Nadie en Venezuela pudo quedar indiferente ante la noticia de la muerte de Chévez. Autor: Rolbis Llacer Publicado: 21/09/2017 | 05:46 pm
CARACAS, Venezuela.— Los que estaban aquí ese día contaron que el cielo se transformó, se tornó «rojo». Y hubo hasta una rara neblina en el aire, un eco profundo en las calles, un lenguaje mudo en la gente.
Lo cierto es que nadie por estas tierras pudo quedar indiferente ante la noticia, que las líneas telefónicas colapsaron, las personas apuraron el paso, y los televisores se prendieron por montones. Entonces, millones de ojos se sumergieron en la tristeza, justo cuando a este país empezaba a nacerle un agujero inmenso.
Chávez, el único, se había ido a las 4:25 de la tarde del martes 5 de marzo de 2013 para hacerse todavía más leyenda. Se había marchado físicamente tal vez para decirnos que una nación no se construye con la voluntad o la inteligencia de un solo hombre, y que sin unidad revolucionaria podía despedazarse en el futuro uno de los sueños más hermosos de este mundo.
Pero se había marchado acaso para demostrarnos, también, el peso de los líderes en los procesos complejos de la historia, la trascendencia del carisma, el valor infinito del ejemplo.
A un año del suceso —trágico y prematuro como quiera que se mire— quizá ahora entendemos mejor que los grandes mitos emergen en verdad de los hombres más carnales; de esos pocos como él, capaces de afligirse en público, de contar riéndose sus urgencias gástricas, de bromear sin aires de postal con un campesino, de enternecerse con el juego de un niño, de abrazar a las hijas con toda la fuerza de su pecho. De esos pocos como él, capaces de disfrutar al máximo un partido de pelota; de bañarse con placer de masas sudorosas y antes apartadas; de regañar sin pelos en la lengua a un ministro; de pedirle a Dios, con lágrimas, que lo hiciera sufrir pero que no se lo llevara tan pronto; capaces de convertir un «por ahora» en un para siempre; de cantar el Himno con la garganta y con el alma.
No es que se deseche —imperdonable error sería— al estadista brillante y latinoamericanista por excelencia, al soldado eterno, al Presidente que refundó a un país, al rescatador de la espada luminosa de Bolívar. Pero si Chávez fue adoración para millones es porque sus ideas políticas se conjugaron con las virtudes y defectos del ser humano. Y su vida pública se hizo móvil colectivo. Jamás fue entelequia, paraíso apartado, líder remoto. Fue gente, palabra desbordada, gesto, deseo, imperfección, tozudez, carne, erudición, verso y ¡pueblo!
Chávez vino del abrazo, de lo imposible y lo posible, de la magia. Por eso hoy miles, cuando les he mirado a los ojos en su patria, me dicen con orgullo incontenible que le tocaron la mano una vez, o que estuvieron frente a su mirada en algún escenario, o que participaron en su hermoso rescate cuando el golpe de Estado de 2002, o que se encantaron oyéndole el verbo y las ocurrencias a corta distancia.
Vino de la sugestión y de la «verdad verdadera», como decimos para reafirmar lo auténtico. De ahí que, como nos contó hace poco el presidente Nicolás Maduro, cuando aquel martes aciago se anunció que se iba a dar la noticia en cadena nacional de radio y televisión, muchos camarógrafos —afines o adversos— se desmayaron al instante. Y por eso, enseguida, Natura envió señales, un pueblo se volcó a las calles para decirle que seguiría sus pasos hasta la muerte misma, conocidos y desconocidos se abrazaron fuertemente, y una patria en llama viva se conmovió en todas sus esencias.
*Las fotos de Rolbis Llacer forman parte de la exposición De tus manos brota lluvia de vida —que se exhibe en el Memorial José Martí desde el 4 de marzo. Apoyada con audiovisuales de un equipo de periodistas, camarógrafos y editores del Instituto Cubano de Radio y Televisión, muestra las vivencias de hechos trascendentales en la vida de Venezuela de 2011 a 2013.