¿Qué puede tener de atractiva para el público adulto una producción televisiva que tome como base las fábulas de Charles Perrault, los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen...? ¿En qué podría radicar la originalidad de un proyecto que nos proponía a Blancanieves y su Príncipe Encantado como personajes principales, quienes de repente despiertan en el tiempo actual como consecuencia de una maldición lanzada por la acostumbrada Reina Malvada?
Es una lástima cuando las urgencias de la vida nos presionan al punto de que a veces nos concentramos en lo inmediato, y somos incapaces de poner la vista en el horizonte. Alarma que sean más aquellos que, atormentados en resolver lo material (sin dudas, necesario), en asegurarle a la prole lo que consideran más urgente, no encuentran tiempo para entregarse a una acción tan «sencilla» como salvadora, sobre todo cuando nuestros hijos aún son pequeños: leerles.
Uno de los siquiatras infantiles más influyentes del siglo XX, Bruno Bettelheim, consideraba que entre esas lecturas no deben faltar los cuentos de hadas, para él esenciales a la hora de educar a los niños. Aseguraba el austriaco que estas historias fantasiosas «ejercen una función liberadora y formativa para la mentalidad infantil». Según él al identificarse con los personajes de estos relatos, el público infantil comienza a experimentar por sí mismo sentimientos de justicia, fidelidad, amor o valentía, no como lecciones impuestas, sino como parte de la aventura de vivir.
«Un cuento infantil estimula la imaginación, puede contener una moraleja, divertir o enseñar. Pero los cuentos de hadas poseen una particularidad: hablan de los conflictos internos de un modo que el niño puede comprender inconscientemente. Transmiten el mensaje de que la lucha contra las dificultades de la vida es inevitable y que, si se enfrentan a ellas, se sale victorioso», insistía.
«En los cuentos de hadas la maldad está, como en la vida, siempre presente: la bruja, la madrastra, el gigante, el dragón. Al terminar el cuento, el malvado es castigado, lo que importa no es el sentido moral que tiene esta consecuencia, sino la idea de que la maldad no resuelve nada y que, por eso, el malo siempre pierde». ¿Se habrán leído Adam Horowitz y Edward Kitsis, los creadores de Once Upon a Time (Había una vez…) el libro de Bettelheim, Psicoanálisis de los cuentos de hadas (1976)?
En ello pensaba en estos días de Feria, cuando veía a una turba de chiquillos cargando vistosos libracos, tan fascinados con iluminadas princesas como los millones de televidentes que en el mundo, por obra y gracia de la cadena ABC (encargada de la producción y transmisión desde 2011), han seguido la serie ideada por los magos de Lost (Perdidos) —se afirma que casi 13 millones de personas estuvieron atentas al episodio inicial, mientras que la primera temporada fue seguida por una media de cuatro millones.
Quienes no hayan podido apreciar ninguno de los capítulos agrupados en las diferentes entregas (seis hasta donde conozco) se preguntarán ¿qué puede tener de atractiva para el público adulto una producción televisiva que tome como base las fábulas de Charles Perrault, los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen... (también otras muy conocidas leyendas de horror); esas que no han creído en océanos, mares ni montañas y han pasado de generación en generación hasta nuestros días? ¿En qué podría radicar la originalidad de un proyecto que nos proponía a Blancanieves y su Príncipe Encantado como personajes principales, quienes de repente despiertan en el tiempo actual como consecuencia de una maldición lanzada por la acostumbrada Reina Malvada?
Definitivamente, Upon... es una serie coral por la cantidad de personajes protagónicos que tiene. Foto: Internet
Pues al desarrollar las historias de sus protagonistas, Horowitz y Kitsis decidieron relatarnos la vida actual de cada personaje (sí, porque constituyen una larga tropa: Cenicienta, Bella y Aurora, de La Bella Durmiente, Rumpelstiltskin, el Capitán Garfio, Mulán, Pinocho, Caperucita Roja...), pero humanizándolos. En el guion ellos se aprovecharon de los hechizos mágicos y maldiciones (un pretexto perfecto para darse gusto con los efectos especiales), pero han «echado a perder» los finales felices y han explotado al máximo una fórmula que siempre encontrará fieles seguidores: la batalla entre el amor y la venganza. Ese es el combustible que mueve a Once Upon a Time.
