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África en el camino del Pentágono

Trump ha puesto al planeta en alerta roja con la reciente firma de su monstruoso presupuesto militar, y salen a la luz sus guerras de bajo perfil aunque las presente en una almohadilla de lirio

Autor:

Juana Carrasco Martín

Aunque el presidente Donald Trump quiere una Fuerza Espacial de Estados Unidos como nuevo brazo militar para añadir a los tentáculos con que atenazar al mundo, y superar así al Comando Espacial de la Fuerza Aérea, esa puerta guerrera al «futuro» no cierra las ventanas terrestres por las que penetra e interviene en otras latitudes.

Trump había propuesto a comienzos de este año la Fuerza Espacial, pero el jueves 9 de agosto, durante un discurso en el propio Pentágono, el vicepresidente Mike Pence reveló en detalle el plan que debe estar listo para el año 2020, y fundamentó su supuesta necesidad con «las crecientes amenazas de seguridad que nuestra nación enfrenta en el espacio hoy y en el futuro».

Sin embargo, no es este el tema que nos interesa ahora, aunque tampoco es para darle la espalda y echarlo a un lado. De mayor inmediatez en la alerta roja en que Trump ha puesto al mundo con la reciente firma de su monstruoso presupuesto militar de 717 000 millones de dólares —más allá de los actuales focos de operaciones bélicas en el Medio Oriente y el centro de Asia, las cuales parecen ser guerras infinitas—, hay una región donde practica guerras de bajo perfil: África.

En este continente, en 2007, el Pentágono —durante la presencia casablanquina de George W. Bush, el hijo—, estableció el Mando África, un Mando Combatiente Unificado del Departamento de Defensa (Africon), responsable de las operaciones militares con las 53 naciones africanas, pero se ha convertido en toda una aproximación de Gobierno total, porque encabeza la coordinación diplomática y de otras funciones de Estado, al unir a altos funcionarios de los departamentos de Estado, Seguridad Nacional, Agricultura, Energía, Comercio y Justicia, entre otras agencias, al punto que un estudioso de los asuntos de Seguridad, David Wiley, ha dicho que hay siete empleados militares por cada empleado civil trabajando para la política de Estados Unidos en África, y los attachés militares norteamericanos sobrepasan en número a los diplomáticos en muchas embajadas en ese continente.

Drones de vigilancia, incursiones transfronterizas, inteligencia e interrogatorio, están en las acciones de Africom junto con las que se dedica a propagandizar: desarrollo, salud pública, formación de seguridad y otras tareas que califica de «humanitarias».

Desde 2016 las Fuerzas de Operaciones Especiales (SOF, por sus siglas en inglés) dejan sus huellas en África con el argumento de que están ganando la actual batalla contra el autoproclamado Estado Islámico, Al Qaeda y sus apéndices o aliados en ese enormemente rico continente; por tanto cae una apetecible tajada para las transnacionales.

Conflictos e inestabilidad sobran en esa región, con plataformas propias o fomentadas desde el exterior para servir a los intereses foráneos, y como decía un trabajo del blog Tom Dispatch, las fuerzas élites de Estados Unidos están o actúan «con muy poca fanfarria, cobertura de prensa o supervisión en decenas de países y todos los días».

En la «zona gris»

Si bien es cierto que esta penetración militar silenciosa alcanzó altos estándares durante la administración de Barack Obama, el señor Donald Trump le ha puesto el acelerador a la «zona gris», una frase que —señala Tom Dispatch— es utilizada para describir «el turbio crepúsculo entre la guerra y la paz».

Nick Turse, autor y periodista especializado en África, dijo en uno de sus artículos sobre el tema que el brigadier general Donald Bolduc reconoció en una conferencia en 2015 que opera en esa zona gris, «un ambiente operativo volátil, incierto, complejo y ambiguo».

Recordemos los 44 000 efectivos etiquetados con la categoría de ubicación «desconocida» que mencionábamos en la primera parte de este artículo (Un presupuesto en zafarrancho de combate, domingo 19 de agosto de 2018), y aunque no todo ese «ejército» está en el continente africano, no hay dudas de que una parte sí tiene presencia allí, y cada vez con mayor implicación y agresividad, aunque el Pentágono solo admita que sus misiones son «entrenar y asistir» a las fuerzas armadas de los países que le han solicitado esos servicios.

Sin embargo, Politico Magazine encontró que, al amparo de la llamada Sección 127e, están involucrados en combate en al menos ocho países africanos: Libia, Somalia, Kenia, Túnez, Camerún, Malí, Mauritania y Níger.

