Un puente destruido enla ciudad de Sidón. Foto: AP HASTA el miércoles, había un militar israelí —Guilad Shalit— secuestrado en el sur de Israel. Tel Aviv optó por emplear crudamente la fuerza para recuperarlo. ¿Resultado? Ninguno, ¡y entonces, además de Shalit, otros dos soldados fueron raptados por la milicia chiita libanesa Hizbolá!
Las tensiones se han agravado en la zona. Para el Estado judío, se trató de un «acto de guerra», y la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, afirmó que el plagio de los dos militares hebreos «desestabiliza el Oriente Medio».
¿Desestabiliza qué...? Hace menos de dos semanas, las tropas israelíes irrumpieron de noche en un edificio gubernamental palestino en Ramala, y se llevaron —vendados los ojos y esposados— a decenas de ministros y diputados árabes. Obsérvese bien: militares de un país arrestan de madrugada a funcionarios de un gobierno extranjero, con el objetivo de hacerlo colapsar. ¿Por casualidad dijo algo entonces la «estabilizadora» Rice?
Rescatistas trasladan el cuerpo de una mujer atrapada entre los escombros de su edificio en Tiro. Foto: AP Un dicho popular refiere, de alguien presto a irse a los puños con facilidad, que «fue por lana y salió trasquilado». Israel hizo toda una demostración de fuerza para recuperar a Shalit, y logró el efecto contrario: soliviantar a los milicianos de Hizbolá, que en solidaridad con el bombardeado pueblo de Gaza, decidieron darle al ejército israelí otras dos tazas del mismo caldo amargo.
El único arreglo posible, ha anunciado el jeque Hassan Nasrallah, líder del grupo libanés, sería una «negociación indirecta» para que Tel Aviv excarcele a presos libaneses y palestinos. Cerca de 10 000 prisioneros, buena parte de ellos menores de edad, sufren una cautividad que no ha preocupado en demasía a EE.UU. ni a la Unión Europea, ahora escandalizados con la acción del miércoles.
Pero estamos hablando de un «acto de guerra», y el primer ministro sionista, Ehud Olmert, culpó al gobierno libanés, no a una organización aislada. Por ello, ya los cazas israelíes han disparado contra al menos cien objetivos, entre ellos varios puentes y una central eléctrica —¡igual que en Gaza!—, así como contra el aeropuerto internacional de Beirut, y los civiles libaneses han llevado su triste parte: al menos 55 fallecidos.
Por supuesto, ha habido respuesta. Dos misiles de Hizbolá impactaron el jueves la ciudad de Haifa —la tercera en importancia en Israel— distante 50 kilómetros de la frontera, y más de 90 cohetes Katiusha han caído en poblados israelíes más cercanos. Ojo por ojo, es la lógica fatal.
El mejor resumen de lo que cocina Israel, lo expresan las palabras de su jefe de Estado Mayor, general Dan Halutz: «Haremos retroceder al Líbano 20 años».
Es realmente martillante la vocación guerrerista de las autoridades israelíes. Pareciera que el minúsculo pero bien armado Estado, no pudiera quedarse en paz ni un solo día desde 1948, año de su fundación, y que el olor de la pólvora —y no el ser «hogar seguro del pueblo judío»— fuera su verdadera razón de existencia.
Halutz —se infiere— tiene una memoria lo suficientemente pobre, al no recordar que Israel —que invadió el Líbano en 1978 y 1982— debió retirarse del sur de ese país en el año 2000, precisamente gracias a la férrea resistencia que le opuso Hizbolá. Más de mil soldados sionistas —según cifras del ex legislador y pacifista israelí Uri Avnery— murieron en la agresión a un territorio del que, definitivamente, los invasores tuvieron que largarse.
Y miles de millones de dólares hubo de emplear el Líbano para recuperarse de los daños de la guerra, de la destrucción en la que Israel participó también tan eufóricamente.
¿Acaso Olmert quiere pasar a la posteridad rotulado como el Primer Ministro que desbarató en un abrir y cerrar de ojos lo que sus vecinos tardaron más de 15 años en reedificar? ¿Es ese el «mérito» por el que desea ser recordado?
¿Y querrá Israel pagar otra cuota de vidas de jóvenes soldados —no de generales o altos oficiales, que son quienes pilotan los F-16— en una nueva y absurda aventura?
Según se aprecia, sí, lamentablemente. Quizá sea hora de que el mundo deje a un lado la «reflexión filosófica» sobre el cabezazo de Zidane a Materazzi, y se aliste a denunciar la nube del crimen que vuelve a cernirse sobre el Líbano.