Oscar Niemeyer Entre los muchos valores que le adornan, hay dos muy especiales para estos convulsos tiempos del segundo siglo que Oscar Niemeyer contempla desde su taller en Río de Janeiro: es optimista y es comunista.
Los asume desde la sabiduría que le dan los 100 años que cumple hoy, rodeado de un reconocimiento general a su talento, que ha dado al patrimonio mundial algunas de las más importantes obras arquitectónicas del siglo XX y sigue aportando en este siglo XXI riqueza política, histórica, cultural y humana. Pero con sencillez, naturalidad y esa picardía carioca que ostenta, en una entrevista concedida la víspera a la televisión brasileña, cuando quiere un aniversario «sin fanfarria», advertía que tantos homenajes se deben a «la falta de otros temas».
El «inventor» de Brasilia junto al urbanista Lucio Costa, la capital que surgió en 1960 en medio de la nada, dispersando en su país natal la curva, la figura geométrica que sustenta como solución natural porque, dice, está presente en todo, en el razonamiento, en el universo, en la democracia, en la vida y «en la mujer preferida», recordó y apuntó ahora con agudeza: «Los camiones y operarios venían de todo Brasil queriendo colaborar, pensando que allí encontrarían la tierra prometida, pero ahí están hoy las llamadas “ciudades satélites”, tan pobres como antes»... «No es suficiente hacer una ciudad moderna. Es necesario cambiar la sociedad».
Este viernes se dijo «optimista» porque «el imperio de Bush está desmoralizado y Brasil se está uniendo a otros países de Latinoamérica» para hacer frente a las amenazas políticas y ambientales actuales.
«El mundo capitalista está tan desmoralizado que, si miramos para adelante, tenemos la sensación de que todo va a ir bien».
Con esa misma claridad, en las muchas entrevistas que ha dado ahora y a lo largo de años fructíferos, su apreciación justa. Que hable entonces por sí mismo —y me perdonen los colegas de muchas partes del mundo por no citar las fuentes, el espacio es para Oscar Ribeiro de Almeida Niemeyer Soares:
«No me callaré nunca. No esconderé nunca mis convicciones comunistas. Y quien me contacta como arquitecto conoce mis concepciones ideológicas. Durante mis conferencias, siempre he subrayado que la arquitectura no es lo esencial. Comparen la arquitectura con la vida, el ser humano, la lucha política, la contribución que hacemos todos a la sociedad para nuestros hermanos desheredados. ¿Qué representa la arquitectura con relación a la lucha por un mundo mejor, sin clases?».
«Las ideas marxistas continúan perfectas, los hombres deberían ser más fraternos».
«Hay que ser cordial, hay que tener placer en ayudar a los otros y caminar juntamente con la ciencia».
«Hay tanta miseria y tantas personas en la calle, que aún debemos crear un mundo mejor, más fraternal. No hay ninguna razón para que alguien piense que es más importante que otro. La vida pasa en un soplo. Y, consciente de esto, camino mi vida, si Dios quiere».
«Me gusta sentirme útil».
«Mi abuelo fue un hombre útil y murió pobre. ¡Qué orgullo! Hay tantos robando dinero público hoy».
«Lo importante es que tengamos siempre la idea de un mundo mejor dentro de nuestros corazones. La vida es la que nos va a guiar, conscientes de que todo tiene un límite. Si la miseria se multiplica y la oscuridad nos envuelve, ahí vale la pena encender una luz y arriesgar. Fue lo que Fidel hizo con la Revolución Cubana, convirtiéndose en el gran líder de América Latina».
Y así queda en este cumpleaños, y para los próximos e infinitos centenarios que cumpla, como él mismo gusta definirse, y ha reiterado ahora en medio de los festejos: «Soy arquitecto, pero siempre dejé clara mi posición política: soy comunista. Junto a Fidel, uno de los últimos comunistas auténticos de América Latina».
Por eso en una de las paredes de su taller, escrita de su puño y letra esta frase de optimismo y militancia: «Cuando la vida se degrada y la esperanza huye del corazón de los hombres, la revolución es el camino a seguir».