El 1,7 por ciento de la población mundial vive en algún tipo de estado intersexual. Esas personas precisan respeto, diagnóstico adecuado y tiempo para decidir por sí mismos Pregunte sin pena
En la séptima semana de gestación comienza la diferenciación de los genitales a nivel genético y anatómico. SEGÚN establecen las leyes de muchos países —incluyendo el nuestro—, las personas somos «clasificadas» como hombre o mujer desde que nacemos de acuerdo a la apariencia de nuestros órganos genitales externos. Desde ese instante la vida sigue el cauce trazado por los estereo- tipos de género que nos asigna una sociedad marcadamente bipolar.
Pensemos entonces en el dilema que enfrenta una pareja cuando su bebé nace con genitales ambiguos, o si después de criar por varios años a un varón le crecen los senos, o un médico afirme que su «rara» hija adolescente genéticamente es un hombre.
Situaciones así involucran al 1,7 por ciento de la población mundial. Algunas resultan peligrosas para la salud, de otras se desconocen las causas, pero todas tienen en común el alto costo psicológico y social para toda la familia, según la experta mexicana Gabriela Granados.
Con diferentes abordajes, el tema de la intersexualidad ha fascinado desde siempre a juristas y científicos de todo el orbe. El debate abarca desde el reconocimiento de los derechos de estas personas a tener una identidad sexual hasta la búsqueda de alternativas para el diagnóstico y tratamiento de un fenómeno que sumerge a millones de familias en una vida de sufrimiento, ignorancia, marginalidad o vergüenza.
En el plano ético se discute la asignación a priori de un sexo a esas criaturas desde la infancia (incluso aplicando métodos quirúrgicos irreversibles), práctica bastante habitual en los últimos siglos.
Tal procedimiento es cuestionado por quienes en la adultez se consideran mutilados o asignados erróneamente y deciden demandar ante la justicia tanto a sus padres como a los médicos involucrados en tal decisión.
Estos seres reclaman del mundo «civilizado» un mínimo de respeto hacia su condición, no elegida voluntariamente, y elogian la actitud de tribus norteamericanas que aceptan a sus berdaches como seres especiales, y hasta los consideran portadores de dones religiosos.
Del mismo modo protestan por los prejuicios con que se maneja el tema de su orientación sexual, sobre todo aquellos casos encasillados por sus padres arbitrariamente y luego reprimidos por sentir inclinaciones supuestamente homosexuales, hasta que se demuestra que son las lógicas de su sexo biológico... pero entonces la familia o la comunidad ven mal un nuevo ajuste.
Es bueno aclarar que la intersexualidad no implica directamente homosexualismo ni transexualismo, variantes de la orientación o del género presentes también en hombres y mujeres «estándar», según aclara la doctora Alice Dreger en el artículo Nueve mitos sobre la intersexualidad, en el que aboga por mayor protección desde la infancia y una crianza más tolerante y respetuosa para todos estos casos.
Azar genéticoTanto en el reino animal como en el vegetal, las diferencias entre hembras y machos observables a nivel somático (manifestación externa) se originan en el plano genético y responden a las peculiarides del modo de reproducción de cada especie.
En los humanos, lo más común es tener 46 cromosomas (mitad herencia del padre, mitad de la madre) ordenados en 23 parejas, una de las cuales define nuestro sexo biológico: dos cromosomas X se asocian a mujer, mientras uno X y otro Y representan al hombre... pero no siempre funciona así.
La diferenciación estructural anatómica comienza a partir de la séptima semana de gestación, cuando el gen SRY (aportado por el padre) decide el futuro de las células destinadas a formar los órganos genitales del bebé: ¿serán ovarios o testículos?, ¿labios mayores o escroto?, ¿labios menores y clítoris, o pene...?
En esa etapa también se define la proporción entre masa muscular y tejido adiposo que alcanzará el individuo y el ancho de caderas y hombros. Si en ese crucial momento del desarrollo embrionario se producen mutaciones o alteraciones bioquímicas inesperadas, pueden derivar en una estructura genital atípica, un número mayor o menor de cromosomas (Y o X), e incongruencias entre sexo genético y apariencia física.
Para describir estos fenómenos se usaba antiguamente el término hermafrodita, pero fue desestimado, ya que así se nombran los seres capaces de generar a la vez células reproductoras masculinas y femeninas para intercambiarlas con individuos de similar constitución (como hacen los gusanos planos y numerosas plantas), o para fecundarse a sí mismos.
La especie humana no contempla esa libertad reproductiva. De hecho, en la mayoría de las personas intersexuales la infertilidad es la causa de consulta, hasta que se descubre que existe algo fuera de lo común en ese paciente.
