Esa ciudad rusa acogió esta semana dos encuentros importantes: la Primera Cumbre de las llamadas economías emergentes y una cita de la Organización de Cooperación de Shanghai
Sin la parafernalia con la que muchas cumbres esconden sus escasos resultados, la ciudad rusa de Ekaterimburgo acogió esta semana dos importantes encuentros casi paralelos. La Primera Cumbre de las llamadas economías emergentes: Brasil, Rusia, India y China (BRIC) y una cita de los miembros de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCSh) que incluye también a Rusia y China junto a Kazajstán, Uzbekistán, Tayikistán, Kirguistán, mientras en calidad de observadores participan Mongolia, Paquistán e Irán.
Ninguno de los mandatarios se ausentó, ni el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, a pesar de la tormenta política que vive la nación persa tras las elecciones presidenciales. Verse las caras era una prioridad razonable. ¿Por qué?
La OCSh abrió en 2001 una alianza bajo el interés común de la seguridad regional, cuando los halcones de Washington sobrevolaban Asia Central. Hoy el panorama es diferente y llama a revisar estrategias. La OTAN se refuerza en la vecina Afganistán, el conflicto suma terreno paquistaní y un nuevo presidente ocupa la Casa Blanca. El BRIC, por su parte, con esta primera cumbre institucionaliza al grupo frente a lo que muchos consideran su causa cohesionadora: la crisis económica mundial.
Según el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, las cuatro economías emergentes representan el 65 por ciento del crecimiento mundial. La cifra abre las puertas a un protagonismo en el orden político internacional que aún no posee el cuarteto de gigantes, pero que están dispuestos a exigir. Lula es claro en sus palabras: «Ello hace que haya cada vez más esperanzas en que nuestros países sean capaces de ejercer un liderazgo responsable con el fin de ayudar a reconstruir un gobierno global».
Rusia, China, India y Brasil consideran que la salida a la crisis global requiere una reforma profunda de la que deben ser protagonistas. El objetivo común se expresa en propuestas discordantes con el actual orden político y económico mundial, que muchos consideran una severa crítica desde la propia economía de mercado. Es una de las claves para entender hacia dónde se dirige el BRIC. No es un discurso anticapitalista, pero sí comprometido con un modelo más plural y multilateral.
Los primeros pasos van contra el dólar y el sistema financiero global, pilares de la hegemonía estadounidense. Rusia llama a crear una nueva moneda de reserva internacional más estable y predecible. La propuesta es difícil para China por sus enormes reservas en dólares, pero resulta una aspiración futura a la cual podrían allanarle el camino. Algunas ideas viables se manejan en ese sentido como la compra-venta de títulos de valor dentro del BRIC y la diversificación de las reservas de cada uno de sus miembros.
El comunicado final también puso el dedo en la llaga al pedir una transformación profunda dentro de los organismos financieros internacionales (FMI y Banco Mundial) y en las Naciones Unidas. Las autoridades de ambas instituciones monetarias deben ser elegidas por sus méritos a través de un proceso transparente y consensuado. No más privilegios para Estados Unidos y Europa en el nombramiento de esos directivos a dedo. Exigencias económicas incluyen exigencias políticas.
Si el primer dardo se lanza contra el sistema financiero, el segundo podría ser contra uno igual de importante: la energía. Hablamos de grandes consumidores y productores de hidrocarburos, cuyos acuerdos podrían cambiar la correlación de fuerzas en el mercado. China y Rusia marcan pautas con una alianza perfecta. Del encuentro bilateral brotaron los compromisos de aumentar las exportaciones de gas hacia Beijing en las cantidades necesarias y terminar el segundo tramo de la central nuclear de Tianwam.
En materia energética, la OCSh es clave por las riquezas que guarda el subsuelo de Asia Central. Si alguien duda que allí pueda emerger una alternativa que ponga en peligro los privilegios norteamericanos sobre el petróleo, solo recordemos el fiasco de sus transnacionales ante el control de las empresas rusas en la zona y la iniciativa de Irán (país observador) de crear una bolsa petrolera en euros.
Para comprender la diferencia que marcó el encuentro de dichas economías emergentes podríamos compararlo con la cumbre del G-20, donde se redobló la marcha por el camino equivocado, faltaron críticas y los acuerdos fueron superficiales. Ekaterimburgo mostró un mundo más real y demostró dónde golpear los pilares del poder hegemónico de las potencias privilegiadas.
Que las reuniones del BRIC y la OCSh coincidieran en tiempo y espacio no fue casualidad. Son brazos de un mismo propósito que pretende construir un modelo con diferentes núcleos de poder y con nuevas potencias que ejerzan el rol político que les corresponde según su peso económico. El BRIC llama a cambios a nivel internacional y la OCSh los implementa en su área geográfica. Si bien el mundo necesita un nuevo sistema y no un maquillaje del actual modelo, implementar las ideas de Ekaterimburgo harían reales las palabras de sus líderes al calificar ambas citas como históricas.