En Argentina, con la aparición de Guido, hoy son 114 los seres humanos que ya conocen su verdadera identidad, y pueden reunirse con sus familias biológicas. La ciencia muestra en ello su función más noble y humana
La historia de Guido, identificado hace unos días como el nieto desaparecido de Estela de Carlotto, presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo de Argentina, conmovió corazones en el mundo entero.
Todo comenzó cuando Ignacio Hurban, de 36 años, decidió ir al Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) para someterse a un análisis, ante dudas sobre su identidad. Entonces el joven comprobó mucho más que su verdadero nombre: Guido Montoya Carlotto. Supo también que era el nieto número 114 que ha sido identificado en las últimas tres décadas, de una lista de cerca de 500 niños que se «esfumaron» en los años más oscuros de la dictadura militar (1976-1983), cuando en los centros de detención clandestinos también funcionaron «maternidades», y los bebés eran separados de sus progenitoras y entregados a militares o a personas leales al régimen, perdiendo todo lazo con su familia biológica.
Cuenta el rotativo argentino La Gaceta, en su página web, que Laura Carlotto, su madre, estaba embarazada cuando fue detenida y recluida en el centro de detención La Cacha. Por testimonios se supo que el 26 de junio de 1978 fue trasladada a un hospital militar donde dio a luz, y que regresó a La Cacha sin su bebé. El 25 de agosto de 1978 fue asesinada.
Las abuelas de tantos niños de los que otros se apropiaron no han cesado en su búsqueda desde entonces, reclamando justicia. Pero, ¿cuánto ha aportado la ciencia a su infatigable lucha por esta causa?
A los pocos años de comenzar la búsqueda de sus descendientes, las Abuelas de la Plaza de Mayo se toparon con una compleja dificultad. Aun cuando estos fuesen hallados, ¿cómo podían comprobar que se trataba verdaderamente de sus nietos? ¿Cómo demostrarlo ante la justicia?
El parecido físico de los bebés con los padres, o imágenes de ellos celosamente atesoradas en fotografías, no era suficiente, y este dato perdía precisión con los años mientras los nietos crecían. De ahí la necesidad de articular un método que permitiera establecer científicamente la identidad de los niños.
La tarea no fue nada sencilla. Pero en 1984, según recoge el diario on line de la Universidad de Washington, un grupo de genetistas de distintas partes del mundo, liderados por la norteamericana Mary Claire King, creó lo que se conoce como «índice de abuelidad», una fórmula que determina la pertenencia de una persona a un grupo familiar, aun sin el material genético de sus padres.
«Finalmente se produjo una fórmula estadística, probabilística, que tuviera en consideración que no se pudiera hacer análisis a los padres de estos niños porque estaban desaparecidos, pero en los casos en que estuvieran los cuatro abuelos, incluso con tres abuelos, y después con otras técnicas que aparecieron a posteriori, con menos familiares se podía probar relación de parentesco», cuenta Víctor Penchaszadeh, uno de los impulsores de la creación del BNDG, en el documental 99,9%-La ciencia de las Abuelas, producido por el Ministerio de Cultura de Argentina.
«En 1982 nos recibió la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, en Nueva York. Dejamos nuestra inquietud y prometieron darnos respuesta», declaró Estela de Carlotto a BBC Mundo.
«Y la encontraron. En 1983 determinaron que haciendo en las familias el estudio de antígenos de histocompatibilidad, o HLA, se podía comparar después con la sangre del presunto nieto», recordó.
Al decir de los expertos, en aquellos años no existían muchos laboratorios que pudieran hacer estos análisis de histocompatibilidad, y se decidió concentrarlos en el laboratorio de Inmunología del hospital público Carlos Durand, de Buenos Aires.
Lógicamente, ese método se perfeccionó con la utilización de la técnica del ADN. «El análisis genético es lo más simple, hoy en día. Hace 30 años era más complicado porque el ADN no se podía analizar de forma directa, no había la tecnología adecuada. Pero en los 90 el análisis pasó a ser muy común en muchos ámbitos», subrayó Penchaszadeh.
