Bashar al-Assad y Vladimir Putin se han dado la mano más de una vez. Autor: Washington Post Publicado: 21/09/2017 | 06:19 pm
En una muestra de compromiso militar con un aliado árabe sin precedentes —ni siquiera en los días de la desaparecida Unión Soviética— el presidente Vladimir Putin desencadenó el poderío bélico de Rusia contra todas las pandillas de terroristas que han convertido a Siria en un verdadero infierno.
Heredero de la proverbial maestría rusa en el juego de ajedrez, el líder ruso movió sus piezas políticas, diplomáticas y militares para poner en jaque a la macabra coalición de fuerzas empeñada en derrocar al presidente Bashar al-Assad.
Desde marzo de 2011 enemigos del pueblo sirio, encubiertos por todo tipo de banderas ideológicas y religiosas o respondiendo a órdenes de patronos externos, se confabularon para destruir hasta los cimientos de un estado laico y multiétnico, donde reinaba una estabilidad y prosperidad creciente.
Amparados en la propaganda occidental acerca de la ola de revueltas que sacudió varias naciones árabes —en Túnez y Egipto, legítimos movimientos antidictatoriales— una oposición dirigida desde París o Washington, exacerbó inquietudes locales y por medio de trucajes televisivos los presentó como una revolución masiva antigubernamental que deslegitimaba al gobierno del presidente Al-Assad.
Desde entonces a la fecha, la historia es conocida. Siria se ha convertido en un calvario para sus habitantes, que se ven obligados a escapar y buscar refugio en países vecinos o al otro lado del Mediterráneo.
Más de 250 000 muertos y cuatro millones de desplazados y refugiados, así como la destrucción de miles de viviendas, infraestructura económica y social, es el saldo de una intervención abierta de elementos armados teledirigidos por Estados Unidos, la OTAN y algunas monarquías absolutistas vecinas.
Sin el más mínimo recato, arman, financian, dan apoyo logístico y publicitario a más de 80 000 mercenarios extranjeros agrupados en bandas de supuestos yihadistas islámicos, listos para matar y torturar, con el pretexto de librar una guerra santa contra los infieles del Gobierno.
Tras el fracaso de un llamado Ejército Libre Sirio, brazo armado de una presunta oposición democrática, alimentada por Washington y sus aliados, que contaba con un desmoronamiento del Gobierno de Al-Assad, resultó visible la intervención desde el exterior de fuerzas mercenarias, a través de las fronteras de países limítrofes, como Turquía.
La insistencia de los gobiernos de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Alemania, en desconocer al Gobierno de Al-Assad y su exigencia de un cambio de régimen antes de cualquier negociación para una solución política, solo sirvió para incrementar las vicisitudes de la población civil.
Esa situación, a su vez, quiso ser explotada como justificación para una intervención militar con fines humanitarios, a lo que en 2013 se sumó la acusación contra Damasco por la posesión y supuesto uso de armas químicas contra sus adversarios.
Una jugada maestra de Rusia, secundada por China, que promovió y logró la destrucción de los arsenales de armas químicas de Siria —a cambio de una garantía de protección contra una intervención— dejó una vez más a Estados Unidos y a sus aliados sin un pretexto plausible para una aventura militar.
No es extraño que ocurriera poco tiempo después la irrupción en la vecina Iraq de una nueva fuerza militar fundamentalista, que anunció su objetivo de establecer un califato islámico en los territorios poblados por los musulmanes sunitas de Iraq y Siria, mediante los más violentos métodos terroristas, de limpieza étnica contra chiitas, kurdos, cristianos y otras minorías que desde hace siglos conviven en esos países.
Documentos y fotografías revelados oportunamente por la prensa alternativa internacional —jamás desmentidos-— confirmaron la vinculación de políticos norteamericanos, como el senador republicano John McCain, con los jefes del autoproclamado Estado Islámico, que con suma facilidad consiguió adquirir armamento sofisticado, cuantiosos recursos financieros y acceso a los más modernos medios de comunicación, a través de Internet y otros ultramodernos recursos de propaganda.
La incontrolable expansión del terrorismo, incluso hacia naciones de Europa y el temor de su accionar en los propios Estados Unidos, llegó en los últimos meses a extremos alarmantes. Por otra parte, dentro del territorio sirio la crisis humanitaria alcanzó niveles insoportables, de total irrespeto a la población civil y la legalidad internacional.
Los puntos sobre las íes
Fue en ese contexto que pocos días atrás un cohete lanzado por los terroristas hizo blanco en la embajada de Rusia en Damasco.
Desde entonces, la respuesta rusa era esperada y finalmente llegó en el momento oportuno, tras una cuidadosa preparación militar en el espacio sirio y una ofensiva diplomática desplegada por el presidente Vladimir Putin en Naciones Unidas, a raíz del período de sesiones de la Asamblea General y de las reuniones colaterales por el aniversario 70 de la organización.
