Yamilé Villasmil, una de los miles de jóvenes venezolanos que estudian Medicina Integral Comunitaria, gracias a un programa de formación que impulsa el Gobierno Bolivariano con la especial colaboración de Cuba, ofrece sus impresiones a JR
PALOTAL, Valencia.— «No he hecho muchas cosas grandes. Ahorita todavía estoy estudiando. Me falta un montón. Pero me siento regocijada cuando una persona llega al CDI y me llama doctora, cuando un paciente me agradece por una respuesta, cuando logro un diagnóstico. Eso es lindo. Y yo se lo agradeceré siempre a mi Presidente por darme la oportunidad de convertir en realidad mi sueño. Porque quiero ser médica, me siento con vocación. Lo intenté muchas veces, pero solo ahora está siendo posible».Con sus 24 años, Yamilé Villasmil es una de los miles de jóvenes venezolanos que estudian la carrera de Medicina Integral Comunitaria (MIC), gracias a un programa de formación que impulsa el Gobierno Bolivariano y con la especial colaboración de Cuba, en particular de los profesionales de la Salud que prestan sus servicios aquí.
«Estoy en el cuarto año de la carrera. Me enteré de este programa por un compañero y por una propaganda que pasaban en la Televisión. Yo había hecho ya el intento varias veces en la Universidad de Carabobo, pero es muy costoso hacerse médico allí. No podía asumirla».
Yamilé es la tercera de cinco hermanos que ha podido realizar estudios en su familia. «Con los recursos económicos de mi familia ahora, hubiera sido imposible hacerme médica. De tres intentos que hice antes, en una ocasión me ofrecieron un cupo en tres millones y medio de bolívares. Mi papá y mi mamá hicieron todo el esfuerzo para poder pagarlo, pero no pudieron. Por lo regular no se venden cupos, pero se hace de manera extraoficial. Y yo me desesperé. Creí que esa era mi última oportunidad».
El día de nuestro diálogo estaba de posguardia. La encontramos en uno de los pasillos de la Sala de Rehabilitación Integral (SRI), del Área de Salud Integral Comunitaria (ASIC) de Palotal, en Valencia, capital del estado de Carabobo. «Iba por uno de mis pacientes», nos dijo más tarde. En este complejo de servicios médicos estudia y realiza su pasantía.
Por aquí hicimos el premédico, explica, y me fue muy bien. Durante todo el tiempo que nos hemos desenvuelto aquí, he aprendido muchísimas cosas; me he ido enamorando cada vez más de la carrera porque, como tienes contacto con el paciente desde el primer momento, la relación directa te permite y te obliga a pensar y actuar, casi al momento. Combinas lo que te enseña la teoría con la práctica, de una manera increíble.
«Aparte de todo eso, nos enseñan a ver al paciente de manera integral, y no es que esté enfermo, lo examinas, lo trataste y ya. No. Tenemos que indagar en los aspectos psicológicos que lo están rodeando, si hay alguna alteración o daño en su entorno que pueda estar influyendo en él, crear un clima de confianza para que las personas nos cuenten lo que verdaderamente están sintiendo. Hemos aprendido eso de los médicos-profesores cubanos».
En la vida de esta joven estudiante venezolana, casi todos los días comienzan bien temprano. Si tengo examen, confiesa, me paro a las tres o las cuatro de la madrugada, porque a esas horas lo preparo todo muy rápido y me queda un poco de tiempo para repasar de nuevo todos los contenidos.
«Cuando no tengo examen, me paro a las seis. Antes de venir a la guardia, agarro todo lo que pueda necesitar en el día. Llego. Desayuno. Luego contacto al docente que nos atiende para saber qué haremos en el día. Los profesores te mandan a una especialidad específica, puede ser Endoscopía, Ultrasonido, Terapia... En la semana te van rotando por todas las especialidades. Con el favor de Dios, más tarde viene el almuerzo».
Esta es una carrera —reconoce— en la que tienes que estudiar todos los días, en la que te acuestas a las dos de la madrugada y te tienes que parar a las cuatro.
—¿Qué más te han aportado los profesores cubanos?
—Aparte del conocimiento científico, nos han enseñado a tratar a las personas con cariño, dulzura y amor. Es un trato que yo, ni como persona ni como paciente aquí en Venezuela, lo había sentido antes.
«Los médicos cubanos no mandan al paciente a realizarse exámenes que no necesita. Buscan una solución, sin tener que decirte, por ejemplo, que te vas a hacer un electro haya o no en la Viña, o te vas a hacer un ultrasonido que tienes que pagar en otro lugar. No, ahora todo eso es posible aquí, en el Centro Médico de Diagnóstico Integral, que forma parte de la ASIC.
«Hay un parámetro que diferencia la medicina que se hacía antes —aunque todavía existe— y la que están haciendo ahora los médicos cubanos y venezolanos que trabajan juntos. Y es la intención de ver al paciente como un ser biosicosocial. El médico le habla como si fuera un familiar o un conocido, se gana a la persona que lo busca, hace amigos, y la gente que viene lo agradece mucho, y todos los días. Eso es algo que también he sentido yo, y soy solo una estudiante».
—¿El momento más difícil en estos cuatro años de la carrera?
—Lo que más me ha conmovido fue el caso de un niño autista que llegó con un estado convulsivo. Se le aplicó el medicamento. Se le hicieron todas las maniobras. El niño estuvo así durante más de media hora y eso me tenía conmovida. Pero yo, como estudiante y futura doctora, tenía que ser fuerte, tener temple, no dejarme derrotar por eso, concentrarme y poner mi mente en el aspecto científico del caso. Me costó bastante porque, como era un niño pequeño, sentía muchas ganas de llorar, sentía que era como mi sobrinito.
«Lo qué más me ha gustado es la relación que hemos establecido una paciente y yo. Ella tiene una hernia discal y se ha tratado siempre aquí. No he hecho mucho por ella, pero sé su nombre y donde vive. Cada vez que acude al centro, me busca y yo trato de ayudarla en lo que puedo. Cuando ella me ve, es como si yo le hubiese hecho ya la operación que necesita. Ese sentimiento de gratitud me conmueve, me estimula y me da energías para continuar».
—¿Sientes que tendrás que darle algo a la Revolución?
—Todo. Aspiro a darle todo a la Revolución y a mi Presidente. Pondré a sus órdenes mi vocación, mis conocimientos, mi profesión y mi vida. Esa emoción que siento cuando los pacientes me demuestran su agradecimiento, aun cuando no me he graduado, la convierto ya en horas dedicadas al estudio para hacerme una buena médica.