La primera identificación genética ocurrió en 1987 con el reconocimiento de la niña Paula Logares. A partir de ese momento, decidió crearse el BNDG, «un archivo sistemático del material genético y muestras biológicas de familiares de personas que han sido secuestradas y desaparecidas durante la dictadura militar argentina», según describe la propia entidad.
El BNDG recibe aproximadamente a unas mil personas por año que dudan sobre su identidad genética, y cuenta con 310 muestras de sangre de abuelas que buscan a sus nietos, para contrastarlas con la de los posibles descendientes. De ese modo han sido identificados muchos de los 114 nietos.
«Lamentablemente, la inmensa mayoría de los casos han dado negativo», dijo Penchaszadeh a diversos medios de prensa.
«Hay un doble impacto. Por un lado la genética, como análisis, permite una certeza casi excluyente. A partir de la fiabilidad del dato uno puede saber si hay un parentesco o no. Pero lo segundo es que tiene un impacto social que muchas veces no se analiza. Es uno de los primeros desarrollos científicos en la Argentina que es traccionado por un grupo social», señaló por su parte Alejandro Krimer, químico experto en Biotecnología.
Con el tiempo, las campañas para promover que quienes desconfían de su origen se presten al análisis genético han dado sus frutos, como es el caso del nieto de Carlotto, que se presentó voluntariamente para someterse al análisis y disipar toda duda.
La sorpresiva identificación de este joven motivó a muchos otros, de entre 30 y 38 años de edad, a cuestionarse su verdadera identidad, e incluso a hacer solicitudes para someterse a pruebas de ADN.
«El impacto inmediato fue mayor al de cualquier campaña de difusión. Algunos llaman para consultar, otros para aportar datos… en cada caso se les orienta. No paran de llamar», aseguraron a la agencia Télam representantes de las Abuelas de Plaza de Mayo, desde su sede en la calle Virrey Cevallos, de Buenos Aires.
El promedio de llamadas a la sede de Abuelas, en una jornada cualquiera, es de entre diez y 40 al día. El pasado miércoles se contabilizaron cien, por lo que la organización tuvo que contar con personal extra.
Sonia Torres, una de las fundadoras de Abuelas en la ciudad de Córdoba, aseguró al diario argentino La Voz que noticias como la de Estela y su nieto reavivan la esperanza de encontrar al suyo.
«Estoy segura de que antes de partir voy a tener la alegría de abrazar a mi nieto. Él ha cumplido ahora en julio 38 años. Sé que está vivo y entre nosotros, muy escondido, pero algún día va a tocar la puerta y me va a decir: “abuela, aquí estoy”», expresó.
En los últimos años se han intensificado las campañas de alto impacto para que jóvenes como Guido, con dudas sobre su origen, se acerquen a la organización. Quizá una de las más populares fue la que realizaron con la selección argentina de fútbol durante el pasado Mundial de Brasil.
Con el lema «Hace diez mundiales que te estamos buscando», los jugadores Lionel Messi, Javier Mascherano y Ezequiel Lavezzi animaban a las personas a someterse a pruebas de ADN si tenían sospechas sobre su pasado.
No obstante, si bien las Abuelas se muestran optimistas sobre el posible impacto de lo ocurrido a Guido para futuros reencuentros, saben que no será nada fácil.
«Tampoco podemos creer que van a venir así, decenas de chicos a sacarse sangre. Puede ser que sirva de difusión, pero hay que tener paciencia. Hace 36 años que estamos luchando por esto, no es cuestión de un día», apuntó una de ellas, Rosa Roisinblit, en declaraciones que replicó el sitio web Noticias Terra.
«Si para encontrar 114 nietos tardamos 36 años, calcule usted cuánto tiempo tiene que pasar para encontrar a los 400 que faltan», cuestionó.