento a un costo de 16 muertos y 80 heridos.

Darius Shikongo a quien conocí en 2013 en Oshikati, al norte de Namibia, fungía como segundo jefe del campamento y me rememoró parte de aquella sanguinaria experiencia.  

«Poco antes de la llegada de los cubanos aparecieron cinco helicópteros Puma para llevarse a los paracaidistas. Primero recogieron a sus muertos y heridos que tuvieron en los enfrentamientos con los cerca de diez combatientes namibios que se encontraban en Cassinga. Ellos querían secuestrar a los prisioneros namibios que tenían concentrados en varios lugares, pero entre el apuro por huir y la poca capacidad de los helicópteros, levantaron vuelo y no se llevaron a ninguno. Después vimos algodones y gasas con sangre que dejaron en el terreno cuando prestaron los primeros auxilios a sus heridos.

«Los sudafricanos tenían miedo de ser cercados por las tropas internacionalistas y no les quedó más remedio que huir. Los cubanos llegaron sobre la una de la tarde. Los heridos eran muchos y algunos los trasladaron en camiones y otros vehículos hacia el hospital que ellos tenían en Tchamutete. Y de ahí, los que estaban graves se enviaron al día siguiente para Luanda y otros hospitales.

«La masacre duró cerca de seis horas hasta que los sudafricanos huyeron en desbandada ante la cercanía de los cubanos. Hasta altas horas de la noche se realizó la transportación de heridos a Tchamutete. Al siguiente día los internacionalistas localizaron a otros heridos que no podían caminar y a los que estaban en los bosques aledaños. «El rol de las tropas cubanas fue impresionante y si ellos no llegan a tiempo, los sudafricanos hubieran acabado completamente con todos los refugiados namibios o los hubieran apresado», resaltó emocionado Darius Shikongo.

Por su parte, Sofia Sheetekela Ndeitunga, actual Generala del Ejército namibiano, a quien entrevisté en Windhoek, refirió que había llegado a Cassinga en abril de 1978 (tenía 14 años) tras atravesar la frontera después de pasar por Eritu, Oshitumba y Omulola.

Recordó que en la mañana del 4 de mayo comenzó un violento bombardeo mientras estaban en la formación; había una gran confusión, la gente corría y se agolpaba en grupos y ella se escondió en un pequeño arbolito pues estaba como atontada. En ese lugar permaneció mucho tiempo, pues con tanto miedo no tenía fuerzas para pararse y correr; a veces abría los ojos y veía personas muertas y mucha sangre por doquier y cuerpos tirados unos arriba de otros. Así permaneció hasta que llegaron los militares cubanos. Estaba completamente llena de sangre pero no se le veía herida por ninguna parte. La llevaron al río, le quitaron la ropa para lavarla, y en realidad, milagrosamente, no presentaba ninguna herida.

Recuerda Sofía que cuando veían personas blancas, que en esos momentos eran los cubanos, creían que eran sudafricanos; no entendían nada de lo que hablaban y estaban aterrorizadas. La confusión era muy grande y solo pensaban en tratar de salvarse. Esa noche durmieron en un campito de un angolano y al siguiente día los llevaron hacia Tchibemba y después a Jamba donde pasaron una semana.

Claudia Grace y Sofía viajaron a Cuba e iniciaron estudios en una de las escuelas internacionales (Hendrik Witbooi) de la Isla de la Juventud, que el Gobierno cubano a iniciativa del líder de la Revolución, Fidel Castro, puso a disposición de numerosos jóvenes africanos de diferentes países.

Para Claudia, Darius, y Sofía, la hazaña de los cubanos que lograron salvar a más de 3 000 namibianos de los alrededor de 3 600 que se hallaban en el campamento no tiene parangón en la historia por la heroicidad, coraje y valentía de esos internacionalistas.

Inobjetablemente, la masacre de Cassinga es una sangrienta mancha para el racista régimen sudafricano, que estuvo apoyado por las diferentes administraciones estadounidenses y varios países occidentales durante toda su existencia.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.