Yoandra en Bolivia, donde laboró al frente de la brigada médica cubana. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 08/12/2019 | 09:06 am
Desde que presencié su aplomo durante el homenaje que le hicieran los Comité de Defensa de la Revolución el jueves último, sobre todo cuando su hija Camila insistió en cantar Cabalgando con Fidel y ella misma tarareó fragmentos de otras canciones, supe que esta entrevista no iba a ser nada fácil.
La doctora cubana, la líder humanista formada en los trajines de la Federación Estudiantil Universitaria y la Unión de Jóvenes Comunistas entre Santa Clara y La Habana, la jefa de dos de las misiones más complejas cumplidas por nuestro personal médico en Latinoamérica, estaba ahí, a flor de piel, dispuesta a dialogar sobre los sucesos que mancillaron la memoria histórica de una nación en pocas semanas.
Fue fácil obtener anécdotas de su estancia en Guatemala diez años atrás, y datos que evidencian la solidaridad de Cuba con Bolivia en las últimas décadas. Sin titubear analizó el costo humano y social del golpe de Estado que le tocó vivir y estimó su impacto político en toda la región.
Pero yo tenía el encargo de llegar a la mujer violentada, a la madre amenazada, a la joven que respondió por la vida de más de 700 compatriotas, sin obviar el dilema ético de dejar atrás a un pueblo casi sin asistencia hospitalaria y a merced de una barbarie insospechada, sin autoridad ni Estado de Derecho al que reclamar justicia.
La doctora Yoandra Muro Valle, jefa de la Brigada Médica Cubana en Bolivia, no se permite descansar mientras persistan las calumnias contra la obra solidaria de sus colegas.Foto:David Gómez Ávila
¿Dónde estuvo Yoandra Muro Valle durante las tres horas de entrevista? No allí, en el comedor de su casa, a pocos metros de su hija de nueve años de edad, absorta en los muñequitos después de hacer la tarea con el abuelo Rafael.
No en sus gestos seguros y afables mientras conversó con vecinos y colegas, ni en la perenne sonrisa de humilde laboriosidad, herencia de su madre Eneida, quien el día antes me advirtió en un murmullo: «Esa niña es guapa, no se ha derrumbado», y ya el viernes aprovechó la tardanza de la entrevistada para mostrarme la discreta pared donde atesora sus fotos con Fidel y Vilma.
Ni siquiera pude hallarla en el video que muestra el abrazo de alivio con que recibió al último grupo, cinco días después de su regreso precipitado a Cuba, el 26 de noviembre. Desde La Habana hablaba constantemente con ellos, les daba ánimos, coordinaba sus acciones para dejar el nombre de Cuba bien limpio a pesar de la persecución y las mentiras, las 50 detenciones arbitrarias, los bloqueos frente a sus casas y asaltos a centros asistenciales.
Les cerraron las cuentas bancarias antes del Golpe, pero era cuestión de honor cancelar los alquileres de las casas que por 13 años fueron suyas, pagar hasta la última factura y gestionar protección para las pocas pertenencias no incautadas o saqueadas a la fuerza. Y lo hicieron, pese a la vigilancia hostil y las amenazas; pero las pocas personas que superaron el pánico para ayudarles fueron después detenidas, amenazadas o desaparecidas.
Yoandra no quería viajar sin el equipo a cargo de esas tareas, unas 12 personas. La convencieron luego de la violenta detención del día 14. ¿Qué podría esperarse de las fuerzas golpistas tras el coraje con que aquella mujer enfrentó a sus captores, su firmeza al decir que las cubanas no lloraban de miedo, sino de indignación, su sangre fría al aferrarse al teléfono para llamar a su ministro en Cuba y reportar en las redes sociales lo que estaba ocurriendo, su osado reproche ante la ingratitud de los policías, a quienes garantizaban atención médica en sus propias unidades?
Viajó, sí, pero aún no «aterriza» en su Patria, en su casa, en su propia existencia humana. Narra con fluidez, integra cifras y análisis, diagnostica las causas de un mal cuyos síntomas captaron antes de las elecciones, pero no sospecharon con tanta virulencia. Incluso sabiendo que en cualquier escenario de victoria o derrota la oposición trataría de intimidarlos, no imaginaban nada tan feroz, algo tan indigno como acusarles de robar y desestabilizar al país al que entregaron años de creatividad y pasión.
Golpe a la vida
A los sitiales históricos de Vallegrande, la Meca de los revolucionarios, iba cada grupo al terminar su misión. Foto: Tomada del perfil de Facebook de Yoandra Muro
Lo sucedido en Bolivia es también un golpe de Estado a la Salud de esa nación. El Sistema Único de Salud (SUS), hermoso proyecto del líder Evo Morales Ayma para garantizar a largo plazo autonomía y asistencia gratuita a toda la población (no solo a mayores de 60 años y menores de cinco, como antes) tenía apenas 230 días de implementado y ya habían logrado inscribir a más de la mitad de sus beneficiarios, al menos en las zonas atendidas por la brigada cubana.
