Querida Carilda:
En este nuevo cumpleaños, ¿de qué voy a hablar, qué voy a decir, sin repetir lo que tantas veces a lo largo de los años he expresado en mesas, actos, ferias del libro con que la cultura de nuestro país se ha honrado desde que descubrió cuánto te debía? ¿Volver a contar aquel primer homenaje que organicé en la Escuela Normal de La Habana alrededor de 1956, y que me permitió conocerte y quedar anonadado ante la espléndida belleza que me abrió una tarde la puerta de Tirry 81? ¿O tal vez recordar aquel encuentro, de 1983, después de tantos años sin vernos, en los que me provocaste una de las grandes emociones de mi vida, al enseñarme la flor, que ya era solo polvo enamorado, y el humilde poema que un niño de 15 años te había entregado un día bajo la sombra de la estatua de Martí?
Como ves, casi no tengo nada nuevo que decir, tal vez porque quisiera atrincherarme en algún vericueto de la memoria, que quede marcado indeleblemente en nuestras vidas: ahí estaremos tú y yo sentados bajo la sombra del ciprés de Zenea, y conversaremos sobre la poesía, el destino, la eternidad.
Entonces, ¿qué hacer? Como jamás podré aportar ningún valioso juicio crítico sobre tu poesía que enriquezca el caudal exegético de tu obra, pido permiso para contarte esta pequeña crónica periodística, donde tu presencia, precisamente lo más importante del texto, ilumina sus líneas y las dota de un significado trascendente.
Un abrazo,
El Chino Heras