Aunque existen realizaciones que repiten hasta el cansancio las ya probadas fórmulas, también abundan muchas que dejarlas de ver significaría perderse un excelente espectáculo televisivo
Son adictivas. Esa constituye la primera gran verdad. Ver un capítulo de Perdidos, Breaking Bad, Dexter, Juego de Tronos, Homeland, Vikingos, House of Cards... es tomar la decisión de que llegarás a casa, comerás rápidamente, «liquidarás» el resto de las tareas y te dispondrás, como si tuvieras una incurable ansia audiovisual, a perder el sueño persiguiendo el desenlace de una trama que se enredará más y más, hasta que de pronto te descubres cogido in fraganti por el sol que empezó a colarse por la ventana.
Yo, que me reconozco con el virus, pudiera aconsejarle, estimado lector, que no lo intente, que si no lo ha hecho ni se atreva a buscar qué tienen de especial Los Soprano, Mad Men, True Detective, The Good Wife..., para que hayan «esclavizado» a medio mundo. ¿Que son producidas en Estados Unidos, donde no se juega con la industria del entretenimiento? Pues no, porque si bien son mayoritarias aquellas que vienen del país norteño, igual resultan muy exitosas las concebidas en Francia (Les Revenants), Dinamarca (Borgen), Australia (Los rompecorazones)..., pero también las del Reino Unido, tan reconocibles por su singular puesta, como las joyitas: Black Mirror, Sherlock, Misfits, Utopia, Downton Abbey...
Cierto que también hay realizaciones que repiten hasta el cansancio las ya probadas fórmulas, pero igual abundan muchísimas que dejarlas de ver significaría perderse un excelente espectáculo televisivo. Es como único se puede mantener en alza un negocio que da magníficos dividendos, y no solo económicos, sino también ideológicos, en esta decisiva guerra cultural que se libra en pleno siglo XXI.
¿Quién puede poner en duda lo efectivas que pueden ser estas series para hacer llegar en forma masiva, continua e instantánea, esos sistemas de valores, hábitos y costumbres de vida que se utilizan para poner en práctica el ejercicio de la dominación? Por ello cada vez se presta mayor atención a la calidad, y por ello es que las televisoras ponen en función de cada capítulo los recursos que se necesiten, porque además saben que el retorno económico se asegura con los índices de audiencia que se consiguen semana tras semana. Y por si acaso, ahí está además internet para verlas en cualquier momento y en cualquier lugar.
Hablamos de un género cuya realización resulta más factible incluso que un telefilme —un capítulo cuesta tres veces menos— y que obtiene audiencias millonarias y globales, porque los espectadores tienden a ser muy fieles, interesados en esta especie de «película kilométrica» que, sin embargo, los mantiene en vilo durante todo el metraje. Las series ofrecen asimismo la facilidad de que se pueden consumir desde el televisor, en tabletas o teléfonos móviles; se venden online y en DVD. Todo está pensado.
Por otro lado, alejadas de cualquier convencionalismo desde el punto de vista creativo, estos audiovisuales se transforman en laboratorios donde directores y guionistas experimentan en cuanto a estilo y maneras de narrar. No por casualidad muchos aseguran que «el mejor cine actual se está haciendo en la televisión», algo que era impensable años atrás, cuando este medio se tenía como el mayor contenedor de productos chatarra. Entonces era una quimera pensar que luminarias del séptimo arte accederían a caer tan «bajito». ¿Glenn Close protagonizando Damages? Pero si fuera solo ella... Kevin Spacey (House of cards), Jessica Lange (American Horror Story), Kathy Bates (Harrys Law), Holly Hunter (Salvando a Grace), Dustin Hoffman (Luck), Ashton Kutcher (Dos hombres y medio), Kevin Bacon (The Following)...
Espantado ya el tabú que los alejaba, ahora pocos de los famosos de Hollywood se refieren a la televisión como «la caja tonta». Y la razón no es solo porque les ha permitido en algunos casos reactivar sus grandes carreras, sino también porque han encontrado personajes interesantes y complejos a la altura de sus enormes talentos. Lo mismo sucede con directores de renombre de la talla de Steven Spielberg, Martin Scorsese, David Fincher, Peter Bogdanovich, Agniezka Holland...
Es evidente que en el contenido, en la originalidad de las historias en las que se echa mano a lo que sea, siempre y cuando cumpla con la divisa de estar bien hecho y enganchar, radica una de las claves del éxito de las series que hoy constituyen las niñas de los ojos de las poderosas empresas de televisión de Estados Unidos, encargadas además de la distribución, también por cable y por internet, pues desde su estreno se pueden apreciar al unísono en decenas de países.
¿Dónde está el secreto de su pegada? En que parten, en primer lugar, de una trama interesante desarrollada en un guion magníficamente estructurado, que renuncia a la sencillez y está poblada de personajes verosímiles, vivos, cercanos, provocativos... y si pueden ser antihéroes cargados de defectos, que sean como un abanico de tantas dobleces y, al mismo tiempo, con ciertas «debilidades» de corazón para que en ellos se establezca una encarnada lucha interior, ¡mejor!
Luego, importan mucho el intérprete y los actores y actrices «ideales», mientras que no se deja de la mano la producción, la dirección de fotografía y de arte, los diseños de escenografías y de vestuario… Nada queda al azar para que el proyecto «camine».
Y he dejado para el final al showrunner, algo así como los todo terrenos de las series de calidad de estos tiempos. Basta con observar los créditos de uno de estos materiales para percatarse de que los hacen posibles varios guionistas y directores, pero ¿cómo lograr unidad, coherencia? La varita mágica la tiene en las manos este superdotado, que no se conforma con ser un simple productor, sino que es capaz de escribir si fuera necesario; de ponerse detrás de las cámaras cuando las circunstancias lo exigen... Es, en definitiva, el timonel, el capitán que conduce el barco a buen puerto.
Ellos, los showrunners, son en cierto modo los «culpables» de que ahora los «seriéfilos» casi superen a los cinéfilos, a partir de la cantidad de seguidores que en la última década ha logrado reunir la ficción seriada en el mundo... Y, usted, amigo que me está leyendo, ¿a qué grupo se suma? ¿A los que prefieren la sala oscura o a los que optan por la comodidad de casa? Si está entre estos últimos, Juventud Rebelde le propone que nos encontremos los miércoles para debatir sobre las series que nos encantan o desencantan.
Glenn Close en Daños.
J. J. Abrams es considerado el nuevo Rey Midas de Hollywood. Sus series se distinguen por mezclar elementos de ciencia ficción, acción y misterios que se van resolviendo a medida que avanza la trama. Sus mayores éxitos: Alias, Lost (Perdidos) y Fringe.
Allan Ball también ha dado en el clavo con una de las mejores series de la historia, Six Feet Under (Seis pies bajo tierra), cuya trama se relaciona con la familia Fisher y su funeraria, mientras ha puesto de moda una vez más a los vampiros gracias a True Blood. Igual lleva su firma Banshee, que es pura acción.
Por su parte, David Benioff y D. B. Weiss, se han permitido hasta cambiar la trama de famosos textos que han adaptado a la pequeña pantalla. Así sorprendieron con la inolvidable Boda Roja de Juego de tronos, imaginando mucho más que George R. R. Martin en sus libros Canción de hielo y Fuego.