«La demanda empezó a crecer. La gente vio las ventajas, confió… El Gobierno sabía que la debilidad del SUS estaba en el déficit de especialistas, y estaban ofertando becas para formar la fuerza profesional que necesitaban, con apoyo docente y científico de nuestra brigada», detalla Yoandra.
Evo sabía que no podía contar con el Colegio Médico de Bolivia, hipercrítico con su filosofía de gratuidad y asistencia plena. De hecho, sus miembros llevaban tres meses en paro, demandando recursos y protestando por el SUS. Ahora se hicieron cargo de todo, y a saber qué rumbo tomarán en sus decisiones. ¿Mantendrán las ferias de salud, las proyecciones comunitarias, el Programa genético, las operaciones oftalmológicas…? Yoandra lo duda, porque hasta se quejaban a las alcaldías cuando profesionales cubanos destinaban ambulancias al servicio gratuito.
«En los 35 hospitales y 119 centros integrales comunitarios que tenía la brigada y los cinco centros oftalmológicos, todas las áreas sensibles eran atendidas por cubanos, en muchos casos especialistas únicos, así que esos lugares se quedaron sin su único cirujano, su neonatóloga, su pediatra, su estomatólogo…
«Si en 14 años no lograron cubrir con profesionales del país todas esas plazas, y había voluntad del Gobierno para intentarlo, ¿cómo lo van a hacer ahora? Saber eso me mata.
«De los 749 cooperantes que teníamos al cierre de octubre, el 89 por ciento era personal médico y técnicos de Salud. Nuestros electromédicos mantenían funcionando todos los servicios, y buena parte del equipamiento era el mismo que Cuba instaló a partir de 2006 para iniciar la asistencia. El resto del personal garantizaba las gestiones económicas y logísticas, las estadísticas, la higiene, o eran choferes...», explica.
Los golpistas tienen esas cifras: se quedaron con la información guardada en la sede de la Coordinación, y también con decenas de diplomas de reconocimiento de esos 13 años, otorgados tanto a la brigada como a título personal, así que mienten sobre la naturaleza de la cooperación cubana porque ellos quieren.
«Dicen que les costábamos mucho dinero a ese país, pero es falso. Hasta 2012, Cuba financió totalmente la Misión, además de donar la cuantiosa inversión inicial. Cuando decidieron costear el Programa Integral de Salud, crearon sus propios controles económicos muy rigurosos, contraparte de los nuestros, y el dinero era apenas una compensación de los gastos, no fuente de ganancias para Cuba. Cada factura de insumos, cada pasaje, consulta o servicio, cada certificado de respaldo a los estipendios que pagaban a nuestros profesionales, lo conservaba el Gobierno en sus registros, y nosotros también», enfatiza.
Como en un filme de terror
La brigada cubana participó en las 20 ferias de salud organizadas por el Gobierno de Evo Morales para acercar la asistencia a las comunidades más desprotegidas. Foto: Tomada del perfil de Facebook de Yoandra Muro
Intento de nuevo acercarme a su experiencia personal y otra vez me evade. Confiesa que pasó noches sin dormir, llorando preocupada por sus colegas, dispersos en esa geografía difícil, sin redes confiables, traicionados por la Policía, por las fuerzas armadas, por algunos vecinos; aislados por métodos francamente fascistas.
Habla sin rencor de la falta de apoyo y de amigos incluso, que optaron por darles la espalda. «Era difícil estar cerca de nosotros. Hay que entender la presión real, la angustia, la impotencia ante masacres insospechadas en una nación usualmente pacífica, introvertida.
Sembraron el terror para impedir que nos respaldaran».
«¿Cómo un país tan lindo se pudo poner tan malo?», le preguntó Camila hace unos días. En agosto, la pequeña pasó con ella sus vacaciones y quedó enamorada de la naturaleza, los teleféricos, la gente dulce, las ciudades… «Bolivia nos quería. Con la reserva característica de su idiosincrasia, pero estaba consciente de nuestra utilidad», evalúa hoy Yoandra, mirando en las redes sociales los reclamos por Evo y por la ayuda médica de Cuba.
Pierde un poco la sonrisa cuando habla de las maniobras para extraer a salvo a cada brigadista, sabiendo que nadie estaba libre de múltiples peligros. En algunos casos hubo que pedir a los propios bloqueadores de los caminos que les ayudaran a atravesar zonas hostiles. Muchos viajaron por horas y llegaron directo al avión, sin quitarse el polvo o el cansancio, sin tiempo para pensar en sus pertenencias, sin avisar a pacientes que dependían de su amor sistemático.
