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La CIA, Miami y la Casa Blanca contra Letelier

Develaciones recientes confirmaron la connivencia de Washington en uno de los más horribles crímenes de la Operación Cóndor bajo órdenes de Pinochet, y ratificaron la «contribución» de los terroristas de origen cubano que se siguen paseando hoy, libres, por las calles de Florida

Autor:

Marina Menéndez Quintero

TNT y el más moderno C-4, explosivo que harían tristemente famoso los terroristas de origen cubano al utilizarlo luego, a fines de los 90, en atentados contra lugares turísticos de la Isla y más tarde en el intento de magnicidio contra Fidel, en noviembre del 2000, en el Paraninfo de la Universidad de Panamá. Esos eran los componentes del artefacto atado con cinta adhesiva a la viga transversal, debajo del auto del ex canciller de Salvador Allende, Orlando Letelier, cuando este se trasladaba por una avenida de Washington aquel 21 de septiembre de 1976. No viajaba solo, le acompañaban su secretaria, la estadounidense Ronni Moffit, y su esposo Michael.

Con precisión, tres días antes, aprovechando que el carro estaba parqueado a la entrada del garaje, Michael Townley, el agente de la CIA ligado a la tenebrosa DINA chilena, había dejado la bomba bien colocada. El resto lo haría el detonador por control remoto, accionado en el momento preciso.

Un año atrás, Townley ya había cumplido en Roma una tarea de similar naturaleza encomendada por Augusto Pinochet y el jefe de los servicios de inteligencia de la dictadura, Manuel Contreras, atentando contra el ex ministro y ex diplomático chileno Bernardo Leighton y su esposa, en un acto que hacía trascender, más allá de las fronteras nacionales, el terror impuesto por el golpe fascista desde La Moneda. Les habían precedido en la lista de víctimas el ex general de las Fuerzas Armadas de Chile Carlos Pratts y su esposa, asesinados en Argentina el 30 de septiembre de 1974. En todos los sucesos, se confirmó muchos años después, estuvieron las manos de Townley y de sus contratados terroristas asentados en Miami. Podría entenderse que era el prólogo de la tenebrosa Operación Cóndor.

El 26 de noviembre de 1975, un mes después de la acción contra los Leighton, se había empezado a conformar formalmente la red del terror que alió a las dictaduras latinoamericanas, durante la denominada Primera Reunión Interamericana de Inteligencia Nacional, celebrada en la Academia de Guerra de Santiago. Convocados por Pinochet, hasta allí llegaron los representantes militares de los regímenes argentino, paraguayo y de Bolivia, para analizar cómo desarticular a la «subversión» revolucionaria que se «había organizado» en el continente.

De tal suerte, cuando Townley recibió la orden de Pinochet contra Letelier, Cóndor ya había emprendido su vuelo de muerte y se posaba por primera vez, sin pudor, en los propios Estados Unidos. Para ello, por supuesto, contaría con el apoyo de la CIA, que seguiría promoviéndolo. Un informe dado a conocer por el propio Contreras, sometido a la justicia en Chile en el año 2005, confirmó que el crimen fue encargado por el general golpista, quien había sido «alertado» a su vez por Vernon Walters —a la sazón, segundo jefe de la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU.— del «peligro» que podía representar un chileno de honor como Letelier.

Sin embargo, lo más bochornoso en torno a este caso para la potencia que se proclama hoy como paladín de la lucha contra el terrorismo —y en cuyo nombre desata cruentas guerras— pudo corroborarse apenas en abril del año pasado, cuando documentos desclasificados a petición de Peter Kornbluh, del National Security Archive (asociado con la institución Archivos Chile), establecieron la decisiva participación del entonces secretario norteamericano de Estado, Henry Kissinger, en los hechos.

Para entonces, gracias al trabajo investigativo de Kornbluh y del también analista estadounidense John Dinges, ya se había establecido que Kissinger —promotor directo del golpe de Pinochet contra Salvador Allende y su Gobierno de Unidad Nacional— había enviado a sus embajadores en ese país, Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia y Paraguay, en agosto de 1976, un cable donde les comunicaba: «Los asesinatos planeados y dirigidos por los Gobiernos miembros de Cóndor, dentro y fuera del territorio, tienen consecuencias extremadamente graves que tenemos que enfrentar con rapidez y sin rodeos». Por ello instruye a las legaciones diplomáticas estadounidenses en Chile, Argentina y Uruguay «entrevistarse lo más pronto posible con el funcionario de mayor rango —de preferencia el jefe de Estado— para elevar una advertencia formal».

Pero la nota no pasaría de ser un acto hipócrita, o un arranque del cual el jefe de las Relaciones Exteriores de Washington se arrepentiría después. Los documentos develados en abril de 2010 consignan que, estando de gira por África y respondiendo a una solicitud del secretario adjunto para América Latina, Harry Schlaudeman, Kissinger dejó sin efecto su propia advertencia.

