Cada individuo tiene una historia de vida que condiciona su modo de amar, por lo que la calidad de las relaciones adultas depende de la experiencia social temprana
De querer ser a creer que se
es ya va la distancia de lo trágico
a lo cómico.
José Ortega y Gasset
«Yo sé que mi esposo me ama con la vida, pero le cuesta mucho trabajo expresarlo», confesaba hace algunos días una joven avileña. «Toda su familia es así de extraña: no pasan un día sin saber unos de otros, pero jamás se besan o emplean palabras de cariño, y en mi casa somos una melcocha, sin importar la edad».
Ella nos preguntaba si con el tiempo podría acostumbrarse a esa frialdad, o mejor aún, si lograría cambiar la forma de amar de su marido, por ella y también por los hijos que planean tener.
El estilo adulto de amar es una característica de la personalidad y por ende es bastante estable, como el temperamento, el carácter o la inteligencia. Eso no significa que no podamos modificar su expresión, pero es bastante difícil sin ayuda profesional, afirma Miren Larrazábal, especialista del instituto Kaplan, de Madrid, quien ha estudiado el apego humano y sus condicionantes a lo largo de la vida.
La explicación de por qué las personas adultas aman de un modo u otro, y cómo esos estilos repercuten en sus vínculos de pareja, ha despertado gran interés durante las últimas décadas.
Una de las maneras de acercarse a ello es la Teoría del Apego (TA), que ha dado a la Doctora Larrazábal buenos frutos en el tratamiento de disfunciones sexuales en parejas que se aman, pero no saben cómo disfrutar plenamente de su erotismo.
«Siempre escuchamos decir que si había buena química en el sexo vendría el amor, y que si sentíamos amor llegaríamos al buen sexo, pero a veces el modo de expresar nuestro apego interfiere en el deseo y se dificulta el encuentro en ese espacio físico emocional que es la intimidad», explica.
Según la TA existen tres estilos fundamentales de apego: el seguro, el ansioso ambivalente y el evitativo o distante. Puede que cada persona tenga rasgos de los tres, pero uno de estos predominará a la larga.
El estilo seguro es propio de individuos con mucha autonomía personal, para quienes es fácil unirse a otros y potenciar su satisfacción sexual sin grandes traumas. Entre el 60 y el 70 por ciento de las personas encajan en este modelo, pero no todas lo demuestran en el mismo grado.
Los ambivalentes suelen mostrar mucha pasión, pero son supervigilantes y creen ver rechazo o abandono en cualquier acto de sus parejas. Necesitan la dependencia mutua, y a la vez tienen miedo a la intimidad por el compromiso que entraña, y por el miedo a sufrir si las cosas no fluyen a su manera.
Por su parte las personas evasivas son independientes y poco dadas al compromiso. No significa que no amen, pero no pueden demostrarlo del modo pasional en que otros lo hacen y muchas veces prefieren el sexo casual para bloquear sus emociones.
Seamos o no conscientes de ello, hay una historia de vida que condiciona nuestro modo de amar, y en ese camino hay nudos de los que es difícil desprenderse.
La calidad de las relaciones adultas depende de la experiencia social temprana, la cual condiciona el sistema de apego, espectativas, creencias y actitudes.
La forma de percibir el amor de las personas más significativas en la infancia marca el rumbo de las expresiones amatorias. En la mayoría de los casos la madre es esa figura principal, quien protege y conforma el espacio, quien premia o castiga al regular su afecto; pero puede ser también el padre o algún otro adulto relevante.
El ambiente en que esta relación asimétrica se da influye mucho en esa transferencia cultural. Con ayuda, una persona cuyo estilo de amar no es el más adecuado puede hacer que sus descendientes se desprendan de esa experiencia y alcancen mayor plenitud. A veces la motivación es tan fuerte que por ayudar a la familia logran ser mejores parejas.
Para Larrazábal no importa tanto si el menor se cría solo con la madre o con el padre: lo que cuenta es la calidad del afecto que reciben, no la cantidad; lo que esa figura potencia, y si logra constituirse en puerto seguro para promover la autoconfianza.
Quienes tuvieron una crianza sobreprotectora, demandante, en la que cada separación temporal fue vivida con angustia por ese adulto relevante (empezar la escuela, ir de campismo, quedarse en casa de los abuelos...), es muy probable que hoy sean personas inseguras, ambivalentes, temerosas de perder el cariño de su pareja cuando la ven entusiasmada en otras faenas que la alejan momentáneamente.
Esas personas necesitan saber que el afecto de su pareja es constante, ¡y qué mejor prueba de amor que la renuncia a esos proyectos «amenazadores»! Así lo aprendieron en sus hogares, donde no se les permitió montar bicicleta o estar en actividades extracurriculares que le «robaban tiempo» a mamá o papá.
Por otro lado, quienes son tratados en su infancia con muy poco afecto, por la ausencia física de alguno de sus padres o porque los conflictos entre adultos no permitieron ver sus necesidades de guía y cariño, es muy posible que crezcan al cuidado de sí mismos casi para todo, pero luego les cuesta creer que alguien les ama de verdad, y terminan desarrollando un estilo ambivalente o uno de evasión.
Uno de los peligros de ese afecto «desabrido» es que la pasión muere a medida que se afianza la intimidad y la pareja llega a convivir como si fueran hermanos, alerta el sexólogo español Francisco Cabello.
Si una persona cree que no hace falta seducir para tener sexo con quien comparte su cama está matando su deseo y autoestima, y destruyendo el vínculo emocional, consideran ambos especialistas.
Una persona con un estilo seguro, flexible, sufre sin entender la ambivalencia o la evasión del ser que ama. Algunas se cansan de ceder y promueven la ruptura. Otras intentan modificar la situación con ayuda de terapeutas.
«Cuando hay amor y motivación se puede lograr una mejoría reforzando recíprocamente lo positivo del vínculo. Acudir al castigo o a la indiferencia aleja más y refuerza lo negativo, así que no es el camino. Mi experiencia me dice que es difícil, pero lograble», concluyó la entrevistada.