Las variedades de este fenómeno a nivel mundial están aún en estudio, pero las más conocidas son las siguientes:
Síndrome de Turner: Niñas que tienen 45 cromosomas (les falta uno de los X). Genitales externos bien formados, pero sin ovarios. No tienen un diagnóstico preciso al nacer. Presentan talla baja y en la pubertad no menstrúan ni desarrollan los pechos, por tanto no son fértiles. Ocurre en uno de cada 2 500 nacimientos en el mundo.
Síndrome de Klinefelter: Niños con 47 cromosomas —un X de más—, los llamados XXY. Hasta la pubertad son varones con el pene y los testículos pequeños, caderas anchas y voz aguda. Van a consulta por infertilidad o porque le crecen los pechos. Se da en uno de cada 700 o 1 000 nacimientos.
Disgenesia gonadal XY: De apariencia femenina, no les crece el vello, no desarrollan pechos y no menstrúan. Genéticamente serían masculinos, pero tienen útero, trompas y vulva normales. No tiene ovarios, sino unas estrías fibrosas que pueden desarrollar cáncer, por lo cual se recomienda extirparlas lo más pronto posible. Es un caso muy raro, uno de cada 150 000 nacimientos.
Disgenesia gonadal XX: El caso opuesto al anterior, son varones con el par cromosómico XX. Tienen testículos y pene normales, pero pueden desarrollar glándulas mamarias. Generalmente son infértiles, aunque la literatura médica reporta casos que han tenido hijos. La prevalencia oscila en uno de cada 20 000 o 40 000 nacimientos.
Pseudohermafroditismo masculino: Individuos genéticamente masculinos (46 cromosomas, par XY) con testículos incluso, pero femeninos en lo demás. No menstrúan y no desarrollan vello en el pubis o las axilas. Se estima que esto ocurre por una mutación hereditaria en el cromosoma X que provoca insensibilidad a las hormonas masculinas. Con el tiempo los testículos pueden desarrollar cáncer, por lo que suelen extirparse. Se da en uno de cada 13 000 nacimientos.
Una de sus variantes es producida por deficiencias de la enzima Alfa 5 Reductasa, trastorno que inhibe el normal metabolismo de la testosterona. Los genitales externos parecen femeninos, pero al llegar a la pubertad estos individuos, criados como niñas, no pueden evitar sentirse varones (de hecho lo son biológicamente), y los expertos sugieren ayudarlos a ajustar su sexo, incluso legalmente.
Pseudohermafroditismo femenino: En este caso nacen con genitales masculinos o ambiguos, y ovarios. Tienen 46 cromosomas con el par XX, pero una deficiencia enzimática produce un defecto de sus glándulas suprarrenales que genera, entre otros daños, exceso de hormonas masculinas. Estos bebés pueden morir en dos o tres semanas si no se diagnostican y son tratados a tiempo.
Pregunte sin pena
A.L.: ¿Es posible que después de tener relaciones sexuales con mi pareja su pene quede erecto cuando él me asegura que disfrutó su orgasmo? Esto casi nos ha llevado a la separación, incluso he llegado a pensar que no satisfago sus necesidades. Él me responde que no es su culpa, que si quiero podemos ir al médico.
La última fase de la respuesta sexual es llamada resolución. En esta, después del orgasmo, el cuerpo va relajándose paulatinamente, retornando poco a poco a su estado normal. En el hombre, el pene va perdiendo rigidez progresivamente a medida que la sangre acumulada se retira y los testículos retornan a su posición normal. En ellos esta fase es mucho más larga que en sus compañeras y no lo pueden controlar voluntariamente.
El tiempo requerido para que el pene pierda su erec- ción se relaciona directamente con el lapso que duró la meseta. Es decir, a más tiempo de excitación previa al orgasmo más demora el pene después de eyacular en volver a su estado de flacidez.
Como puedes ver, un disfrute intenso de tu pareja pudiera conducir a que su erección perdure un poco más. Sin embargo, crees no satisfacerlo, aunque él está dispuesto a seguir contigo y consultar al médico si fuera necesario. Algún lazo lo ata a ti, aunque lo dudas. Y son estas dudas las que tal vez ameritan un análisis más detenido. Por alguna razón insistes en interpretar el tiempo de resolución de tu pareja como una señal de insatisfacción a pesar de que él lo niega.
¿Por qué creerlo insatisfecho? ¿Por qué te mentiría hasta seguir contigo a pesar de su insatisfacción? ¿Por qué creerte incapaz de satisfacerlo? ¿Acaso estás tú satisfecha?
Estos son algunos puntos para estimular tu reflexión. Sería interesante descubrir qué es para ti ser lo que satisface sus necesidades. Al parecer tu incertidumbre no radica tanto en su posición, sino en ser tú quien colma su deseo.
Mariela Rodríguez Méndez, Máster en Psicología Clínica, Consejera en ITS y VIH/sida. Psicoanalista