La mayor matanza de elefantes conocida en la historia del continente africano dejó muertos a casi cien paquidermos en Botswana
ESTA vez no hay foto bonita. La imagen central que se presenta en nuestra página temática de cada semana sale este viernes a las calles y llega a manos del lector como un bofetón. Desde el escritorio de la computadora, la misma foto ya asombró a miles en el mundo y ocupó portadas de varios diarios y portales digitales.
El cadáver de un elefante sin rostro se ha convertido en el símbolo de alarma total contra la caza furtiva. Se trata de una instantánea tomada cuando los conservacionistas de la organización no gubernamental Elefantes sin fronteras (ESF) descubrieron la mayor cantidad de cadáveres de elefantes masacrados, jamás registrada en la historia de África.
Los conservacionistas de ESF suelen hacer recorridos aéreos para evaluar el estado de la población de paquidermos en Botswana. Para ellos, chocar con la imagen de algún elefante sin colmillos, tirado sobre el polvo, no es una rareza. Sin embargo, entre los países africanos, este se había convertido en una especie de paraíso de los elefantes. Y la fama mundial que la rodeaba lo catalogaba como el país más duro contra la caza furtiva.
En coherencia con esa idea, los cuidadores de parques naturales en Botswana portaban armas y las patrullas de vigilancia eran respetadas por los cazadores que asolaban otras tierras africanas con mayor impunidad.
Tal vez por esa causa, cuando recientemente se dispusieron a hacer su rastreo desde una avioneta, los activistas de Botswana no tuvieron tiempo para hacer chistes o rutinarias anotaciones en sus cuadernos. Divisar desde el aire 87 cuerpos gigantescos de elefantes sin rostro fue la estampa que rompió el estado de gracia en el llamado santuario.
Los rastreos a los collares de localización habían anunciado desde hace varios años que la población de paquidermos estaba abandonando Angola, Tanzania, Zambia y otras naciones del área para refugiarse en Botswana.
Para 2014, el gobierno botswanés decidió eliminar por tiempo indeterminado la caza mayor, un deporte que practicaban en sus territorios aficionados de altos estratos socioeconómicos, algunos tan conocidos como el rey Juan Carlos.
Los safaris se detuvieron a pesar de que eso significó la pérdida de importantes entradas por turismo, y el comunicado anunciaba determinación a favor de las especies protegidas.
«El Gobierno ha decidido suspender (…) por tiempo indefinido la caza de animales salvajes que se practica en el ámbito comercial», según un comunicado del Ministerio de Medio Ambiente. El país buscaba ser «coherente con sus compromisos con la conservación y protección de la fauna local y con el desarrollo de la industria turística local en el largo plazo».
Con 130 000 elefantes, Botswana se había ganado el título de último santuario en África, y los elefantes habían reconocido estas tierras en sus trayectos. Hasta hoy.
Pero si alguien piensa que un problema surge de la noche a la mañana, se equivoca, y bien lo saben los guardias que ahora se quejan de la tragedia animal.
«La gente nos advirtió de un inminente problema de caza furtiva y creímos que estábamos preparados», dijo Michael Chase a BBC. En el estado de ira que provoca presenciar una masacre animal, este guardia denunció el desarme de la unidad anticaza de Botswana como la causa del problema.
«Los cazadores están ahora apuntando sus armas hacia Botswana. Tenemos la población de elefantes más grande del mundo y es temporada abierta para los cazadores».
El desarme de los guardias anticazas del Departamento de Vida Silvestre y Parques Nacionales llegó en mayo y sin explicaciones oficiales.
Para este mes de septiembre, los cadáveres de elefantes hallados por el avión que sobrevuela las fronteras del territorio botswanés revelan un problema en ascenso.
Mientras varios medios del mundo se han hecho eco del problema del desarme, hay quien se arriesga a buscar la raíz un poco más profundo, y apuntan a la pobreza en la que viven los guías de los cazadores, y muchos de ellos mismos; al mercado negro impune de marfil, y a las repetidas leyendas sobre los «poderes estéticos» de este material.
El tráfico ilegal a base de pequeñas porciones de elefantes o rinocerontes es de larga data. Pero las partes de su cuerpo necesarias para el mercado negro obligan a los cazadores furtivos a intentar recolectar un gran número de animales para reunir la cantidad de material demandado: los colmillos suponen solo un 1,6 por ciento del volumen total del animal —100 kilos de 6 000—. Los cuernos de los rinocerontes apenas un 0,16 por ciento del total de sus cuerpos (cuatro kilos de 2 400, de media).
Según datos de 2016 del observatorio de contrabando de vida salvaje Traffic, mantener el flujo obliga a que la media anual de ejemplares cazados se cuente por miles: 20 000 elefantes, más de 1 000 rinocerontes mantienen la escalada de precios en el mercado negro del marfil. Un kilo de ese material costaba 190 euros en 2003, 1 600 en 2009, y rondaba los 2 500 en 2013. A mayores precios y menos recursos de los gobiernos africanos destinados a la protección natural, menos santuarios naturales para los elefantes.
De esa manera el asesinato de estos gigantes se debe, irónicamente, a una brevísima parte de ellos que va a parar a joyerías principalmente. Para mayor paradoja, en una época en que los materiales sintéticos para joyas y accesorios pueden imitar, y hasta lucir mejor que los de marfil, el continuo contrabando se sigue sirviendo de dos puntos flacos: el sobrevalorado mito del marfil y la pobreza de los cazadores y guías africanos que sirven de intermediarios a comerciantes extranjeros.
De otro lado del problema está la legalidad de la venta de marfil en muchos países de destino, aunque naciones como China han dado el paso ejemplar y han prohibido este tipo de mercado.
WildAid, una organización que tiene como objetivo eliminar el comercio ilegal de fauna y vida silvestre, aseguraba en 2017 que Hong Kong figura entre los mayores mercados minoristas a nivel mundial de marfil. Según datos gubernamentales de 2016, en Hong Kong había unos 100 kilos de marfil listos para la venta de forma legal a un precio medio aproximado de 1 000 dólares (unos 880 euros) por kilo.
WildAid Hong Kong ha revelado que la ruta principal de contrabando es de unos pocos países africanos hacia Malasia, que actúa como puente hacia Hong Kong, el actual mayor consumidor. Hace unos meses esa misma organización calculaba que la población de elefante africano se habría reducido en cerca de un 58 por ciento en los últimos 40 años, ya que un promedio de 33 000 elefantes son víctimas cada año de la caza furtiva en África. Con cifras tan tentadoras y tales problemas en el escenario, ojalá no hagan falta más imágenes como esta hilera de elefantes sin rostro en Botswana para que la realidad del último santuario sea más benigna.