Los adolescentes varones aún enfrentan retos peculiares que atentan contra su salud: probar a todos su virilidad. En todas las naciones se reporten tasas elevadas de ITS en hombres menores de 20 años y la epidemia del VIH-sida muestra un rostro juvenil de manera alarmante
El hombre se descubre a sí mismo cuando se enfrenta a los obstáculos.
Antoine de Saint-Exupéry
Yunior tiene 19 años. Cuando termina sus tareas diarias no puede relajarse hablando de fiestas, amores o futuros estudios universitarios, como hacen la mayoría de sus coetáneos en la unidad donde cumple el servicio militar.
Cada minuto de su tiempo lo dedica a pensar en su bebé, que tiene ahora 13 meses.
«Es muy enfermizo», dice angustiado. «Desde que él nació, lo que no se va en lágrimas se va en suspiros. Ya no puedo ni comerme una pizza sin calcular qué necesitaremos dentro de una semana o si habrá que correr para el hospital a cualquier hora del día o de la noche».
Su adolescencia se fue a bolina y la juventud se le anuncia cargada de complicaciones: vive agregado en una casa muy pequeña, la madre del niño no trabaja, él no tiene oficio… Si hubiera sospechado que una paternidad precoz cambiaría su vida de ese modo, a lo mejor hubiera puesto más asunto a la cuenta del ciclo menstrual o tomado más en serio la opción de los preservativos.
Pero no: tenía que asumir riesgos para probar a todos su virilidad. Pensar en las consecuencias no entra en ese concepto de «ser macho a toda costa» que se aprende en la calle, el que pregonan los muchachos mayores y defienden algunos adultos en la mesa del dominó.
A pesar de lo que se ha avanzado en el tema de la igualdad de géneros, los adolescentes varones aún enfrentan retos peculiares, que atentan contra su salud justamente cuando más quisieran alardear de ella.
La máster en Psicología Laura Alvaré, quien por muchos años ha escrito magníficos materiales para adolescentes, alerta sobre las exigencias que los chicos enfrentan cotidianamente: la sociedad patriarcal pretende que sean productivos y estén orientados hacia el «afuera» (de sus casas sobre todo), que no valoren el peligro, que estén dispuestos a penetrar el cuerpo de una mujer en todo momento y consuman alcohol y cigarros para sentirse más hombres.
Esos viejos estereotipos suelen entrar en contradicción con sus intereses, aún en formación en esta etapa de la vida, e incluso con lo que aprenden día a día con el roce social y a través de los medios de comunicación.
Muchos se agobian ante el reto diario de reafirmar su hombría en la escuela y el hogar, pero en la práctica no han aprendido a iniciar una relación amorosa o a mantenerla con éxito, explica la experta. Por eso cambian de pareja frecuentemente y no se protegen en las primeras relaciones o con parejas estables (según la idea de «estabilidad» en esas edades, que puede ser de algunos meses).
La eyaculación precoz que tanto les preocupa es casi siempre el resultado de creerse «responsables» por el orgasmo de la mujer como meta máxima, y hasta de las burlas familiares cuando el chico demora en el baño.
La angustia que genera la inexperiencia crece en el diálogo con otros chicos: ninguno se atreve a aceptar su falta de conocimientos y fingen ser lo que se espera de ellos sin tener la certeza de que sea lo mejor.
Y si por casualidad sienten que su orientación sexual no se corresponde con la inculcada como natural y correcta desde pequeñitos, sufren una «culpa» que no comprenden y evaden discutir el asunto todo el tiempo posible, lo cual los hace más vulnerables a la hora de tomar decisiones que de un modo u otro involucran a terceras personas.
Los varones inician su actividad sexual antes que las muchachas de su misma edad, pero delegan en ellas las cuestiones relacionadas con la salud sexual y reproductiva, incluyendo la protección ante embarazos y enfermedades, alerta la doctora Alvaré.
De ahí que en todas las naciones se reporten tasas elevadas de ITS en hombres menores de 20 años y la epidemia del VIH-sida muestre un rostro juvenil de manera alarmante, sin que las acciones de promoción y prevención logren frenarla: no basta con atacar los síntomas del machismo si no se cambia su esencia cultural.
Afortunadamente hay un reclamo creciente en la generación nacida en los 90 de dejar atrás esa masculinidad amenazante y pasar a los afectos y las emociones, dice la experta.
Ese cambio implica potenciar en ellos la autoestima y la conciencia de vulnerabilidad, labor que no se puede dejar solo a la escuela o a la familia de manera aislada.
Toda la sociedad debería propiciar el desarrollo de ese nuevo tipo de varón, capaz de buscar ayuda dentro y fuera del hogar y de entender que en materia de relaciones humanas lo que está en juego es su salud, no su hombría.