Cuando se supo que Sudáfrica entró en recesión, y que el «batacazo» era más fuerte que lo imaginado por el gobierno y las instituciones económicas, a los empresarios se les pusieron los pelos de punta, pues constataron que sus negocios en la locomotora de la economía africana podían sufrir mucho más. Otros, los que no tienen nada que perder, por supuesto ni siquiera se dieron por aludidos.
Las primeras especulaciones no miraban cómo el país saldría del pantano, sino que vaticinaban desde ya el fracaso que tendría el nuevo presidente sudafricano, Jacob Zuma. Decían que no podría cumplir con las promesas de su partido, el Congreso Nacional Africano (ANC), planteadas en una ardiente campaña electoral en la que los ciudadanos hablaban principalmente de la garantía de sus puestos, de trabajo, de la escuela y la salud de sus hijos.
Luego de la contracción de la economía nacional en más del seis por ciento, los tonos del panorama siguen siendo grises. La producción de la industria minera, una de las vigas históricas del constante y expansivo crecimiento del país, sigue acumulando tristes cifras y despidiendo a sus trabajadores. En esta historia, la cadena siempre se rompe por el lado más débil, porque los dueños de compañías pierden unos millones, pero los obreros hasta el bocado de comida de su familia.
Así, los ciudadanos, preocupados por su futuro, consumen menos —los que pueden hacerlo. De marzo a abril de este año las ventas al por menor decayeron en casi un dos por ciento. Igual sucedió respecto al mismo período en 2008. Por ejemplo, las ventas de muebles y textiles descendieron en un 13,8 por ciento, mientras que las de otros artículos tan elementales como la ropa y el calzado, se derrumbaron en 7,3, a pesar de que en esta etapa tuvo lugar la celebración de las Pascuas, ocasión en la que en muchos lugares del mundo el consumo tiende a ser superior. ¿Y cómo no será así cuando el empleo es un merengue a la puerta de un colegio?
Ante esta realidad, sería inocente pensar que las políticas de desarrollo de Sudáfrica—o de cualquier país del Tercer Mundo— serían inmunes a esta debacle tan contagiosa. Sin embargo, el gobierno, con justeza, se ha trazado seguir dando techo, agua, alimentos y medicinas a un pueblo que fue excluido del disfrute de estos elementales derechos antes de 1994, cuando el país estaba en manos del régimen racista del apartheid.
En su manifiesto, el ANC exhorta a continuar la unidad nacional, bajo la premisa de que «trabajando juntos podremos hacer más». Entre sus principales prioridades para los próximos cinco años, el gobierno de Zuma señala la creación de empleos dignos y medios de vida sostenibles, la lucha contra la alta tasa de criminalidad, y el mejoramiento de los sistemas de salud y educación, una constante desde el establecimiento de la democracia multirracial en la nación austral.
Entre las novedades anunciadas por Zuma para poner en marcha las promesas electorales se encuentra la creación de unos 500 000 empleos hasta diciembre de este año, y cuatro millones para 2014. Un tema muy sensible para ese país que ostenta una de las principales tasas de desempleo en el mundo, según datos oficiales: 23,5 por ciento. Para esto, se gastarán 787 000 millones de rands en proyectos de infraestuctura, que crearán nuevas oportunidades de trabajo, fundamentalmente en el sector de la construcción (de instalaciones deportivas y hoteleras) con vistas al Mundial de Fútbol que acogerá esa nación en 2010.
En su discurso sobre el Estado de la Nación, ante el Legislativo, el mandatario sudafricano también mencionó la implementación de un plan de seguro nacional de salud y la mejora de las condiciones de los hospitales estatales, y pronosticó que en 2011 los enfermos de VIH/Sida recibirán de manera gratuita sus antirretrovirales. Estas medidas suavizarán en algo la cruda realidad de un sistema de salud, que además no puede contar con la totalidad de sus profesionales, pues muchos de ellos son reclutados por empresas de Gran Bretaña y EE.UU., sus más insaciables contratadores; y de los que no emigran, pocos desean trabajar en las zonas rurales donde más necesarios son.
Otros desafíos, como la lucha contra el crimen y la corrupción, y el mayor acceso a la educación, garantizarían la construcción de una Sudáfrica con menos divisiones sociales, destino final del camino iniciado hace 15 años. Claro está que las actuales dificultades económicas pudieran afectar el ritmo con el cual el país pretende resolver los retos que enfrenta.
Por el momento, tratar de minimizar el golpe del terremoto que viene de los centros de poder es la alternativa para que no se ahogue el viejo sueño sudafricano de unidad y reconciliación nacionales.