¿Cómo hicieron? Comprobado que ya les funcionó con Lost, apostaron por situar a sus criaturas en dos mundos paralelos: uno fantástico donde habitan los personajes de los cuentos clásicos, el Bosque Encantado; y otro, nuestro presente, donde estos se ven atrapados por la maldición invocada por Regina, la Reina Malvada, el pueblo Storybrooke. Únicamente Emma Swan (Jennifer Morrison), la elegida, quien resultar ser la hija de Blancanieves (Ginnifer Goodwin) y el Príncipe Encantado (Joshua Dallas) podrán liberarlos a todos de esa cárcel del tiempo, pero con la ayuda de Henry (Jared Gilmore), su hijo biológico al que abandonó al nacer.
Una de las principales cartas de triunfo de Once Upon a Time fue sin dudas, durante las primeras temporadas, utilizar con creatividad el factor sorpresa a la hora de desarrollar la historia que se nos presenta en cada capítulo. Esta, por momentos, es interrumpida por retornos al pasado (flashbacks), lo cual nos facilita entender mejor la sicología de los personajes y sus maneras de actuar en el presente.
Pero lo que fue un arma poderosa en las manos de Horowitz y Kitsis, ha ido actuando contrario en las más recientes temporadas desde que, tal vez presionados por ABC, se han visto «obligados» a darles entrada a las numerosas «estrellas» de la franquicia Disney (desde 1996 esta poderosa compañía es la propietaria de la cadena): aquí es cuando reviven a Aladino, Jasmine y al malvado de Jafar; a Elsa, la Reina de las Nieves y a la princesa Anna, de la película animada Frozen; y a Mérida de Valiente...
¿Dónde está el problema? En que lo que comenzó siendo sutil, casi mágico por «inesperado», ha desembocado en libretos forzados, con tramas abandonadas o demasiado absurdas, personajes «desaparecidos» de a golpe, cuando había que reconocer a los guionistas su capacidad para relacionar las historias, de entremezclarlas para darles a todos más que suficientes motivos para actuar como lo hacen, sin que estas perdieran en ningún momento la mitología que las distingue.
No ha sido muy sabio tampoco mantener a toda costa como principales de la serie a personajes cuyas tramas ya no conducen a ningún lugar y han perdido todo interés (como la de Blancanieves y su eterno amado), mientras a otros secundarios les sobra potencial.
Como es habitual en estas series, aquí cumple con eficacia su rol el elenco seleccionado para conseguir que los populares seres de los cuentos parezcan de carne y hueso, con tanta luz como oscuridad en sus corazones, ya sean «buenos» o «malos». Sinceramente resulta difícil encontrar quien desentone entre estos actores y actrices superjóvenes, superbellos y supersúper..., pero sin dudas talentosos, empezando por Jennifer Morrison, aunque también es una gran verdad que esta muchacha conocida por los televidentes cubanos por su intervención en House, no es justo la que más brilla, porque las palmas se las llevan los «malosos»: Robert Carlyle, no es lo que diríamos un bonitillo, pero es un actorazo. Él, que nos tiene acostumbrados a su excelencia, no defrauda ni como Rumpelstiltskin ni como Mr. Gold o como quien sea. Lana Parrilla, como Regina (ella sí hermosísima), llena de matices a su villana; sencillamente lo borda al interpretar a la archienemiga de Blancanieves con más de un lado vulnerable.
Lana Parrilla se roba el show como la malvada Regina.
Muy destacables son el vestuario, el maquillaje y la peluquería. Todo ese conjunto muestra un magnífico trabajo, al «convencernos» de que los mundos mágicos de Once... pueden existir en realidad. Los decorados también han estado a la altura, sin embargo, de vez en cuando los efectos especiales han puesto al descubierto algunas costuras (en comparación a lo que nos tienen acostumbrados, digo). De todos modos hay que reconocer que el universo que han recreado está lo suficientemente bien conformado como para que lo aceptemos.
Con todo y ello, parece que Horowitz y Kitsis han ido perdiendo la brújula, aunque todavía se anuncia una séptima temporada de Once... Para una parte significativa de sus antiguos seguidores, esta serie ya debió haber llegado a «y vivieron felices para siempre». En lo personal, les aplaudo estas revisiones de esas historias que tantas veces me leyeron o contaron, y que me invitaron a buscar el modo de hacer crecer mi espiritualidad.
Con frecuencia Adam Horowitz y Edward Kitsis le regalan en Once... algunos guiños a Lost, la serie con la que alcanzaron fama mundial a partir de 2004. Se aprecia lo mismo en la inclusión de actores que participaron en aquella y ahora están como estrellas invitadas: Emilie de Ravin (Bella/Claire), Rebecca Mader (Zelena/Charlotte) y Alan Dale (el Rey George/Charles Widmore), mientras que el 815 (el vuelo de Oceanic Airlines) está por todas partes.