Las generaciones más jóvenes de haitianos tiene delante de sí a un país devastado, que para su reconstrucción necesita de una estimable y sostenida ayuda de la comunidad internacional. Autor: Reuters Publicado: 21/09/2017 | 04:54 pm
Seguramente algo conmovido, hasta «Baby Doc», hoy un casi sexagenario exiliado de quien se dice vive con modestia y semiclandestino en París, quiso que se enviara a los damnificados lo poco que queda de la que fue una monumental fortuna, erigida sobre el hambre del pueblo haitiano.
Poco más de cinco millones de dólares parecen una bicoca en comparación con los cerca de 900 millones que se consideraba conformaban el patrimonio de los Duvalier en 1986, cuando una rebelión popular, y el evidente sentido común de las potencias que hasta entonces protegieron a la dinastía de Francois (Papá Doc) y Jean-Claude (Baby) durante casi 30 años, pusieron al hijo en fuga.
Puede que todavía en la cuarentena de su vida —y con el padre muerto desde los escasos 19 años con que heredó «el trono»— el vástago de una dinastía que desangró de muchas maneras a Haití fuera aún inmaduro para pensar en su propio futuro. Se cuenta que dilapidó la fortuna en la Riviera francesa después de la boda fastuosa con una mujer atractiva y rubia, Michelle, quien no solo satisfizo todos sus caprichos femeninos con el dinero escamoteado a los haitianos, sino que desfalcó después del divorcio al propio Jean-Claude, e invirtió inteligentemente el dinero como el mejor negociante…
Varios intentos hicieron los abogados representantes del clan Duvalier para recuperar lo que quedaba, después de que los millones sobrantes fueran congelados por solicitud del Estado haitiano a finales de los 80, a lo que ha seguido un complicado proceso legal de apelaciones por las partes.
Pero lo importante ahora no es el entuerto jurídico, sino el «gesto». Según una publicación española, en un mensaje enviado por correo electrónico al diario digital The Daily Best, Jean-Claude Duvalier pidió a las autoridades suizas el traspaso inmediato a la Cruz Roja de EE.UU. del dinero inmovilizado.
Quería contribuir. Solo que en la solicitud volvieron a aflorar los sentimientos del tiranuelo, lo que echó por tierra su repentino altruismo: la potencial donación llevaba nombres y apellidos. Según el deseo expresado por Jean-Claude, la asistencia debía ser especialmente destinada a la ciudad natal de su madre —Leogane—, a la de su padre —Carrefour— y a la suya propia, la hoy devastada capital de Haití.
Cuando todavía la última decisión en cuanto al dinero parece no tomada, el repentino resurgimiento de «Baby Doc» apunta, precisamente, a uno de los capítulos que ha contribuido a hacer más traumática la desgracia de un temblor que no solamente derrumbó Puerto Príncipe. También ha sacado a flote la historia haitiana, y sacudido unas cuantas conciencias. Si «Baby Doc» hubiera tenido un poco cuando huyó en 1986, habría dejado a su país verdaderamente libre.
Al partir con sus tarjetas de crédito repletas de ceros a la derecha, dejaba a Haití con una deuda externa de 750 millones de dólares. Con lo que llevaba bastaba para pagarla y le habrían quedado aún 150 millones, suficientes para vivir el resto de sus días, cómodo y feliz… ¡Claro!, si Michelle no lo hubiera desplumado…
Los vientos que trajeron las tempestades
Si de algo sirve recordar aquel pasado, es para ver mejor eso que han tratado de explicar no pocos líderes políticos, expertos en economía defensores de las naciones pobres, e intelectuales indignados por el abandono al que —salvo contadas pero importantes excepciones— ha sido relegada la nación haitiana.
Le resultará difícil a Haití renacer de las cenizas en que la ha dejado el terremoto si sigue viviendo de sismo en sismo, como hasta el día del Armagedón: virtualmente sin economía propia y arrastrando débitos, a pesar del presunto alivio que hayan significado los paliativos de una decadente arquitectura financiera que hace rato se tambalea… pero sigue ahí. No toda la culpa la tienen los Duvalier, si bien ellos hicieron germinar la semilla de una deuda que había nacido con el mismo despunte de Haití a la vida republicana, y que ató a la nación con el «auxilio», luego, de expoliadoras políticas que la convirtieron en eso que, injustamente, se ha acuñado como «Estado fallido».
Empréstitos, donaciones, y hasta restituciones políticas condicionadas han sido responsables también de la inconsistencia de una economía que se sostiene hoy básicamente de las remesas, enviadas por ese ¡80 por ciento! de ciudadanos que emigra —así se afirma—, y sustentada de crédito en crédito y de donación en donación… gracias a la buena voluntad de los organismos financieros internacionales.
A cambio, ellos impusieron los programas y recetas que no dejaron crecer a Haití, la convirtieron en importador neto, e inhibieron las transformaciones y hasta las poco complicadas mejoras que, en su momento, intentaron líderes como Jean-Bertrand Aristide. Después del primer golpe que le infligieron, fue repuesto con requisitos que restringieron su deseo de hacer, y fue demovido y secuestrado en su segundo mandato con el apoyo de la administración de W. Bush, después de que el respaldo popular de que gozaba fuera minado, adentro, con el trabajo sucio de ONGs foráneas, según se asegura. ¿El motivo? Se disponía a desobedecer algunos de los mandatos del Banco Mundial y del FMI.
