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Europa en las nubes, Hizbolá en la tierra

Europa se ha debatido en enredillos de vocabulario para emitir una fórmula que Israel ignorará, mientras Hizbolá persiste en ponérsela difícil en el terreno a los invasores

Autor:

Luis Luque Álvarez

Mujeres y niños caminan entre los escombros de Aitaroun, bombardeada por Israel. Foto: AP Bruselas no quiere un alto el fuego en el Líbano, sino un «cese inmediato de las hostilidades», luego del cual, las partes en conflicto negocien las «condiciones políticas» que posibilite «un alto el fuego duradero».

No, no. Mi intención no es atribular al lector con este galimatías burocrático, aunque lamentablemente debo reflejarlo como tal. Se trata de la posición común acordada este martes por los ministros de Exteriores de la Unión Europea, acerca de la agresión israelí contra el País de los Cedros, ya en su tercera semana.

Sí, porque a tres semanas de comenzada la carnicería, ahora es que la pesada maquinaria de la UE ha podido «hablar con una sola voz». Al fin, después de mucha trabazón —y con verdaderos ríos de sangre fluyendo al este del Mediterráneo— los 25 han definido qué es lo que desean hacer saber. ¡Eureka!

De un lado, España y Francia pedían un cese de los ataques israelíes en este mismo instante; de otro, Alemania, Gran Bretaña, Holanda, Polonia y demás, deseaban una fórmula que no acallara a los cañones de modo tan urgente, sino tras un acuerdo político. Bien, ya tienen algo consensuado sobre la mesa. No obstante, sería bueno que alguien «euroexplicara» qué significa un «cese inmediato de las hostilidades» sino —¡justamente!— un «alto el fuego inmediato»…

El propio canciller finés, Erkki Tuomioja, cuyo país ejerce la presidencia rotativa del bloque desde el 1ro. de julio, dijo lo obvio: «Desde el punto de vista de la gente que está amenazada, no hay diferencias entre cese de las hostilidades y alto el fuego».

Así mirada, la posición francesa ha resultado victoriosa. Aunque realmente todo fuera diferente hoy, de no ser porque en septiembre de 2004 fue París quien insistió en que el Consejo de Seguridad aprobara una resolución —la 1559— para pedir la retirada de las tropas sirias del Líbano.

Con los 14 000 efectivos de Damasco allí, quizá Israel no se hubiera atrevido a lanzar una escalada de tan gran magnitud. No obstante, Francia —apoyada por EE.UU.— impulsó la resolución, y el mortal atentado contra el primer ministro libanés Rafic Hariri, en febrero de 2005, dio el empujón final. Sin la presencia militar siria en el pequeño e indefenso país, el Estado sionista vio servida la mesa para acabar con la más molesta espina que tiene en el área: la guerrilla de Hizbolá (el chiita Partido de Dios).

Este grupo, con representación en el Parlamento y el gobierno libanés, obligó militarmente a Tel Aviv a retirarse del sur del país árabe en 2000, y ha presentado durante años una ardua resistencia en la frontera con Israel, hasta que se devuelva al Líbano la zona conocida como las Granjas de Sheba y termine la ocupación de las áreas palestinas. De hecho, mientras el primer ministro sionista, Ehud Olmert, se vanagloriaba ayer de duros golpes contra Hizbolá, pasó por alto que este ha comenzado a lanzar cohetes de mayor alcance que las Katiushas de 20 kilómetros: los Khaibar (Tormenta), de 90 kilómetros, que podrían impactar en Tel Aviv. Ello demuestra que su capacidad militar está prácticamente intacta.

Así, Europa se ha debatido en enredillos de vocabulario para emitir una fórmula que Israel ignorará —si ha irrespetado 65 resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, ¿qué no hará con el pedido de Bruselas?—, mientras Hizbolá persiste en ponérsela difícil en el terreno a los invasores.

Estos, cuando se han visto obligados a detener su avance, no lo han hecho precisamente por las plegarias europeas.

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