Es cierto que la adolescencia de ahora maneja conceptos diferentes sobre el sexo y el noviazgo, pero el amor eterno sigue siendo el paradigma en que muchos eligen creer y son capaces de cultivarlo con esperanza y osadía
Vinicius de Morais, cantautor brasileño
Vivian y Reynaldo se conocieron en plena adolescencia. La familia de ambos, sus amistades y hasta la gente del barrio los veían como la linda parejita del momento. Nadie creyó que esa unión sobreviviría más de tres lustros sin dar señales de aburrimiento o desamor.
Tensiones universitarias, oportunidades profesionales, una convivencia multigeneracional y la tentadora belleza de ambos pudieran boicotear el vínculo, pero la estabilidad crece de la mano de intereses elevados y hoy no imaginan su vida sin esa mutua admiración y manifiesta camaradería.
Parece un caso raro, pero no lo es. A cada rato escribe alguien para compartirnos la dicha de un matrimonio que ha resistido décadas y sus protagonistas son adultos jóvenes. Es cierto que la adolescencia de ahora maneja conceptos diferentes sobre el sexo y el noviazgo, pero el amor eterno sigue siendo el paradigma en que eligen creer y son capaces de cultivarlo con esperanza y osadía.
La primera juventud o adultez emergente, como se le llama en algunos ámbitos académicos, se ubica entre los 18 y 25 años. Socialmente se caracteriza por el fin de los estudios básicos, integración laboral e independencia de la familia de origen. Sin embargo en nuestra cultura rara vez se rompe con el soporte parental y la adolescencia como etapa de tránsito puede prolongarse indefinidamente.
Cuando se llega a esa etapa con una madurez saludable las relaciones amorosas tienden a enfocarse desde un matiz comprometido. Encontrar o conservar la pareja perfecta deviene prioridad, según confirman encuestas de juventud aplicadas en diversos países en las últimas dos décadas.
Esa búsqueda puede vivirse en celibato, esperando que aparezca el príncipe o la princesa encantada, o arriesgando el corazón en sucesivas relaciones cuyo mérito está en aportar nuevas piezas al rompecabezas de la pareja ideal.
Para la Máster en Pedagogía Milagros Quintana Quesada el amor es multiplicidad de sentimientos: además de ternura y placer debe incluir honestidad, respeto, responsabilidad, comprensión mutua y cariño.
Por eso lo que empieza en simpática amistad puede llegar a consolidarse como unión estable, siempre que se base en valores espirituales (no en cómo baila o luce esa persona) y no se asuman los cambios de pareja como un acto trivial, puntualiza la citada profesora en Cubaeduca.cu.
No existe una fórmula para construir un vínculo eterno, pero hay pistas útiles. La primera es responsabilizarnos de nutrirlo bien y no dejar nada al azar. Los sentimientos son procesos dinámicos que crecen o menguan con nuestras acciones y a veces debemos ser humildes para curar heridas involuntarias y preservar una relación que importa mucho.
Según el psicólogo español Eladio Rosique, el amor sobrevive al entusiasmo inicial si ambas personas buscan el equilibrio entre dar y recibir, desarrollan un adecuado sentido del humor, se aceptan tal cual son, muestran su afecto con frecuencia, renuevan proyectos comunes, protegen la intimidad y cuidan su autoimagen.
Al decir de la psicóloga estadounidense Bárbara Fredrickson, autora del texto Amor 2.0, la felicidad amorosa es la suma de micromomentos de resonancia positiva. La intensidad de esos instantes marca la calidad de las relaciones entre adolescentes. Por eso es clave honrar la confianza mutua y de paso contagiar a los adultos con la certeza de que ese amor aspira a ser eterno, aun cuando tienda a enclaustrarse en circunstancias adversas.
Cualquier decisión nacida de un cariño así es respetable y soportará mejor las pruebas que una opción marcada por el temor al que dirán, una sumisión heredada o ciertas conveniencias prácticas.
Tal vez sea difícil encarar las consecuencias a corto plazo, pero la imaginación compensa los obstáculos y la paciencia aleja nubarrones sin necesidad de romper la idílica burbuja ni acudir al modelo de Romeo y Julieta.