Esta Sección 127e de la Ley de Defensa autoriza al Secretario del Departamento de Defensa, de acuerdo con el Jefe de Misión, a utilizar 100 millones de dólares durante cualquier año fiscal para «dar apoyo a fuerzas extranjeras, fuerzas irregulares, grupos, o individuos involucrados en apoyar o facilitar las actividades permanentes y operaciones militares de las fuerzas de operaciones especiales de los Estados Unidos para combatir el terrorismo».

Precisamente Níger fue el aldabonazo sobre la extendida presencia militar, cuando el 4 de octubre de 2017, cuatro soldados estadounidenses de operaciones especiales murieron en una emboscada del autoproclamado Estado Islámico, en la aldea Tongo Tongo, cerca de la frontera con Malí.

El suceso motivó una investigación interna del Pentágono por parte del Congreso, aunque finalmente —al menos en la colina del Capitolio—, «la sangre no llegó al río», por lo que hasta ahora se sabe.

Actualmente, según cifras oficiales, en África están emplazadas el 16 por ciento de las fuerzas especiales de Estados Unidos en el exterior, las que actúan bajo la Sección 127e: Apoyo a las operaciones especiales para combatir el terrorismo.

Por supuesto, ni el Mando África ni el Mando de las Operaciones Especiales hicieron declaración alguna sobre los programas que podrían estar bajo su autoridad al amparo del autorizo, como el que llevó a la letal emboscada en Níger, uno de los países más pobres del mundo, aunque nade en uranio y solo esta referencia sirve para entender el interés del imperio.

Welcome to agadez

«Bienvenido a Agadez: el secreto mejor guardado de Níger». Dicen que así reza un cartel en una remota parte de ese país del occidente de África, donde se construye una base estadounidense para los drones artillados MQ-9 Reaper , que comenzó con una partida de 50 millones de dólares requeridas en la Ley de Autorización de la Defensa Nacional del año fiscal 2016.

 Luego, la proyección alcanzó los cien millones y —según The Intercept— ha ido aumentando en gastos constructivos y con el añadido de los costos operativos hasta el año 2024, en que cierra el acuerdo de diez años para su uso, llegarán a 280 millones de dólares.

La facilidad es parte de la expansión militar estadounidense en África, y de acuerdo con Richard Komurek, portavoz de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Europa y en África, este es el mayor esfuerzo de construcción de bases jamás realizado por las tropas en la historia de la Fuerza Aérea.

No se queda corto, porque la base de Agadez eclipsa la construcción de la base aérea Al-Dhafra en los Emiratos Árabes Unidos, que también fue clandestina durante mucho tiempo y sirve de instalación para los drones militares estadounidenses que operan en Yemén, y además supera a la que en 1969 tuvo el récord, la base aérea Phan Rang, en el entonces Vietnam del Sur, ocupado por cientos de miles de tropas de EE. UU. durante una cruenta guerra de rapiña que terminó en su total derrota.

No pocos analistas consideran que la política del Pentágono que propicia la presencia estadounidense en el continente africano es peligrosa y contraproducente, por tanto, apuntan a que se le dé respuesta a la ciudadanía sobre los objetivos de esa militarización.

Salih Booker, director ejecutivo del Centro de Política Internacional, con sede en Washington, dijo en un artículo: «La huella militar de EE. UU. es mucho más grande de lo que la mayoría de los miembros del Congreso, y mucho menos el pueblo de EE. UU., podría haberse imaginado». Booker duda que esa intervención militar promueva la paz y la estabilidad, y agrega que ha hecho poco para frenar el terrorismo, como el instalado por el grupo Boko Haram en los países de la cuenca del lago Chad. Como sustento de sus criterios se conoce que el Gobierno de Estados Unidos, en los dos últimos años, gastó allí más en estrategias antiterroristas no probadas (88 millones de dólares) que en ayuda humanitaria (79 millones) o ayuda alimentaria (49,9 millones).

Por supuesto, Níger no es el único emplazamiento. Según Africom, que todavía se dirige desde Alemania porque ningún país africano ha aceptado tener en su suelo el cuartel central, sus operaciones han pasado de 172 ejercicios, programas y acciones por año hace una  década atrás, a realizar unos 3 500, prácticamente diez diarios.

Sin embargo, los acuerdos negociados por Washington con muchos Estados africanos permiten que miles de sus efectivos arriben y partan desde los aeropuertos e instalaciones militares con flexibilidad, cumplan sus tareas —buena parte clandestinas— sin necesidad de estacionamiento permanente, porque sigue una estrategia de emplazamiento que el Pentágono llama «lily-pad», que traducido literalmente sería una «almohadilla de lirio», quizá porque sirve para dormir a sus propios ciudadanos, a los pueblos africanos y al mundo sobre las verdaderas intenciones del policía global.

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