Cinco contrincantes cumplimentarán el próximo domingo la que muchos consideran será primera parte de una maratón cuyo resultado es difícil de pronosticar, pues se augura que habrá segunda vuelta.
Más de 19 millones de peruanos se alistan para elegir presidente en un ambiente donde predominan las divisiones, por lo que se puede vaticinar que ninguno de los competidores obtendrá el 50 por ciento de los votos más uno que se necesitan para hacerse de inmediato con la presidencia.
Ollanta Humala, Alejandro Toledo, Keiko Fujimori, Luis Castañeda Lossio y Pedro Pablo Kuczynski compiten por la silla presidencial, en una lid donde ha habido de todo un poco, desde zancadillas y tropezones hasta trapos sucios que enlodaron las campañas proselitistas.
A simple vista, algunos de los competidores parecieron más preocupados por llegar a la meta de primeros que por satisfacer las necesidades de un pueblo marcado por la desigualdad social, y que pide con urgencia decisiones que beneficien a las mayorías.
Muestra de lo que ha sido la larga carrera fue el debate presidencial del pasado fin de semana donde, como signo de la encarnizada lucha por el poder, la palabra límite pareció carecer de significado.
Entre las «ocurrencias» de los candidatos destacaron las del expresidente Alejandro Toledo (2001-2006), representante del partido Perú Posible, quien aconsejó a los electores optar por «un malo conocido» mejor que por «un bueno por conocer», en evidente alusión a su propio mandato, recordado por entreguista y obediente a los dictados del FMI.
Sin embargo, Toledo no solo se autoproclamó salvador de Perú, sino que además criticó a sus rivales esgrimiendo epítetos que medios de comunicación derechistas calificaron de «ingenio político», aunque claramente colindaron con la vulgaridad.
Por su parte, Keiko Fujimori, del partido Fuerza 2011, precisó que si ella era elegida seguramente continuaría la misma línea gubernamental de su padre, Alberto Fujimori. Especialistas peruanos afirman que Keiko se benefició del fujimorismo y que, lejos de hacer un deslinde del autoritarismo impuesto durante la presidencia de su padre, su bancada lo sigue justificando como un costo necesario para el país.
Luis Castañeda, ex alcalde de Lima y representante del partido Solidaridad Nacional, pareció estar más interesado en criticar a Ollanta Humala que en exponer sus propuestas. Este holgado competidor —sobre todo por los fondos que, se afirma, echa a su bolsillo cada mes— dijo estar preocupado porque si Humala ganaba impondría en el país andino un «modelo estatista», como el que tienen —afirmó— Venezuela, Bolivia y Nicaragua.
Evidentemente Castañeda olvida o no conoce lo que es un Estado libre de imposiciones donde sus hombres y mujeres puedan decidir qué hacer con cada palmo de tierra dentro de sus fronteras. Sataniza los procesos que tienen lugar en esas naciones y, con ello, trata de restar votos a Humala, imponiendo contra él la campaña del miedo.
El candidato presidencial por la Alianza por el Gran Cambio, Pedro Pablo Kuczynski, expresó que si él gana, miles de jóvenes podrían acceder a empleos y para ello posibilitaría la introducción de empresas transnacionales en la nación. Tal parece que no son suficientes las que existen en la actualidad en Perú.
Por su parte, Ollanta Humala, candidato de Gana Perú, aseguró que de ser elegido reformará la Constitución vigente para que ampare un nuevo modelo económico, guardando los sectores estratégicos a los intereses nacionales.
Aunque al comienzo de la campaña Humala contaba con un bajo apoyo popular, las encuestas de las últimas semanas evidencian un vertiginoso ascenso que lo ha puesto en la cima de los candidatos con un 29 por ciento.
A pesar de las críticas lanzadas por sus rivales, Humala se mantuvo sereno durante el debate y se puede decir que de todos los participantes en la carrera él, sin lugar a dudas, ha sido el que menos sucio ha jugado.
Ante tal panorama, los peruanos que ejercerán su derecho al voto el próximo domingo se muestran divididos ante la disyuntiva de la elección. No en vano los analistas políticos de ese país han calificado estas elecciones como las más inciertas y de difícil pronóstico desde 1962.