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La embestida de un auto golpea también a Trump

El jefe de la Casa Blanca se equivocó otra vez, ahora fue con lo sucedido en Charlottesville, Virginia, el sábado 12 de agosto, donde un auto embistió a alta velocidad y atropelló una manifestación antifascista

Autor:

Juana Carrasco Martín

Donald Trump se equivocó otra vez, ahora fue con lo sucedido en Charlottesville, Virginia, el sábado 12 de agosto, donde un auto embistió a alta velocidad y atropelló una manifestación antifascista en el Parque de la Emancipación, contra la concentración del odio y del racismo que había sido convocada por los grupos neonazis, la derecha alternativa (alt-right) y los nacionalistas blancos.

Una joven activista muerta y casi una veintena de heridos ha sido el saldo de la criminal y terrorista acción de un integrante de la supremacía blanca. El país y el mundo quedaron horrorizados ante el hecho, pero el Presidente no condenó de inmediato, ni al atacante ni a los grupos que organizaron el encuentro —perfectamente legalizado y ampliamente llamado en redes sociales y medios— bajo el lema de «Unite the Right» (Unir a la Derecha).

Trump igualó, en su primer mensaje en Twitter, a unos y otros manifestantes al afirmar que el ataque criminal era responsabilidad y venía de «muchos lados» o de ambos lados, obviando lo que fue visible en toda la nación, que las facciones supremacistas blancas eran las promotoras de la violencia desatada.

Por supuesto, las críticas llovieron sobre el mandatario y su equívoco y solo este lunes cambió su retórica, luego de que en la jornada dominical se desarrollaron cientos de vigilias, mítines y marchas de solidaridad con las víctimas en decenas de ciudades y poblados estadounidenses. Es la reacción popular de rechazo rotundo a quienes quieren llevar el odio y la violencia a sus comunidades.

La presión desde todo el espectro político y social de la nación parece que obligó al mandatario a considerar lo ocurrido en la ciudad de Virginia, donde el terrorismo doméstico mostró su cara monstruosa.

Como dijeran los líderes de Democracy for America, una de las organizaciones que convocaron a las marchas del domingo, estas son mucho más necesarias cuando el Presidente elegido se rehusó a denunciar la violencia, el racismo y el odio.

Este lunes, Trump tuvo que cambiar su discurso del sábado, lo que sorprendió incluso a republicanos y funcionarios de su Gobierno y, por fin, —en breve declaración desde la Casa Blanca, a donde regresó desde su club de golf privado en New Jersey, donde está de vacaciones—, dijo: «El racismo es el mal y aquellos que causan violencia en su nombre son criminales y matones, incluyendo el KKK, los neonazis, los supremacistas blancos y otros grupos de odio que son repugnantes a todo lo que queremos en Estados Unidos».

Se estima que esta confesión obligada le debe hacer perder votos y popularidad entre quienes abiertamente le apoyaron durante toda su campaña electoral y contribuyeron a que se convirtiera en el jefe supremo del imperio. Y conste que la verdadera impopularidad viene desde los estadounidenses racionales que ya rechazan su gestión administrativa en más del 60 por ciento.

No pocos en Estados Unidos consideran que el auge de la ultraderecha en el país, su galvanización,  se sustenta en las políticas xenófobas del mandatario, que mantiene su intención de ampliar y modernizar el muro de separación en la frontera sur, sus declaraciones antinmigrantes y las decisiones contra la entrada de nacionales de países musulmanes, entre otras medidas que niegan los valores de democracia y derechos humanos de los que EE. UU. se jacta, pero que muestran definitivamente intolerancia y extremismo.

Estados Unidos se divide, una peligrosa situación cuando el mundo se estremece también por otros odios y el imperio es eje o pivote de otros rencores e intolerancias contra naciones soberanas no plegadas a sus dictados…

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