Schlaudeman le había pedido su parecer sobre las distintas maneras que el embajador estadounidense en Montevideo había propuesto para hacer llegar su aviso a la dictadura uruguaya, y destacaba lo urgente del asunto al señalar que «lo que estamos tratando de evitar es una serie de asesinatos internacionales que pudieran dañar seriamente el estatus internacional y la reputación de los países involucrados».

Entonces, la contraorden de Kissinger fue terminante. En un memo fechado el 16 se septiembre, comunica: «Secretario (de Estado) denegó aprobación mensaje a Montevideo y ordena que no se tomara más medidas respecto este asunto». Schlaudeman cumple emitiendo otro memo. «No tomen más medidas, hagan notar que no ha habido información en varias semanas que indique intención de activar el plan Cóndor».

Así, Kissinger queda anotado en la historia como responsable del atentado contra Letelier, no solo por su respaldo a las dictaduras latinoamericanas y, en particular, al régimen de Augusto Pinochet, sino porque canceló su alerta apenas seis días antes del atentado contra el ex canciller chileno en Washington. El asesinato pudo evitarse, como remarcaría en su momento el propio Dinges.

En conversación en La Habana con esta reportera, la prestigiosa periodista e investigadora argentina Stella Calloni se referiría a este y otros hechos de terrorismo de Estado en nuestro hemisferio, con uno de sus sagaces comentarios: «La mano que meció la cuna del crimen en todos los casos ya sabemos dónde está y, hoy por hoy, mi esperanza es que los familiares de las víctimas exijan a EE.UU. que indague en los grupos terroristas de origen cubano: ellos eran la mano de la CIA en esas operaciones sucias».

Calloni, y las personas amantes de la justicia y la paz, siguen aguardando.

La conexión cubana

Mil novecientos setenta y seis fue un año de actividad para el terrorismo internacional bajo las alas de Cóndor, y también de la contrarrevolución criminal y mafiosa de Miami, que participó en la Operación.

En abril había estallado una bomba contra la embajada de Cuba en Portugal; en julio, otro artefacto hizo explosión en el Centro Cultural Cuba-Costa Rica, de ese país y, el mismo mes, similares atentados ocurrieron en la sección de equipajes de vuelos de Cubana de Aviación, en Jamaica; en la Oficina de la agencia en Barbados, y en las de Air Panamá en Colombia...

Los sabotajes se realizaron en torno a junio, fecha de oficialización del asesino CORU (Comando de Organizaciones Revolucionarias Unidas), en reunión en Bonao, República Dominicana, a la que asistieron representantes de los grupos contrarrevolucionarios y terroristas de Miami, y el propio Townley.

Según se develó después, los cubanos de Florida tenían a esas alturas nexos especiales con Pinochet. En un informe enviado a Washington en noviembre de ese año, el agente del FBI y agregado jurídico en Buenos Aires, Robert Scherrer, afirmó que el régimen chileno tenía una «relación diplomática especial con los “militantes anticastristas”, y que esas relaciones incluían “misiones militares conjuntas”».

A cambio de ayudarlo, Pinochet les había ofrecido respaldo que incluyó una suerte de campo de entrenamiento e instrucción militar y de inteligencia.

Cuando llegó a Washington con la encomienda de asesinar a Letelier, portando un pasaporte falso a nombre de Hans Petersen Silva, ya Townley había realizado otras operaciones conjuntas con algunos de ellos.

Llamó de inmediato, pues, a Virgilio Paz, miembro del terrorista Movimiento Nacionalista Cubano con sede en Florida, y le pidió conversar con Guillermo Novo Sampoll, uno de los actores del fracasado atentado contra Fidel en Panamá. Luego contactarían a otro no menos criminal: José Dionisio Suárez.

En un cuarto de hotel prepararían Townley y Paz, acompañados de Dionisio, el artefacto explosivo con los implementos que había llevado Novo Sampoll.

Desde otro auto en marcha lo activaron el 21 de septiembre, provocando la explosión que arrancó las piernas a Letelier y lo desangró, mientras Ronni moría ahogada en su propio líquido vital, con la carótida cercenada. Increíblemente, su esposo Michael fue proyectado afuera y sobrevivió, con fuerzas suficientes para correr hacia ellos e intentar socorrerles.

En documentos desclasificados consta que, después del hecho, durante una recogida de dinero organizada en Caracas, Orlando Bosch, dirigente de CORU, exclamaría jactancioso: «Ahora que nuestra organización ha salido del trabajo Letelier con una buena imagen, vamos a tratar algo más».

En octubre de ese año, la injusticia temblaba cuando un pueblo enérgico y viril lloró la muerte de 73 inocentes, asesinados a bordo de un avión de Cubana sobre aguas de Barbados…

Algunas fuentes consultadas:

-John Dinges lanza libro definitivo sobre la alianza del terror, Elmostrador.cl, 10 de nov. de 2004.

-Nuevas revelaciones en caso Letelier, Informe Archivos Chile, 10 de abril de 2010.

-Documentos desclasificados obtenidos por el National Security Archive.

-Asesinato en Washington, John Dinges y Saul Landau.

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