En un certero estudio realizado por Rafael Acosta de Arriba que toma como referentes análisis formulados por Cintio Vitier, Fina García Marruz y Alberto Baeza Flores, entre otros escritores e investigadores cubanos, se nos presenta una faceta menos conocida del Padre de la Patria. Nos dice este acucioso investigador que Carlos Manuel de Céspedes fue, en todas las connotaciones posibles, un hombre de letras. Pero fue mucho más, fue un intelectual, un hombre de la cultura, un pensador que diseñó en su mente y en su papelería la Patria y la República, las mismas que él ayudó a gestar con su vida excepcional y sus innumerables sacrificios. Admiramos, lógicamente, más al libertador que al poeta, al hombre del 10 de Octubre que al prosista inspirado, y no advertimos cómo el independentista pudo alcanzar dimensiones superiores en la historia precisamente porque soñó a su Patria libre desde el sentimiento poético, desde la imagen y la fantasía insuperable del artista.
(BYRON)
Bajó el asirio como el lobo hambriento:
oro y púrpura lucen sus pendones:
sus lanzas son como astros que sin cuento
brillan en los celestes artesones.
Como brota las hojas primavera
así la hueste por la tarde crece:
como la riega otoño en la pradera
así por la mañana desaparece.
Sus alas bate el ángel de la muerte,
sopla al pasar el rostro al enemigo;
no se alza más su corazón inerte,
no dan sus ojos a la luz abrigo.
Yace el corcel con la nariz al viento;
mas el aire no aspira ya orgullosa,
cubre la espuma el pecho sin aliento
cual cubre fría la ribera undosa.
Yace el jinete pálido y tendido,
el rocío en su frente yerta, oscura:
sólo el pendón, las trompas sin sonido,
la lanza en tierra, rota la armadura.
Lloran sus viudas con dolor impío:
que, sin herirlo vengadora espada,
de Baal y de Asur el poderío
hendióse del Señor a una mirada.
Bayamo, 1852.
Naces, ¡oh, Cauto!, en empinadas lomas;
bello, desciendes por el valle ufano;
saltas y bulles, juguetón, lozano,
peinando lirios y regando aromas.
Luego, el arranque fervoroso domas,
y, hondo, lento, callado, por el llano
te vas a sumergir en el Océano;
tu nombre pierdes y sus aguas tomas.
Así es el hombre. Entre caricias nace;
risueño, el mundo al goce le convida;
todo es amor, y movimiento y vida.
Mas el tiempo sus ímpetus deshace,
Y, grave, serio, silencioso, umbrío,
baja y se esconde en el sepulcro frío.
Palma Soriano, 1852.
No es posible, ¡por Dios!, que sean cubanos
los que arrastrando servidumbre impía,
van al baile, a la valla y a la orgía,
insultando el dolor de sus hermanos.
Tan horrible abyección, tales villanos,
tan negra afrenta y tanta bastardía
fruto no han sido de la patria mía;
tanta mengua no cabe en mis paisanos.
Esos que veis a la cadena uncidos,
lamiendo, ¡infames!, afrentoso yugo,
son traidores, sin patria, envilecidos,
que halagan por temor a su verdugo;
son aborto del Báratro profundo
para afrentar la humanidad y el mundo.
Campos de Cuba Libre, 1868.
Un techo pobre, escondido,
dadme al pie de la colina,
donde el viento en vano amague,
y que allí el suave zumbido
de una colmena vecina
por la mañana me halague.
Un cristalino arroyuelo,
de blancos lirios sembrado,
de una fuente pura brote,
y salte en quebrado suelo
y bajando apresurado
las duras rocas azote.
La ligera golondrina,
do las pajas de mi choza,
de la tierra forme nido
y cuando el sinsonte trina
al placer que la alboroza
lance su alegre chirrido.
El errante peregrino,
triste, desnudo y hambriento,
llame a mi puerta afanoso
y olvidado del camino
halle en mi mesa sustento,
halle en mi lecho reposo.
Una arenosa avenida
donde perfumadas flores
beban gotas de rocío,
parezca que me convida
del verano en los ardores
a un fresco bosque sombrío.
Y allí arrullándome el sueño,
en los brazos de Carmela,
goce puros regocijos,
mientras con rostro risueño,
porque el placer los desvela,
juegan en torno mis hijos.
Desde allí mi vista errante
mire un pardo campanario,
tras la colina frondosa
y el alma recuerde amante
que es el templo solitario
donde la llamé mi esposa.
Bayamo, 1852.
Más bella es la mañana,
un sol más puro el horizonte dora,
cuando ligera, ufana,
gentil y seductora,
al prado vas, lindísima cubana.
Tu rostro peregrino,
tu talle esbelto que la brisa ondea,
ese fuego divino
que vivo centellea
en tus ojos al rayo matutino:
Y ese pie que liviano
la verde yerba y margaritas huella,
y tu artística mano
la gracia que destella
todo tu ser, querube americano;
Esa aureola ardiente
que en torno te rodea esplendorosa
¡oh, estrella refulgente!
¡oh, purpurina rosa!
¡oh, azucena del trópico inocente!
Cual palma en la pradera,
flexible, airosa, tu cintura meces:
de nuestra edad primera
una ilusión pareces:
¿quién no ha de amarte, virgen hechicera?
¿Quién al ver tu mirada,
quién al oír tu voz pudo ser yelo?
De todos adorada
Cruzar el triste suelo:
¡a todos seas como a mí sagrada!
Yo te amo delirante:
eres mi bien, mi dicha, mi tesoro:
vuelve a mí tu semblante:
las penas que devoro,
no aflijan más a tu infeliz amante.
Mas si mi amor fogoso
pudiera acaso envenenar tu suerte...
¡oh! pase silencioso,
y sufra yo la muerte,
y sea tu caro porvenir dichoso.
Pisa feliz la yerba
sin encontrar la sierpe allí escondida:
risueña te conserva:
la senda de la vida
floreo tan sólo para ti reserva.
Pero insensible y varia,
cuando el bullicio de la corte vuelva,
no olvides que en la selva
por ti eleva de amor una plegaria.
Bayamo, 1852