El Estado haitiano ha vivido con las manos amarradas.
Aunque a veces tediosas, algunas cifras pueden graficar la injusticia económica donde se asientan el despojo y esa hecatombe social en que ya se vivía en Haití, mucho antes de que lo asolara el terremoto.
En virtud de los intereses y nuevos créditos, la deuda que al irse dejó «Baby Doc» se había elevado para el año 2009 a 1 884 millones de dólares. Tres años antes, cuando la nación fue admitida en la llamada Iniciativa para Países Pobres Muy Endeudados (PPME) los débitos eran de 547 millones de dólares menos. Es decir, que dentro del programa ¡aumentaron!
Fue entonces cuando, condolidos, los organismos financieros acordaron la anulación de 1 200 millones para que la deuda fuera «sostenible». Aunque sustanciosa, la reducción no dejó de ser una farsa si se toma en cuenta que Haití ha pagado anualmente unos 50 millones de dólares por el servicio de la deuda, según algunos entendidos. El propio Banco Mundial dice que solo entre 1995 y 2001, los pagos por ese concepto alcanzaban los 321 millones de dólares.
Ello alcanzaría a saldar abuena parte de los entre 600 y mil millones que, según las distintas fuentes, alcanza la deuda haitiana hoy: todavía un verdadero fardo a pesar de que se afirma que el BM le prestó unos 360 millones desde el año 2005, sin intereses, y después del sismo pospuso por cinco años cualquier pago. Un mes atrás, el FMI había concedido 114 millones de dólares en créditos con la condición de que se congelaran los fondos del sector público… y dio un período de gracia de un quinquenio.
Para tener una idea de lo que esos aparentemente escasos cientos de millones representan, basta recordar que la ONU —cuyo secretario general, Ban Ki-moon, ha reiterado que ni los compromisos ni las entregas de ayuda de emergencia son suficientes— solicitó a la comunidad internacional, inicialmente, unos 575 millones de dólares, solo para la emergencia. De esos, apenas había recibido poco más de 300 hasta la semana pasada.
En un gesto tal vez inesperado, el Grupo de los Siete anunció hace exactamente una semana la condonación de la deuda bilateral de cada uno de sus integrantes con Haití. Sin embargo, se estima que el 80 por ciento del adeudo está contraído a partes iguales con el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), a quienes los siete países más industrializados llamaron a perdonar los débitos, una exhortación formulada antes por los miembros del ALBA y, después, por los de UNASUR. La actitud la marcó Petrocaribe cuando Hugo Chávez anunció cancelada la deuda con el arco energético de integración, pocas horas después del sismo. Pero al cierre de este artículo, todavía los organismos financieros no habían hablado de condonación.
Refundar mejor que reconstruir
Mientras Jean-Claude Duvalier aspira a que el dinero congelado —ya que no puede llegar a sus manos—, se envíe estrictamente a las localidades donde nacieron los miembros de su corta familia, las autoridades de Haití y de la ONU reiteran que urgen 2 000 carpas para dar abrigo a más de un millón de personas sin casa allí… y en otras ciudades afectadas.
Con los despojos de los cadáveres y de las ruinas todavía en el suelo, muchos ya emprendieron el camino fuera del devastado Puerto Príncipe. Algunos han encontrado empleo temporal ayudando, por paga, en las tareas de escombreo organizadas por la ONU; otros reabrieron sus rústicas tarimas, y no pocos han encontrado calor, atención médica y sustento en campamentos como los que ha abierto la Alternativa Bolivariana. Quizá porque, como ha remarcado el presidente René Preval, el ALBA estaba allá antes del sismo, conoce no solo de idiosincrasia sino de necesidades, y también está enseñando a los niños a leer y a escribir.
Tal asistencia es una muestra, a pequeña escala, de lo que podría estar necesitando a largo plazo el pueblo haitiano. Con la mirada hacia adelante, los países miembros acordaron, por ejemplo, ayudar al fomento de la agricultura con la donación de semillas, la apertura de pozos de agua y la entrega de insumos agrícolas.
Similar espíritu primó en la ayuda decidida después por UNASUR que, junto a la creación de un fondo por cien millones de dólares para el socorro de emergencia y la solicitud de otros doscientos millones al Banco Interamericano de Desarrollo —a pagar por ellos, no por los haitianos—, trazó planes a futuro en cuatro direcciones: salud, infraestructura, agricultura, y energía —un aspecto importante si se quiere detener la defoliación y reforestar.
Tales decisiones parecen a tono con la máxima recordada hace algunos días por un prestigioso intelectual haitiano. Su nación, dijo, no necesita tanto el pescado como que lo enseñen a pescar. ¿Enseñar? En verdad, no la han dejado.
Fuentes:
Erick Toussaint y Sophie Perchellet, «Haití, ¿donaciones para pagar una deuda odiosa?»
Niall Mulholland, «Desastre agravado por el capitalismo».