«El último grupo en salir fue el de Vallegrande —rememora—. Estaban sin trabajar desde el día 10 porque ya en muchas partes habían quemado hospitales, amenazaban nuestras vidas y ponían carteles de “cubanos espías” y “terroristas”. Todos los días hablábamos, y 24 horas antes de la partida pidieron permiso para hacer una cirugía de urgencia a una parturienta de la zona con una ruptura uterina. No querían regresar a Cuba cargando en su conciencia la muerte de esa mujer, y a pesar del peligro, tuve que autorizarla. ¿Quién iba a convencerlos de que no era prudente?
«Esos 16 muchachos se encargaban de atender los sitiales históricos de aquella zona, sobre todo la escuelita de La Higuera, a la que llamamos la Meca de los revolucionarios porque íbamos cada 45 días a despedir los grupos que terminaban la misión. Todos los años juntábamos dinero entre los colaboradores y las brigadas de solidaridad con Cuba para retocar piedra por piedra y preservar las antiguas tumbas... ¿Qué pasará ahora con esos sitios tan hermosos? ¿Serán olvidados?».
Finalmente, un quiebre humano en esta mujer de acero. Sus ojos apenas se humedecen. Su sonrisa no decae, pero es triste. Aprovecho para dar la estocada: ¿Por qué no te comunicaste con tu familia en esos días?
«No pude», confiesa esta vez sin rodeos. «Yo sabía que eso podía debilitarme y no podía darme ese lujo. Dejé de hablar con Cami por Whatsapp, como hacía todos los días, y con mis padres y mi esposo… Sabía de ellos por amistades, vecinos, les escribía diciendo que estaba bien, pero no quise hablar porque me harían preguntas para las que no tenía respuestas, ¡nadie las tenía!, y no podía flaquear ni preocuparlos más.
«Sin muchos contactos a los que acudir, la retirada la resolvimos al pecho, y había que estar firme para eso. Nuestra gente en Bolivia confiaba, pero había momentos de mucho temor y teníamos que estar ahí para todos constantemente. En las redes se pasaban mensajes muy agresivos, incluso antes de que Evo saliera del país. Se decía que Venezuela no había logrado tumbar a Maduro porque contaba con el respaldo de los cubanos, así que en Bolivia iban a ser más radicales, desacreditar nuestra presencia, hacer que “nos orináramos de miedo” y matar si hacía falta para cortar ese apoyo.
«Nada de lo que hicieron contra nosotros fue legal. Iban vestidos de civil, no se identificaban, no llevaban órdenes judiciales. Los policías y bomberos portaban armas largas. Armaron la patraña de que en nuestra sede se había gestado un fraude electoral, que teníamos cien computadoras en eso, y aunque vieron que apenas teníamos unas 15 para llevar todo el control estadístico de lwa brigada, igual fueron muy violentos y revisaron hasta los closets, dicen que buscando armas. Incautaron los dos carros nuestros y luego los usaron para seguir vigilándonos y amenazándonos».
Jamás se había dado algo así en la historia de la colaboración cubana en Latinoamérica. Hubo momentos difíciles cuando iniciamos en Guatemala; incluso recientes, en Ecuador y Brasil, pero nunca se había llegado a niveles tan violentos.
«Es duro acostarte siendo un médico respetado y amanecer con una acusación de terrorista. Duele no saber quién va a servirse de esos recursos donados y preservados por Cuba durante tantos años. Nadie podrá decir que nuestros médicos dieron motivo ni una sola vez para ser insultados o agredidos de ese modo, para arrebatarles sus pertenencias, su dinero, poner carteles lacerantes, detener para interrogar, desnudar a las muchachas para hacerlas temer».
Mientras nos despedimos, cuenta una escena de su llegada a La Habana que para cualquiera hubiera sido intrascendente, pero en ella reactivó la imagen que trata de dominar mientras trabaja incesantemente para demostrar la manipulación contra Cuba. Un policía de tránsito detuvo el carro de camino al reparto capitalino del Náutico, donde vive. De inmediato el chofer explicó quién era ella y el agente vino a presentarle sus respetos y a felicitarla por estar en casa, sana y salva, pero todo su cuerpo se había paralizado...
La retaguardia familiar de Yoandra: su esposo Michel, sus padres Rafael y Eneida, y su hija Camila Martínez.
A pesar de ese aire de entereza y atenta seguridad, Yoandra no recupera su cotidiana ecuanimidad. No bajar las defensas. No siente el salitre del mar que hay a menos de cien metros de sus ventanas. Quién sabe por cuánto tiempo seguirá atrapada en esa pesadilla, pendiente de la honra mancillada, del destino de millones de seres abandonados cuando empezaban a creer en un futuro distinto.
Veo lejos el día en que pueda separarse de las piedras y los sencillos monumentos, testigos de la incertidumbre que vuelve a desamparar la selva y a perseguir los grandes ideales, 52 años después del vía crucis guevariano. La jefa de Misión está en Cuba con su brigada íntegra, su mente perseverante, sus dotes de estratega. Pero Yoandra, la cubana sencilla y soñadora, anda aún por Bolivia, y Bolivia no logra salir de su dolido corazón en jaque.