La obra narrativa del joven Eldys Baratute Benavides se distingue por el tratamiento de personajes difíciles, traumados, solitarios, que no hallan acomodo en el mundo porque no cumplen con patrones estéticos preestablecidos
Eldys Baratute Benavides es uno de esos escritores cuya fama lo precede. Inquisitivo, polisémico, irreverente e intertextual, con apenas 31 abriles ya ha publicado una docena de títulos y obtenido, entre otros, los premios La Rosa Blanca, Calendario y La Edad de Oro, este último recientemente otorgado por el volumen de cuentos A la sombra de un león (Editorial Gente Nueva, 2014).
La obra narrativa de Baratute se distingue por el tratamiento de personajes difíciles, traumados, solitarios, que no hallan acomodo en el mundo porque no cumplen con patrones estéticos preestablecidos, conviven con alguna discapacidad o desde muy pequeños se enfrentan al lado duro de la vida para descubrir que (parafraseando al genial Quino), vivir es bello, aunque a veces la gente confunda «lindo» con «fácil».
Los temas no se quedan atrás, pues Eldys aborda con igual pericia la religiosidad popular, la violencia hacia niños y niñas, la emigración, la guerra y sus consecuencias, las crisis familiares, los avatares del primer amor no correspondido, las «ventajas» de un suicidio, la diversidad sexual...
Baratute parece mostrar una marcada predilección hacia esas zonas incómodas de la literatura para niños y jóvenes cubana que poco a poco van siendo exploradas por escritores contemporáneos interesados en abordar diversidades sexuales y necesidades especiales al interior de situaciones límite o poco convencionales, donde lo fantástico juega un papel fundamental.
Amante de los espacios rurales e íntimos, y de un lenguaje coloquial, directo, sin excesos tropológicos, Eldys suele experimentar con la estructura del texto en un ejercicio lúdico que se anuncia desde los mismos títulos, entre ellos Vamos a jugar a la guerra (con imprescindibles notas al pie) y Cuento de amor partido en dos, con aire por el medio y varios finales, donde el autor omite el punto y aparte o recurre a los pies de página, el subrayado, las mayúsculas y la escritura en columnas para articular dos líneas argumentales protagonizadas por diferentes personajes, intencionar el monólogo interior del narrador u ofrecer varias soluciones para un mismo conflicto. Dichos rejuegos estructurales pueden confundir a lectores poco avezados, pero Eldys prefiere correr dicho riesgo pues, escritor sincero al fin y al cabo, busca ante todo satisfacerse y ofrecer lo más fidedignamente posible su particular visión del ejercicio narrativo.
Como ya se ha apuntado, un elemento a destacar en la obra de Baratute es el hábil manejo de lo fantástico, a veces implícito, en ocasiones expuesto, pero casi siempre presente.
El narrador norteamericano Howard Phillips Lovecraft aseguró que la esencia de la literatura fantástica occidental se fundamenta en el encontronazo de dos universos diferentes entre sí: de un lado, el nuestro (regido por leyes naturales que contribuyen a medirlo y comprenderlo), y del otro, ese mundo ajeno, extraño, que rompe los esquemas conceptuales de la realidad al insinuar códigos y estatutos que no alcanzamos a entender, so pena de sufrir graves cortocircuitos cerebrales.
En su caso, Eldys tiene la capacidad para subvertir este aparente sine qua non de la literatura fantástica al hacer de lo raro, lo portentoso, lo extraordinario, una suerte de herramienta que, en lugar de provocar desorden, extrañamiento y locura, viene a «resolver el problema». Por lo general, lo fantástico en sus cuentos no deja tras de sí una estela de caos y destrucción; más bien todo lo contrario, pues contribuye a estrechar lazos, a puntear soluciones entre esos vacíos emotivos que la insoportable levedad del ser es incapaz de llenar. Y es muchas veces para aliviar las heridas dejadas por otros traumas.
Así, en la Ciudad de los papalotes, Oscarito puede reencontrarse con su amiga Josefa tras una lluvia de imágenes que reconstruye en pleno campo cubano esa ciudad llena de aeropuertos, avenidas, edificios, cines y automóviles a donde emigró la niña; la escultura de Julio Antonio Mella que besa «Ernestina la fea» en A la sombra de un león se echa a llorar cuando su enamorada cae al vacío; y en Se permuta, Rebeca solo logra escapar a la vertiginosa secuencia de mudanzas familiares tras penetrar en la realidad pictórica de un dibujo ejecutado por su amigo Pablo, solución esta donde creo identificar un guiño culterano con el magnífico cuento Cómo se salvó Wang-Fô, de Marguerite Yourcenar.
Salta a la vista que la intertextualidad es un elemento común en casi toda la narrativa de Eldys. Música, artes plásticas, personajes históricos, referencias a obras literarias, tanto clásicas como contemporáneas: en sus cuentos conviven Joaquín Sabina, Carlos Varela, Bastián Baltasar Bux, Ray Bradbury y Elena Poniatowska, con Tina Modotti, Fito Páez, John Boyne, Henrik Ibsen y la madrileña Fuente de Cibeles.
En ocasiones el autor va más allá e incorpora autores y amigos que conoce y a los que admira, como pueden ser su tía Rebeca, Oscar Nelson, Soledad Cruz o Flor Nodal.
Mas, en ocasiones, emerge el canon develado por Lovecraft, pero siempre desde una perspectiva humana, cotidiana, íntima, en función de la realización personal de los protagonistas, quienes pronto se familiarizan con esas «cosas raras» que les están sucediendo, e incluso llegan a extrañarlas cuando faltan. Tales son los casos de Marciala y Noralba, respectivas protagonistas de Roja por amor y Flores en la piel. Mientras la primera sufre una inexplicable alergia cada vez que se encuentra a su amado, el cutis de la segunda se cubre de manchas cuando va a suceder algo malo, o de margaritas al sentir la presencia de su difunta abuela.
A veces lo fantástico es indetectable para los adultos, los niños se reservan en todo momento las maravillas que les acontecen, o sus padres ni tan siquiera perciben que el trauma (en el sentido lovecraftiano) se ha consumado frente a sus propias narices, como sucede en los cuentos Alicia y el mundo de las maravillas, Casa de muñecas y Negros ojos de sapo.
Y es que, en los cuentos de Eldys, las huellas que deja la ausencia infantil es simple reflejo de las ausencias por defecto de progenitores o parientes que no actúan, no escuchan, no comprenden. «Allá ellos con su soledad», parece decir el autor. «Aquí lo que importa es el destino de mis protagonistas, generalmente obcecados en el noble afán de encontrar la felicidad».
Eldys Baratute procura en cada uno de sus cuentos ofrecernos una visión desprejuiciada de los conflictos que sacuden a nuestra infancia, y lo hace hurgando en sus llagas con pericia de cirujano, para luego mostrarnos todo el vacío y el dolor, la tristeza y el abandono, la enfermedad y la muerte, pero también el amor y la ternura, la esperanza y la solidaridad que anidan en los ojos de un niño. No son sus cuentos un mullido colchón en el cual recostar tranquilamente la cabeza. ¿Por qué? Muy sencillo: es que a él, y con permiso del gran Lewis Carroll, le parece muy triste escribir sobre vidas normales. A fin de cuentas, las cosas especiales solo le ocurren a las personas especiales, ¿o no?