Fallecido de un aneurisma cerebral sin llegar a cumplir los 30 años, estuvo entre aquellos jóvenes artistas en ciernes que a comienzos de la década de los 50 partieron hacia Europa en busca de nuevos horizontes
En la reciente Feria Internacional del Libro, Ediciones Unión dio a la luz, bajo el título Una cita informal y constante con la muerte, una obra que nos entrega, en poesía, lo publicado, en libro, por José Álvarez Baragaño (1932-1962): Cambiar la vida (1952), El amor original (1955), Poesía revolución del ser (1960), Himno a las milicias y sus poemas (1961), más 34 «Textos perdidos» aparecidos, antes o después de su muerte, en Lunes de Revolución, Casa de las Américas, Unión, La Gaceta de Cuba, Islas y Pájaro Cascabel, de México, en una importante labor de rastreo llevada a cabo por dos jóvenes escritores, quienes fueron, a su vez, editores del volumen: Jamila M. Ríos e Ibrahim Hernández Oramas.
Ellos tuvieron la magnífica idea de sumar a todo este conjunto poético una antología de ensayos y artículos del autor salidos entre 1958 y 1960, precedidos de un estudio introductorio, La Historia en varios sentidos: notas sobre el ejercicio crítico de José Álvarez Baragaño, de María de Lourdes Mariño Fernández. Figuran textos como Wifredo Lam, publicado de manera independiente en 1958, mientras que Mirada a través de la pintura cubana, Sobre Jean-Paul Sartre y De la responsabilidad literaria, entre otros títulos, permanecían sepultados en revistas de la época. El libro cierra con una cronología de Baragaño y su bibliografía activa y pasiva. El prólogo corresponde a Marcelo Morales. No exagero si digo que estamos ante un libro perfecto, por su contenido y por su forma, gracias al diseño de cubierta e ilustración de Rubén Cruces Reyes.
Álvarez Baragaño, fallecido de un aneurisma cerebral sin llegar a cumplir los 30 años, estuvo entre aquellos jóvenes artistas en ciernes que a comienzos de la década de los 50 partieron hacia Europa en busca de nuevos horizontes. En su caso, vivió en París y viajó por España e Italia. En Europa colaboró en importantes revistas y tras su regreso a Cuba fue columnista en Revolución y Lunes de Revolución. Participó activamente en la movilización de Playa Girón, en la campaña del Escambray y estuvo entre los que asistieron al Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas, del que surgió la Uneac, de la cual fue secretario de Relaciones públicas hasta su deceso.
Artísticamente Baragaño pertenece a la llamada Generación de los años 50, en la cual se inscriben, entre muchos nombres notables, los de Roberto Fernández Retamar, Carilda Oliver Labra, Pablo Armando Fernández y Fayad Jamís. Junto con Roberto Branly formó, según se ha dicho, la pareja «surrealista» de esa generación, algunos de cuyos integrantes publicaron sus primeros poemarios en esa década. Pero él se desmarcó de cierta presencia neorromántica latente aún en muchos de sus coetáneos y logró una poesía de alta tensión lírica en la que, a la par que las visiones de la cotidianidad, se presentan también lados más oscuros, cercanos casi a lo sombrío. Pero su voz evolucionó hacia una poesía capturada por el tono conversacional, nacida de circunstancias políticas que el poeta vivió con intensidad tras el triunfo de enero de 1959, y que conjugó en versos de bullente sabor épico.
Si en su poema Vida fragmentada, de su primer libro, la aprensión domina la palabra: Secreta oscuridad invade todo,/ Incierto,/ Incierto,/ Yo, estado que no deja de estar presente, en complicidad con la muerte, en Poesía, revolución del ser, libro de extraordinarias cualidades y donde, por momentos, la sinrazón llega a ocupar cierto espacio caprichoso expresado en imágenes directas y golpeantes, su Himno a las milicias y sus poemas tejen un nuevo cosmos donde su voz, siempre distinta, no repitente de consignas, encuentra un poderoso acicate para darnos una expresión que revoluciona en dos sentidos: desde la poesía misma y desde el modo de cantarle a una nueva época: Yo mi miliciano/ Tú mi miliciano/ ¡Milicianos del alba y de la sangre!/ Sin fuentes ni riberas/ Nuestro ojo ve la imagen abierta a las revoluciones/ Bajo un viento que quiere cantar/ Nadie sabe donde se juntan esos ríos/ Nuestra sangre no se detiene/ Comunica a un nivel de libertad/ La creciente del pueblo/ En la estación profunda de la sangre.
La opción poética de Baragaño tras la victoria no se transformó ni en su tono ni en su forma, sino en sus temas, como se confirma en los últimos poemas no recogidos en libros e incorporados a esta nueva edición de su obra. Allí prevalecen aquellos de contenido heroico: Revolución color de libertad, El himno de las trincheras o Himnos a Camilo Cienfuegos. Y habría que destacar otro detalle que corrobora la importancia del libro: sus editores incorporaron, y con él se cierra el segmento de poemas del libro, un poema inacabado que, presuntamente, estaba escribiendo al momento de morir, y fue hallado en su mesa de trabajo por Francisco de Oraá. En sus dos versos que se suponen finales leemos: Oh, gran patria del hombre/ Recuerda nuestros pasos.
Los artículos y ensayos incluidos ofrecen algunos signos clave para conocer su visión del arte y de la literatura como conceptos, como ideas, ya interpretando, ya dando cuenta de los rangos artísticos, pero, sobre todo, mostrando su sensibilidad como creador. Este libro descubre y reafirma a un autor cargado de apetitos intelectuales. José A. Baragaño regresa a la literatura cubana de la mano segura de quienes forjaron esta obra, en una labor de rescate merecido, pero también de justicia.