Suelen aconsejar los refraneros que «si ves las barbas (no “bardas”) de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo». Y para el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, las barbas chamuscadas fueron los dos atentados fallidos de la pasada semana en Gran Bretaña, uno en el aeropuerto de Glasgow, Escocia, y otro en el centro de Londres.
El inquilino del Palacio del Elíseo ha sacado la siguiente cuenta: el Reino Unido está poblado de videocámaras que rastrean los movimientos de delincuentes y terroristas. Los últimos intentos de provocar una masacre fracasaron, por tanto, será estupendo instalar miles de esos dispositivos en las calles francesas, «por si acaso».
Así las cosas, el jefe de Estado galo ha ordenado a su gobierno un estudio sobre la posibilidad de desplegar un sistema de cámaras que ayude a prevenir los actos criminales.
En todo caso, la idea ya tiene antecedentes en Francia, pues en París existen al menos 300 de estos equipos de vigilancia. Aunque comparativamente se queda muy por debajo de las cifras de Gran Bretaña, que durante el gobierno de Tony Blair las incrementó de 100 000 a más de cuatro millones. Solo en Londres, según datos del diario español El País, existen 65 000. No hay perro que levante su patica, que no quede automáticamente fichado por Scotland Yard...
Aunque esa es otra interrogante: ¿Acaso alcanzan personas para estar exclusivamente atentas a lo que captan 4,2 millones de cámaras? ¿Y para relevarlas de turno en turno? ¡Mmm...!
El «descubrimiento» de Sarkozy coincide, precisamente, con el segundo aniversario de los sangrientos atentados terroristas contra el sistema de transporte público londinense. En aquella ocasión, 52 personas inocentes fueron víctimas de un grupo de fanáticos que, además, se nutrieron de la ira que provocaban las tropelías de Blair en Oriente Medio.
La capital británica, en aquel entonces, también disponía de millones de cámaras que no bastaron para evitar la masacre. Y hoy, con más de ellas, no se pudo impedir que dos sujetos impactaran un todoterreno en llamas contra la terminal principal del aeropuerto de Glasgow, mientras que en Londres un fallo técnico fue la causa del fiasco de los asesinos, cuya macabra esperanza eran los balones de gas, los clavos y los botellones de gasolina escondidos en dos automóviles. ¿Y las cámaras? Bien, gracias.
Sarkozy, a pesar de todo, quiere transitar por el mismo caminito. De progresar la idea, las videocámaras —cuyo precio por unidad es de entre 25 000 y 35 000 euros— se ubicarán principalmente en las estaciones de metro, ferrocarriles y aeropuertos. «La securité es lo primero...».
Sin embargo, ningún medio de alta tecnología puede disuadir a nadie de poner su plan por obra. Mejor sería restar motivos. Londres es un buen ejemplo. Y Sarkozy, más que a los modernos equipos de vigilancia, debería estar más atento al malestar que propician las deportaciones de inmigrantes del sur, que pueden alimentar una antipatía visceral hacia el país que ayer los colonizó y hoy les niega el pan. O abstenerse de llamar «escoria», como lo hizo en noviembre de 2005, a los jóvenes que ven negados sus derechos de inserción social, y se van a incendiar automóviles...
Para aplacar ese fuego, tampoco las cámaras de vigilancia son el mejor remojo...