Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Medalla eterna

Autor:

Mario Martín Martín

Nada ya me asombra de quienes suman siete décadas «buscándole la quinta pata a la mesa» siempre que se trate de minimizar los logros de Cuba en cualquier campo o de exagerar una situación adversa.

Por eso, la respuesta de aquel cubano al que le preguntaron cómo le iba la vida en su país fue tan sencilla como elocuente: «no nos va tan bien como quisiéramos, ni tan mal como algunos aspiran  vernos».

Ahora resulta que, según notas que hubiese preferido no leer, es el sistema socialista imperante en Cuba el responsable de que las expectativas de nuestra delegación en los Juegos Olímpicos de París 2024 no se cumplieran como se vaticinó.

Los neófitos del deporte y los que fingen serlo hasta llegan a afirmar que ha sido «vergonzoso» el resultado de nuestro movimiento deportivo en la Ciudad de las Luces.

Y lo escriben y lo hablan con tanta vehemencia que no resultaría extraño  que algunos lleguen a creerlo. Esos que destilan odio y resentimientos son los mismos que no decían «esta boca es mía» cuando Cuba llegó a ser una verdadera potencia mundial en competiciones deportivas.

Nadie niega que ya el Estado cubano no puede disponer de los mismos recursos para apoyar al deporte como décadas atrás, tampoco se esconde, incluso, que en materia de decisiones en este campo se han cometido errores, pero de ahí a esas afirmaciones incrédulas va un largo trecho.

Que tres cubanos coparan el podio de la prueba de triple salto no es una confirmación de la calidad de nuestra escuela de saltos, sino «una prueba de que para triunfar es necesario irse de Cuba». No dicen, claro está, que esos tres jóvenes se marcharon del país cuando ya eran luminarias del atletismo en el mundo.

Tampoco mencionan que es el factor económico la principal causa de la emigración de los atletas, en busca de mejores oportunidades que ahora mismo  el Estado no les puede brindar.

Con ellos también coincidiríamos si, a la par de señalar posibles errores en el campo de la economía, a la vez alzaran fuerte su voz contra el bloqueo. Pero no, si de Cuba se trata, sus ojos no ven luces, solo manchas.

Pintan el panorama de las atenciones a los deportistas cubanos como si aquí no existieran escuelas de iniciación deportiva, centros de perfeccionamiento atlético y que nuestros atletas no tuvieran calificados entrenadores.

Cuando uno lee o escucha sus opiniones pareciera entonces que los deportistas del resto del mundo lo tienen todo a pedir de boca. 

Para los acusadores de esta islita de  campeones olímpicos, es «una vergüenza» que Cuba haya ocupado el puesto 32. No imagino qué calificativo tendrán para los 170 países —de los 202 que intervinieron— que se ubicaron por debajo de Cuba en el medallero.

Estaríamos de acuerdo si dijeran «Cuba tiene potencial para más y pudo obtener un mayor número de medallas». En eso, repito, estoy de acuerdo; es más, soy de los que piensan que se impone un análisis profundo de errores estratégicos en la preparación general de nuestros deportistas.

Pero el análisis no partirá del veneno que destilan los odiadores de siempre, sino desde la máxima de que la obra que amamos y ayudamos a edificar no es perfecta y, por añadidura, nuestro deporte tampoco.

De París nuestra delegación no trajo todos los premios que pretendíamos. El movimiento deportivo cubano no puede sentirse conforme con ello. Dentro de cuatro años, si se trabaja desde ahora mismo, los resultados deben ser mejores.

No será fácil, como nada lo ha sido desde que tenemos como principal enemigo a un imperio a solo 90 millas. Lo haremos. La medalla que llevan los cubanos en el pecho ya es eterna.

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