La Universidad, último peldaño educativo preprofesional, debe ser un espacio de responsabilidad mayor a la hora de asumir los conocimientos
Los criterios no se hicieron esperar. Como si fuera un tema sobre el que muchos querían lanzar la primera piedra, el primer artículo sobre Síndrome del corta y pega, publicado en esta sección el pasado jueves, generó debates.
Casi la totalidad de los mensajes comenzaba con un agradecimiento por el abordaje del asunto, pero de ahí en adelante se diversificaban las opiniones. Unos esgrimiendo la bandera de la ética ante tan «posmoderna» transgresión. Otros, confesando que la habían cometido y, lamentablemente, la seguirían cometiendo. Algunos, buscando las causas de esta cuestionable actitud.
Espoleado por tales preocupaciones, y considerando la importancia del tema, JR lo continúa tratando. Para eso nos fuimos a las universidades, que con su mayor exigencia y necesidad de desarrollar la investigación, deben condicionar una mayor conciencia y vocación de autoestudio. Entonces, ¿también se da este fenómeno allí? ¿Qué responsabilidad tienen los docentes en esto? ¿Se trata de un asunto de desconocimiento o de falta de valores?
AUNQUE SEA UNA VEZUna encuesta aplicada por nuestro periódico a cien jóvenes de centros universitarios capitalinos, de 15 carreras, arrojó que el 95 por ciento de ellos ha descargado información de la red de redes u otras fuentes digitales para la realización de trabajos de clase, aunque sea alguna vez. Sin embargo, el 82 por ciento considera que es siempre necesario citar la fuente.
En cuanto a los sitios más visitados, el buscador Google fue el primero. A continuación la Enciclopedia Libre Wikipedia y el portal monografías.com. También resultaron muy mencionados infomed.sld.cu y la Enciclopedia Encarta. Lo curioso es que, descontando el motor de búsqueda, facilitador elemental del trabajo, los demás son sitios donde se pueden encontrar materiales monográficos de mayor o menor extensión sobre diversos temas.
No obstante, el dato más preocupante salió en la última pregunta. Se trataba de una interrogante intencionalmente polarizada. «Si se viera en esta disyuntiva ¿qué preferiría?: entregar un trabajo descargado de Internet y presentarlo como suyo; o suspender.
De los cien alumnos que respondieron la encuesta, totalmente anónima, 46 hubieran entregado el trabajo ajeno como propio. De hecho, 17 de esos 46, tampoco tienen claridad acerca de la importancia de las citas en un trabajo de clase.
Cuando salimos de la Universidad de La Habana (UH), uno de los centros visitados para la encuesta, quisimos preguntar frente a frente a dos estudiantes qué harían si se vieran en la dicotomía de la interrogante. Uno de ellos respondió rápidamente que preferiría suspender. Y el otro afirmó: «No sé, creo que lo entregaría como mío, y después, para quedar bien con mi conciencia, me estudiaría el contenido».
¿QUÉ DICEN LOS DOCENTES?Para la profesora Miriam Rodríguez, jefa de la carrera de Periodismo en la Facultad de Comunicación Social de la UH, «el corte y pega de Internet representa la misma intención y falta de ética de los plagios en cualquier medio y época anterior. Es el mismo perro, ahora con un collar electrónico. Aquí se trata de un medio con tal cantidad de información que le es prácticamente imposible al profesor recordar las fuentes. Y estas, además, son muy cambiantes».
Pero... ¿y los docentes?, ¿son simples espectadores en esta forma incorrecta de actuar? De acuerdo con el criterio del profesor de Ginecobstetricia, Carlos Ramón Margolles, «los profesores deben darse cuenta y no aceptar esos trabajos. Porque en la universidad, paso previo a la vida de trabajador, hay que exigir a toda costa el esfuerzo personal».
Otro enfoque del asunto pasa porque quienes imparten conocimientos deben estar lo suficientemente preparados para indicar el trabajo con las fuentes o para formar cualidades morales que impidan a sus alumnos acogerse al corte y pega.
