Los pacientes indonesios no quieren que los médicos cubanos dejen esa nación. GANTIWARNO, Indonesia.— Esta semana volvió a temblar la tierra en Sumatra, isla indonesia célebre por las cuantiosas pérdidas humanas y materiales que sufrió en las postrimerías del 2004 por un tsunami.
Es que parece que la naturaleza bate sin límites a esta región del planeta, pero sus hombres y mujeres superan las tristezas y hacen camino con su sonrisa y su ánimo emprendedor.
Separada de Sumatra solo por el estrecho de Sonda, la isla de Java sigue dando cobija a una brigada de médicos cubanos. Estos siete días han sido particularmente felices. En Cuba se ha celebrado un 26 de victorias y al tiempo que el Comandante en Jefe daba nuevas lecciones de combate y resistencia, aquí se hacía más solidaria la Revolución.
El doctor José Jorge Rodríguez, quien dirige la tropa de batas blancas en el hospital de campaña Antonio Maceo, hablaba con seguridad y emoción cuando hacía público entre sus colegas la cifra de 50 000 casos vistos y más de 1 000 intervenciones quirúrgicas realizadas en menos de dos meses de trabajo conjunto con el hospital Che Guevara.
«Es un estímulo —recalca—, una razón todavía mayor para seguir brindando a este pueblo humilde lo mejor de cada uno de nosotros».
El cirujano comentaba que en reciente visita a una de las comunidades cercanas, fue atrapado por las plegarias de los pobladores para que nunca los galenos cubanos dejaran su tierra.
En estos días también quedarán en la memoria los kilómetros recorridos por un hijo con su padre anciano, al que el terremoto le provocó una hernia sin más solución que la cirugía. Gritaba a toda voz sus mil gracias, como si no fueran suficientes, por esa decisión inminente de intervención quirúrgica, por demás, satisfactoria.
Ahora, en Gantiwarno, donde acuden pacientes desde cualquier distancia, encontramos a dos personas llamadas Rogelio. Uno es ginecólogo cubano en el hospital de campaña Che Guevara; el otro, un pequeñín de pocas horas de nacido, al que su familia decidió nombrar como el hombre esbelto que lo trajo al mundo.
Abel, el ortopédico, contaba su 34 cumpleaños y señalaba su suerte y compromiso de haber nacido por estos días de leyenda, en que también recordamos con dolor cómo en 1953 arrancaron ojos de ensueño, en aquella mañana de la Santa Ana.
Uno tras otro, llegaron los motivos para conmemorar y plantearse nuevos retos en estas circunstancias. De ahí la sentencia que sigue, atrapada en vísperas de la efeméride: «Siempre hay razones para un 26, para honrar a quienes lo dieron todo, sin importar las consecuencias. Las cifras alcanzadas no nos complacen; nos alientan, sobre todo cuando se trata de salvar una vida, en nombre de la Patria, que es decir, la humanidad».