En un lenguaje diáfano, Putin puso los puntos sobre las íes y exhortó a Estados Unidos y las demás naciones que hasta ahora han intervenido sin éxito, ni aprobación del Consejo de Seguridad —incluso violando la soberanía siria y principios del derecho internacional— a colaborar en serio y de manera coordinada para erradicar los grupos terroristas.
Putin dejó en claro, sin embargo, que el único gobierno legítimo en Siria es el del presidente Bashar al-Assad y que, al apoyar al ejército gubernamental, Moscú apoya a una fuerza real de combate contra las bandas terroristas internacionales que operan ese país árabe.
La fría acogida del presidente Barack Obama a la propuesta rusa, tras su reunión con Putin, así la insistencia de las potencias occidentales en desconocer la legitimidad de Al-Assad, solo consiguieron aumentar la determinación del mandatario ruso de poner a salvo a Damasco antes de que fuera demasiado tarde, y de ese modo habilitar un nuevo escenario para la negociación.
El pasado miércoles, 30 de septiembre, el Gobierno de Siria confirmó su solicitud a Rusia. La oficina de prensa del presidente Bashar al-Assad puntualizó en un comunicado que el «aumento en el apoyo militar de Rusia a Siria ocurrió y está ocurriendo como resultado de una petición del Estado sirio». Además, precisó que Al-Assad incluyó una invitación al envío de fuerzas aéreas rusas.
La solicitud siria fue respaldada por un acuerdo votado por unanimidad en el Senado ruso. Al anunciar la decisión, la presidenta de ese órgano calificó las acciones de Rusia como «oportunas y muy necesarias. Está en juego —dijo— la supervivencia de Siria y la prevención de una creciente catástrofe humanitaria».
Tras la decisión del Senado, Rusia lanzó sus primeros ataques aéreos contra posiciones del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en la ciudad siria de Homs. Siria también califica como «terroristas» al Frente al Nusra (filial de Al Qaeda en Siria) así como a otros grupos rebeldes que combaten al gobierno.
Entrevistado por la cadena pública estadounidense CBS, el periodista Charlie Rose sugirió que la intervención militar rusa fue diseñada para «rescatar» a Al-Assad, a lo que Putin respondió: «Bueno, tienes razón».
«No hay otra solución a la crisis siria más que reforzar la efectividad de las estructuras de Gobierno y ayudar a la lucha contra el terrorismo, pero al mismo tiempo instándoles a participar en un diálogo positivo con una oposición racional y llevar a cabo una reforma», sostuvo Putin.
Rápidos resultados
Unas horas después del inicio de los efectivos bombardeos rusos sobre posiciones de comando del Estado Islámico en Homs, Hama, la zona norte alrededor de Idlib y en la oriental Rakka, plaza fuerte de los terroristas, la ofensiva diplomática y militar comenzó a arrojar resultados.
Varias capitales, entre ellas Berlín y Ankara, expresaron públicamente su intención de implicar al presidente sirio en la búsqueda de una solución al conflicto. La canciller alemana, Angela Merkel, estimó necesario hablar con Al-Assad para solucionar la crisis, pero también «con otros» como Rusia e Irán, aliados de Damasco. Incluso el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, hostil al régimen sirio, admitió que Al-Assad podría participar en una transición.
El ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, alertó ante el Consejo de Seguridad que «la situación en Oriente Medio se ha degradado hasta un punto en que se puede hablar de la destrucción del mapa político de la región».
Advirtió, además, que los militantes del llamado Estado Islámico en Iraq y Siria poseen incluso «componentes de armas de destrucción masiva».
«Es preciso crear cuanto antes una base de datos sobre los militantes terroristas y flexibilizar los mecanismos del intercambio de aquellos», agregó Lavrov, quien también llamó a detener el flujo financiero del Estado Islámico como factor clave para derrotar al terrorismo, y el Gobierno ruso anunció un acuerdo para compartir información de inteligencia sobre el EI con Iraq e Irán.
Tres días después del comienzo de la operación aérea rusa contra los terroristas, EE.UU. dejó de insistir en la salida inmediata de Bashar al-Assad y se declaró favorable a un traspaso de poderes «ordenado» en Siria, según declaró a la CNN el secretario de Estado norteamericano, John Kerry.
Kerry admitió que una dimisión inmediata de Al-Assad llevaría a un fracaso y al derrumbe de las instituciones civiles del país.
Las operaciones militares de Rusia todavía están en curso y se desconoce por cuánto tiempo más. La decisión adoptada por el presidente Putin dejó a los adversarios de Al-Assad en una incómoda posición de jaque.
El más mínimo error de cálculo por parte de Washington y sus aliados de la OTAN y del Medio Oriente, quienes han armado y financiado a los terroristas que dicen combatir, puede desembocar ahora en un bochornoso jaque mate, y obligarlos a inclinar sus coronas ante el sabio ajedrecista ruso.