«Existe el problema de saber orientar las labores con la bibliografía digital —explica el profesor de Literatura Latinoamericana, Enmanuel Tornés. Aunque el estudiante, una vez que navega por Internet tiene libertad casi total para desviarse de las orientaciones que le damos. En cualquier caso hay que alertar sobre los límites científicos y éticos de la utilización de fuentes.
Tornés reconoce que esta es una de las contraindicaciones de esa red global llamada Internet, pero que puede evitarse si se obliga al estudiante a vincular los contenidos, operación en la que sí desempeñaría un papel el análisis individual.
Por esta cuerda anda el profesor de Psicología, Rogelio Bemúdez, del Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias (ISCA), quien tras varias investigaciones sobre el aprendizaje ha identificado y combatido lo que para él significan «cadenas verbales». «Estas no son más que retahílas de palabras que los estudiantes aprenden de memoria y le “vomitan” al profesor.
Por eso, cree este docente, es que se hace posible el corte y pega a nivel universitario. Al ser preguntado sobre los métodos que puede seguir el pedagogo para que sus alumnos rehúsen esta práctica, Bermúdez fue preciso: «Hay que prepararse muy bien y focalizar la relación entre los conocimientos.
«Si usted le pregunta al estudiante, por ejemplo, cuál es el concepto «de memoria», puede que le corten, peguen y reciten una respuesta; pero si les pide que expongan la relación entre la sicología, la personalidad y el modo de vida, entonces no podrá hacerlo».
El mismo Bermúdez menciona su experiencia con los que él llama «exámenes autónomos», en los cuales el estudiante recibe solamente una hoja en blanco y él mismo formula, a partir de lo estudiado, la temática de la pregunta y su repuesta.
URL FANTASMASLas encuestas, las entrevistas y hasta la experiencia personal confirman que algunos alumnos de nuestras universidades pretenden hacer verano con la pandemia de los «frankesteins» digitales. Las soluciones, siempre asociadas a perfeccionar con rigor y creatividad el método pedagógico, están a la mano.
En ese sentido, las profesoras Reina Estrella Herrera y Ailín Martínez, especialistas en Bibliotecología y Ciencias de la Información, respectivamente, explican que «hay dos formas de utilizar la información. Una: la cita textual, que todas las normas y estilos bibliográficos indican debe entrecomillarse y decir básicamente autor, fecha y lugar, de forma tal que pueda comprobarse la fuente. Otra es la cita no textual o indirecta, en la cual solamente se referencia el origen de la idea, pero esta se puede parafrasear, o sea, no tomarla al pie de la letra».
«En el caso de un sitio web —comenta la profesora Reina Estrella— aparte del título del trabajo, su autor y la fecha de publicación, no debe faltar el URL (dirección completa en la red) y la fecha de consulta. Esto último se impone dadas las vertiginosas transformaciones que sufren estos documentos. Igualmente, al final de los trabajos debe ir siempre un listado con toda la bibliografía utilizada, tanto si se citó como si fue únicamente referenciada».
De acuerdo con el criterio de la especialista Ailín Martínez, citar frases, artículos y sitios, forma parte de una elemental cultura de trabajo de cualquier profesional. «Al ver el fenómeno del corta y pega, además de buscar soluciones éticas al asunto, tendríamos que emprender acciones dirigidas a una “alfabetización informacional”, como reza un término acuñado hace algún tiempo. Ya eso está establecido como asignaturas o módulos en todas las especialidades de algunas universidades del mundo y poco a poco se va incorporando a nuestro país».
Los datos y opiniones recogidos por JR dan una idea, aunque no concluyente, de que al servirse de fuentes digitales como Internet o las enciclopedias, algunos estudiantes incurren en el denominado «síndrome del corta y pega», y no siempre lo hacen porque desconozcan cómo citar una fuente, o lo que implica no hacerlo.
Urge entonces la creatividad del docente, en virtud de la cual pueden aparecer múltiples antídotos para la pandemia, pero también la reflexión ética de los estudiantes sobre el tema.
«Cortar» y pegar». Solo dos palabras. Sin embargo, encierran un síndrome en extremo peligroso.