Simpatizantes de Mursi protestan frente a sede de la Guardia Republicana. Autor: AFP Publicado: 21/09/2017 | 05:36 pm
Las Fuerzas Armadas egipcias seguirán controlando el rumbo de la nación. Eso es lo único claro, hasta ahora, en el incierto y complejo escenario de la nación norteafricana. El hombre fuerte no es el presidente interino Adli Mansour, quien hasta el derrocamiento de Mohammed Mursi, fungía como presidente de la Corte Suprema. El hombre fuerte es el general Abdel Fatah al-Sisi, jefe del ejército.
Como en otras ocasiones, los militares jugarán a la política. Agarraron el poder durante un año y medio después de la caída del dictador Hosni Mubarak, hasta que se celebraron las elecciones, en las que también apostaron por un candidato: Ahmed Shafiq, un militar retirado que se desempeñó como el último primer ministro del defenestrado Mubarak. Ahora, nada vaticina que la historia vaya a ser diferente. Detrás de Mansour, estarán las cuerdas castrenses, y particularmente las de Al-Sisi, a quien la mayoría de los medios de comunicación presentan como el héroe que con la asonada truncó el rumbo de Egipto hacia un califato o impidió el derramamiento de sangre.
Más allá de los errores que Mursi pudo haber cometido, no se puede desconocer que es un presidente elegido democráticamente en las urnas y que el ascenso islamista siempre fue mirado con recelo por los sectores que históricamente tuvieron el poder o estuvieron cerca de él, incluida la cúpula militar. El mandatario no pudo gobernar cómodamente para emprender al menos alguna reforma que resultara en la solución de los problemas que heredó del viejo régimen. Los mubarakistas, enquistados en las palancas del poder, se encargaron de boicotear la gestión del ejecutivo del líder islamista.
Durante el año que estuvo al frente de la nación, hasta que las Fuerzas Armadas perpetraran el golpe de Estado, el día 3 de julio, Mursi no pudo hacer despegar la economía egipcia: el turismo, importante fuente de ingresos de la nación, sigue en baja; el desempleo afecta a más del 13 por ciento de la población; se encarecieron los alimentos en un diez por ciento; además de la escasez de combustible y los apagones eléctricos en El Cairo.
En medio de esta dura situación económica, Mursi fue incapaz de ofrecer un programa económico y social, ni supo distanciarse de las políticas de los organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional, que a cambio de créditos, exige reformas traducidas en recortes en el presupuesto estatal y en los subsidios, despidos, subidas de impuesto, carestía de la vida y más privatización, tal y como viene ocurriendo en la vecina Túnez. Aunque muchos le critican a Mursi que no haya podido cerrar el acuerdo con el FMI.
Además, el Gobierno cayó en muchas de las viejas prácticas autoritarias del régimen anterior, aunque la Hermandad Musulmana las criticó durante las protestas contra Mubarak. Los islamistas, creyéndose con sumo poder por tener la mayoría legislativa, se apresuraron a conquistar todos los espacios posibles sin tener en cuenta los otros colores del arcoíris político-ideológico-confesional egipcio, algo que no debieron subestimar, más cuando ganaron con un estrecho margen los comicios de mayo y junio de 2012.
Ahora, las Fuerzas Armadas, que dicen estar al lado del pueblo —al que masacró durante las revueltas contra Mubarak en enero y febrero de 2011—, en acuerdo con los sectores mubarakistas, la derecha, los liberales, los seculares y hasta con la izquierda, asegura que se construirá en Egipto un Gobierno de unidad nacional.
Así lo dijo Mansour, y al mismo tiempo comenzaban la ola de arrestos y las prohibiciones de salida del país contra líderes islamistas. Los seguidores de Mursi —tantos como los que se le oponen—, descontentos con el golpe de Estado, prometen seguir protestando hasta que se restablezca el orden constitucional, y por tanto son víctimas de la represión del Ejército. Ya ha muerto una treintena y hay centenares de heridos.
La situación en Egipto está muy lejos de encaminarse hacia la estabilidad. La fuerza islamista no se quedará con los brazos cruzados después que conquistó en las urnas el poder político, lo que tuvo prohibido durante 80 años de ilegalidad. La campaña de acoso y persecución será fatal para el Estado democrático que exige el pueblo.
Y el movimiento popular debe recordar que aceptar a los militares como guardianes del proceso de transición, después de la caída de Mubarak, fue un error, porque lejos de salvaguardar las aspiraciones defendidas, usurparon el poder ejecutivo. Y antes de eso, asesinó y torturó a quienes en las revueltas anti-Mubarak, pedían un Egipto distinto.