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Nacer a cualquier edad

Miles de venezolanos han encontrado una puerta abierta que antes ni siquiera imaginaban. En ese descubrimiento no han faltado las manos solidarias de Cuba

Autor:

Osviel Castro Medel

CARACAS, VENEZUELA.— A los 67 años Natividad todavía no había nacido; yacía en un rincón de su barrio en Valle Alto, con los ojos estáticos ante el paso del tiempo y el cuerpo fatigado por los azotes del trabajo doméstico.

Su destino era, como el de miles de personas longevas, la sombra y el anonimato, el nieto en brazos... la nube de preocupaciones.

«Nunca nadie me tuvo en cuenta; si no llega esto yo no hubiera entendido qué es vivir. Ahorita me siento chévere», nos dice mientras se pasa la mano por la frente para secarse el sudor emanado del baile.

Sus palabras nacen después de haber presentado, junto a 15 abuelitas, una coreografía de un joropo valseado, en el salón de usos múltiples Pedro L. Ledezma, en el populoso barrio de Petare.

Lo que más sorprende en Natividad Castro es que, después del cambio en el estilo de vida, parece haber engañado al reloj porque ahora tiene 82 abriles y mueve los pies «como nunca». También maravilla su disposición interminable, que la convierte en una de las bujías espirituales del club de abuelos Reflejo de la Plata, surgido hace un lustro.

«Hoy estábamos nerviosas porque había mucho público y queríamos que la danza nos quedara bien linda, pero lo más importante era participar», señala en referencia a los espectadores reunidos en el Encuentro Parroquial Petare 2013, quienes, emocionados, aplaudieron durante más de dos horas los bailes y obras de arte de niños, adolescentes y ancianos llegados de algunos de los barrios más humildes de Caracas.

Encuentro con la bonita

Se llama Darlenis Bonne Gutiérrez y ya ha perdido el nombre porque todos la apodan la Bonita. Tiene apenas 24 años y vive en Mayarí Arriba, en II Frente Oriental, Santiago de Cuba. Ella es una de las que ha ayudado a impulsar las energías de Natividad y de muchos más ancianos que antaño estaban en un limbo de inactividad.

«Jamás había trabajado con abuelos; siempre lo había hecho con niños; por eso esta experiencia resulta maravillosa; las personas de esa edad suelen ser como los muchachitos, pero con características más difíciles», dice esta instructora de arte de la Brigada José Martí, quien lleva un año y dos meses en Venezuela.

Darlenis comenta que ha seguido el camino de la profesora Yaima Torres, quien montó varias de las coreografías del amplio repertorio que hoy tiene el club de abuelos Reflejo de la Plata. «Me ha sorprendido cómo asimilan las clases, cómo se esfuerzan; tienen muchos deseos de hacer las cosas bien, sin importarles la edad», confiesa.

Darlenis asesora además a un grupo infantil de danza de varias escuelas de Petare, que en el Encuentro Parroquial presentó el gustado número Mapalé, un movido baile folclórico colombiano.

«Tanto los niños como los abuelitos me adoran; ese cariño me protege para sobrellevar la lejanía de mi tierra», apunta con una mezcla de alegría y nostalgia.

Merengue desde el campito

Natividad no es la única venezolana que se ha burlado de la gravedad física del almanaque después que irrumpió la Revolución Bolivariana. En el encuentro parroquial de Petare encontramos a otras personas, como Ana Ponte Marín, que a los 77 años pueden ejecutar los pasillos que demanda el intenso ritmo de un merengue caraqueño.

Ella integra un emblemático club de abuelos, nombrado Fuerza, vigor y salud, que radica en la barriada de El Campito y fue el que abrió con sus pasillos el encuentro parroquial. Su profesora de danza es también santiaguera, Yordanka Caballero, quien viene desde Palma Soriano.

«Llevamos cuatro meses ensayando esta danza. Somos 40 abuelos, aunque en este número participamos ocho», subraya Ana Ponte. Pero aclara que desde antes, estimuladas por las misiones sociales de la Revolución, las personas de la tercera edad realizan en los barrios obras de arte y de teatro, «manualidades», artesanía... y practican ejercicios físicos tres veces a la semana.

«Nos hemos unido mucho desde que fundamos el club; celebramos los cumpleaños, nos visitamos, atendemos nuestros problemas en colectivo y nos preocupamos por los enfermos. Somos una familia», acota.

Sin fin

La música ha terminado. Una payasita —instructora de arte también— avisa el fin (que no es el fin) del Encuentro parroquial de danza y artes plásticas, evento que se realiza anualmente después de certámenes similares a nivel de base. Dentro de unos días vendrá el de teatro y luego el de música; niños y abuelos de los cerros y otros barrios modestos mostrarán con orgullo lo aprendido en los últimos meses.

Luego del anuncio, ancianos y chicos se cambian sus trajes de bailadores y se enrumban hacia las busetas (guaguas en Cuba) que los trasladarán gratuitamente a sus hogares.

Unos jóvenes recogen los dibujos, muñecos, afiches, instalaciones y carteles colocados dentro del salón. En una esquina, Natividad conversa con una de sus compañeras, quien ronda los 80 años.

JR va a su encuentro, le formula una pregunta y ella se deshace en halagos, dirigidos a Darlenis, la joven que en Valle Alto sienten como una hija entrañable. Luego hace una pausa, mira la infinidad de los cerros a través de la ventana y se le arruga la frente y se le quiebra la voz: «Esto ha sido buenísimo, nos ha resucitado; sabemos que va a continuar con otra persona cuando ella tenga que irse; pero el día que la Bonita se marche todos vamos a llorar».

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