A.M.: Mi madre y mis suegros compiten para ver quién es peor. Están a punto de llevar mi relación a su fin. Nada es suficiente para ellos. Mi hombre tiene 30 años, trabaja y es padre de una bebé de un matrimonio anterior. Estoy cursando mi cuarto año de Universidad y trabajo. Influye mucho la imposibilidad de vivir solos, asociada a nuestra limitación económica. Aún no nos hemos unido como desearíamos. No estamos bien en la casa de su familia ni en la de la mía. Aunque nos queremos ya casi ni nos soportamos y nuestro aniversario fue un desastre. Esto repercute en mi ámbito laboral y ya me siento áspera con todo el mundo. ¿Qué usted me sugiere?
Definir qué quieren y cuáles son los problemas que deben enfrentar. Luego tocará evaluar posibles soluciones que dependan de tu comportamiento responsable. Evita culpar a otros y busca cómo cambiar la situación con tu conducta. Define también cómo contar con tu novio.
En cada casa hay una organización de roles de cada miembro, un estilo de comunicación, reglas, códigos, espacios, límites y rituales, entre otros muchos aspectos que pautan el modo de funcionamiento familiar. Es importante respetarlos e intentar integrarse. Una vez incluidos podrán condicionar cambios paulatinos, pero nunca desde el inicio ni por la voluntad exclusiva de quien llega.
Lo cierto es que la inclusión de un nuevo miembro constituye una crisis, porque obliga a transformar la vida familiar. A ello se suma la rivalidad potencial entre suegras-suegros y nueras-yernos. Las madres y padres pueden tener dificultad en cambiar la posición ocupada hasta entonces en la subjetividad de sus hijos y en el hogar. La carencia de recursos objetivos, nos obliga a activar otros de carácter subjetivo o social para paliar sus efectos.
Mariela Rodríguez Méndez, máster en Psicología Clínica y Psicoanalista