El sol puede salir de repente en estas consultas. Autor: Enrique Milanés León Publicado: 03/03/2018 | 07:36 pm
Caracas.— Alcides Argotte Castillo, periodista de la alcaldía de Guaicaipuro, coincidió en el hospital con este colega cubano, en busca de la misma «presa»: detalles de la Misión Milagro que, a ciencia pura, especialistas de la Isla llevan a cabo para limpiar en miles de ojos venezolanos la visión de un cielo de prodigiosos paisajes.
«Yo mismo tengo buen recuerdo de Cuba porque en agosto del año pasado sus médicos me operaron una hernia, como parte del Plan quirúrgico nacional. Son extraordinarios. Sé de gente que los critica, pero que en las mañanas les tocan a la puerta», cuenta antes de que, cual corredores rivales, cada reportero tomara por pasillos diferentes.
Este Centro Oftalmológico de la Misión está en el Hospital Victorino Santaella, en Los Teques, capital del municipio de Guaicaipuro y del estado de Miranda. Luego de que la licenciada Maricela Borrego de la Nuez, su directora, explicara los números cosechados en espacios muy reducidos, uno aprecia más milagros del Milagro.
La licenciada Marisela Borrego de la Nuez. Foto: Enrique Milanés León
«En 2017 hicimos aquí 3 492 intervenciones quirúrgicas: 1 006 de catarata, 925 de pterigión y 1 561 de láser de glaucoma y catarata. En lo que va de año, esos mismos perfiles muestran un resultado de 165, 144 y 561, respectivamente, con lo que sumamos 870», afirma Maricela, aunque ella y el reportero saben lo difícil que resulta «amarrar» unas cifras que esa misma mañana, en el salón, seguían creciendo.
Un detalle no puede soslayarse: cada una de esas intervenciones —por las que ellos no exigen ni las gracias con que la gente humilde les premia— cuesta en clínicas privadas venezolanas 30 millones de bolívares. Sí, un ojo de la cara… porque si es en los dos la cifra dobla la cuenta.
Los cimientos del prodigio
En Los Teques, todo comenzó el 14 de julio de 2006, con el montaje del Centro Oftalmológico en espacios habilitados dentro del Centro de Diagnóstico Integral (CDI) Los Helechos. En ocho días ya estaban operando. Seis años después, cuando problemas estructurales del inmueble recomendaron la mudanza, el Hospital Victorino Santaella dispuso un lugar para establecer el servicio y ahí está, con consultas oftalmológica, de optometría y preparatoria, con farmacia, sala de espera y el salón de operaciones de una posición quirúrgica.
La estructura no es óptima, sin embargo el deseo se impone. «No, no es la conformación típica para un salón de operaciones. Y a eso sume que casi todos los que llegan son pacientes de la tercera edad, de extrema pobreza y bajo nivel cultural, que no solo no ven o ven mal, sino que muchas veces no escuchan bien y se ponen muy nerviosos», explica la directora.
Ciertamente, estas operaciones oftalmológicas han hecho milagros en Venezuela. Foto: Enrique Milanés León
De vencer las contrariedades se encargan allí ocho cubanos: la directora, la cirujana, una enfermera instrumentista, una de la línea preoperatoria y otra circulante, un licenciado en anestesia, un electromédico y una licenciada en óptica y optometría.
En los CDI de los nueve municipios que agrupan las regiones de Altos Mirandinos y Valles del Tuy, un oftalmólogo clínico evalúa los casos y los remite, previo envío del informe médico y el chequeo preoperatorio. Otros vienen de más lejos: esa misma mañana, la oftalmóloga cubana Angélica Cabrera Domínguez llegaba con 20 pacientes del extremo este de Miranda, para que fuesen operados.
¿Dónde está, en su criterio, el Milagro mayor de esta Misión cubana?, pregunta el periodista a Mariela: «Es triste tener tanta belleza y no poder verla. Nosotros les damos lo que no se puede pagar: la visión. El milagro se vive cuando les quitas el parche y te dicen: “¡veo!”. Ellos lloran de alegría; eso nada más habría que grabarlo».
Del amor y la luz
Marta González Toledo es cubana, de Gibara, pero el amor la trajo a Venezuela hace 34 años. En el salón repleto, habla al periodista: «Estos médicos son como mi familia aquí, demasiado cariñosos. Yo los quiero mucho, les traigo café… ¡Mire cómo hay personas y todos se van satisfechos! La de ellos es una misión maravillosa».
Ella sabe de qué habla. Se operó de catarata y ha quedado «fina, fina», como dicen los venezolanos para alabar con mayúscula. «Lo veo todo muy bien, clarito. Tenía un ojo inútil y ellos me mimaron como a una muchachita».
¿Cómo ve ahora a Cuba, en la distancia?: «Estoy loca por ir otra vez. Estuve allá en el 2013, me reuní con la familia; quisiera regresar, pero a quedarme». El periodista tiene otra pregunta: ¿Usted se cree el Milagro que nombra esta Misión…? «¡Sí me lo creo, tan clarito como estoy viendo!».
Ahora la gibareña Marta González Toledo extraña a Cuba con mejores ojos. Foto: Enrique Milanés León
A unas sillas de Marta está sentado León de Jesús Blanco Meneses, un anciano de la misma ciudad de Los Teques. Se operó de catarata en un ojo y viene por el segundo. Su hijo Aníbal dice que semejante Milagro les vino de maravillas. El viejo, que se protege de la luz con el abrigo, susurra que si salió bien la primera vez, lo hará de nuevo. «Confío primeramente en Dios», aclara, pero admite que, segundamente, y terceramente, estos especialistas pueden ayudarlo mucho.
Un testimonio especial fue el de Yusmary Camora Baccaro, quien viajó desde el lejanísimo estado de Bolívar, a vencer su catarata. Ella sabe por qué lo hace: «Estos médicos cubanos son bellas personas. Todos los operados han salido bien, me siento segura en sus manos».
Yusmary distingue poco, pero sueña bien. El periodista le pide que describa algo que quiera volver a ver: «El puente de ciudad Bolívar, que está sobre el Orinoco, un río grandísimo. Voy a ver de nuevo la belleza del Orinoco. En agosto hacemos la Feria de la Sapoara, es hermosísima…», dice la mujer y el periodista imagina, tan solo puede imaginar, el torrente de poesía que estos cubanos deben salvar en sus ojos.