Sonrisas no es lo único que ha sabido brindar Hillary Clinton en su largo periplo por África. La Secretaria de Estado norteamericana también ha dejado ver «malas pulgas», sobre todo cuando se le inquiere sobre la opinión de su esposo, el ex presidente Bill Clinton, o sobre las crecientes relaciones de China en África, el fantasma del momento —además del «terrorismo»— para la política hegemónica de Washington en el continente.
En su cuarta escala africana —la República Democrática del Congo (RDC)—, la alta funcionaria sostuvo un encuentro con ciudadanos de ese país, y un estudiante le salió con una pregunta que despojó a la buena señora de su compostura y ecuanimidad: ¿Qué piensa el señor Clinton sobre un acuerdo comercial de China con la RDC (uno por ¡9 000 millones de dólares…!), que el FMI trata de sabotear.
Con su orgullo femenino carcomido, la política de 61 años, «de piel suave, que no aparenta la edad, “chic”, rubia, superhumana y lista para todo» —según la describió el rotativo sudafricano Sunday Independent— se meneó en la silla como si esta tuviera espinas, se quitó los audífonos, y con gestos bruscos —como un personaje de películas del Bronx— arremetió contra el curioso interlocutor: «¿Quieres que te diga lo que piensa mi esposo?».
«Mi marido —dijo con el rostro apretujado— no es el Secretario de Estado, ¡yo soy la Secretaria de Estado! Si quieres mi opinión te la daré. (Pero) no voy a ser el canal de la opinión de mi esposo».
Al parecer la pregunta desbordó la copa de la obstinación de la señora Clinton, a quien en varias conferencias le han preguntado sobre gestiones diplomáticas que lleva a cabo Bill, sin dar importancia a su gira por África.
Pero el otro asunto, el de la relación de China con la RDC —la nación africana más rica en minerales— es otra espina que no traga bien Washington, quien ve con muy malos ojos la inversión del gigante asiático en proyectos de cooperación, que no solo se limitan a la explotación de recursos naturales, sino que incluyen la ejecución de infraestructura como caminos, carreteras, vías férreas, hospitales, clínicas de salud y universidades, tan necesarios para un país devastado por la guerra. Con estos ventajosos convenios, las transnacionales de EE.UU. pierden mordidas en un pastel tan delicioso como el congolés.
Según AP, funcionarios del Departamento de Estado dijeron que el estudiante se acercó a la Clinton posteriormente y le dijo que se quiso referir a lo que pensaba Barack Obama, no Bill Clinton, sobre el préstamo chino. Otras versiones refieren que la traductora se equivocó.
De haber ocurrido como dicen las fuentes de Washington, ¿la Secretaria de Estado hubiera medido mejor sus formas?